*Basado en un sueño*

Hoy les quiero contar cuando fui a la guerra. Mis padres toda la vida fueron militares. Yo me lloré con ese sentimiento de honor y darle todo por la patria, así que al llegar el momento en el que cumplí los 18 años, no tuve miedo a nada. Lo primero que hice fue alistarme en el Ejército sin pensar en lo que eso podría conllevar más adelante. No me esperaba que pronto estuviera para empezar una guerra en la que necesitarían de mi participación.

Al día siguiente nos buscaron por nuestras casas en jeeps color verde, para llevarnos a un lugar bastante alejado, que parecía un campo con algunas pocas viviendas destruidas y el buker donde nos hicieron entrar, este estaba vacío a excepción de algunas habitaciones y mesas. Nos mostraron los uniformes nuevos y cascos que debíamos usar, nuestras armas parecían antiguas. Se ve que en Argentina no estábamos muy desarrollados aún en cuanto a tecnología armamentaria. En el momento en que me convocaron para esta guerra, sentí un escalofrío recorriendo todo mi cuerpo. Me acuerdo que nos llevaron a un cuartel donde nos hicieron deshacernos de toda nuestra ropa y tirarla en tachos como si fueran de basura. No llevábamos ni siquiera un bolso, nada. Lo único que nos dieron fue el traje militar en conjunto con el chaleco, el casco y unos borcegos. También nos hicieron deshacernos de nuestros dispositivos electrónicos ya que podían servir para rastrearnos y permitir que el enemigo conozca nuestra ubicación secreta.

En el momento en que me estaba despojando de mi ropa, lo único que podía sentir era miedo. Tenía mucho miedo estábamos en un lugar encerrados, sin ventanas ni ventilación, y podía sentir como si poco a poco las paredes se estuvieran cerrando, si no fuera porque el lugar era bastante grande, me habría dando claustrofobia.

Siempre me consideré una persona que no tenía miedo a nada, pero estaba equivocada. Al parecer la muerte sí era uno de mis miedos, o no necesariamente la muerte sino morir de una forma catastrófica

. Antes de deshacerme de mi celular, le había mandado un mensaje a una persona muy importante para mí en ese entonces. Ese mensaje lo recuerdo con mucha claridad, y hasta en mis últimos momentos en la guerra seguía apareciendo en mis pensamientos. Dijo: «Sigo pensando en vos hasta el momento en el que me toca morir, y espero morir con vos en mis pensamientos».

Recuerdo que después de esto tuvimos que salir a esas calles desoladas donde se suponía que nos intentarían bombardear. Consuelo la protección de ese casco que rebotaba en mi cabeza y un chaleco que no se como se supone que me iba a proteger de un bombardeo. Nos largaron así sin más, como si nuestras vidas no valieran nada, como si fuéramos tan poca cosa que ni siquiera se molestarán en protegernos de verdad. ¿Cómo nos iban a mandar afuera con cascos y un chaleco cuando estaban a punto de volarnos la cabeza con una bomba que podía caer en cualquier momento?. En el primer escuadrón salí yo junto a mis compañeros, corriendo por la calle como si nuestra vida literalmente dependiera de ello.

En el camino, compañeros dejados atrás, intentábamos esquivar el bombardeo, pero éste era tan impredecible. Vi cómo les volaba la cabeza, vi cómo les volaban el brazo, vi cómo volaban las piernas. Era un mar de sangre en cada paso que dábamos. Los únicos que permanecían de pie eran algunos pocos, y el compañero que iba al lado mío. Podía ver el terror en sus ojos; estaban vacíos. Yo tenía unas intensas ganas de llorar, pero eso no era un signo de valentía y coraje. Se supone que estábamos luchando por la patria. ¿No estaríamos orgullosos de querer morir por la patria? No era lo que nos habían enseñado toda nuestra vida. A dar la vida por nuestro país. Pero en esos momentos realmente me cuestionaba si estaba haciendo lo correcto. ¿Se merecía el país que yo diera la vida por él? ¿La gente de mi país se merecía que yo diera mi vida por ellos? ¿Iba a servir de algo para mi vida? Probablemente para el enemigo solo hubiese sido otro cuerpo más, otro punto que tenían que eliminar y debían deshacerse de mí como si fuera cualquier objeto viejo.

Me sentía tan pequeña y diminuta, como si no fuera nada más que células flotando en el espacio y el tiempo. ¿A quién le iba a importar si yo no estaba? Tal vez sólo unas pocas personas, además de mi familia. Pero quizás con el tiempo, lo superarían hasta que, en algún momento determinado, ya nadie me recordaría. Ni siquiera mi propio pueblo, ni mi propio país me recordaría. ¿A quién le importaba que una joven de 18 años diera su vida? Mientras veía pasar toda mi vida delante de mis ojos, me preocupaba no haber disfrutado lo suficiente. Recordaba el último abrazo de mi mamá, me hubiera gustado haberlo hecho por más tiempo, el último beso de mi papá, las últimas veces que vi a mis hermanas jugando, las charlas eternas con mis abuelos. Por un instante me arrepentí de no haberlo estudiado. una carrera en la calidez de mi hogar en vez de estar pasando frío y hambre.

Mi corazón no dejaba de latir. Parecía que me iba a dar un infarto en cualquier momento. Ni siquiera sabía si realmente los contrincantes o nuestros enemigos eran realmente mis enemigos. ¿Por qué sería mi enemigo, alguien que ni siquiera conozco? Otros jóvenes de 18 años con la única diferencia de que eran de otra nacionalidad, quizás hablaban otro idioma, tenían otra cultura, pero al fin y al cabo eran otros jóvenes con la misma mirada de terror vacía que la mía. ¿Por qué tenías que apuntarles a la cabeza con un rifle? ¿Cómo era capaz de tener la sangre tan fría para cometer tan atroz acto? Pero era mi vida o la de él, ¿entendés? ¿Cómo se supone que le dispare la cabeza a alguien arrodillado delante de mí, suplicando piedad? Pero aun así, con el miedo de que si no le dispara, él se revele y me apunte a mí. ¿Cómo se supone que apaga el brillo de los ojos de un joven con familia, con padres, con hermanos, con amigos que no van a volver a ver ese brillo nunca más en su vida? ¿Cómo sería yo capaz de algo así si no soy ni siquiera capaz de lastimar a una mosca o de arrancar una flor por no querer lastimar a ningún ser vivo?

Por fin llegamos al otro lado, donde había otro refugio, no sabía si era un alivio o una desgracia haber sobrevivido a la primera noche.

Al día siguiente solo recuerdo que habíamos viajado en un avión que ni siquiera tenía asientos. El metal estaba frío y duro, nosotros con la única ropa que teníamos, sucios, llenos de barro. Ni siquiera podíamos bañarnos, cagados de hambre, con nuestras tripas resonando. Nunca había tenido tanta hambre y nunca había valorado tanto la frase de mi madre de que en África ni siquiera tienen para comer, porque ahora sentía lo que seguramente se siente tener tanta hambre.

Con apenas unas bolsas de dormir, nos transportamos en ese avión que parecía que se estaba desarmando en cualquier momento, como si estuviera fuera de la Segunda Guerra Mundial. Por mi mente pasaban tantas cosas, pero no podía evitar pensar: «Mira cómo nos tienen a nosotros. El enemigo está armado hasta los dientes con maquinaria de última tecnología mientras nosotros, ¿en serio vamos a pelear en esto? ¿En serio nos van ¿A enfrentar esto? Es como si mandaras a un gato a pelear contra un tigre. Está bien que teníamos una voluntad de hierro y un amor por el país increíble, pero también mucho miedo a morir, y eso es algo que nadie más entendía. que nosotros.»

Cuando llegamos a donde se suponía que nos iban a alojar, simplemente era una cabaña vieja, húmeda y sucia. Al día siguiente teníamos una misión en la que habían armado un escuadrón con algunos pocos hombres y mujeres. No sabía a cuántos hombres nos íbamos a enfrentar, pero más de 400 ingleses eran. Lo que lo hacía casi era una misión suicida.

El plan era sencillo, se suponía que el avión que nos había llevado iba a bombardear la base. Nosotros, en distintos grupos, nos íbamos a dividir por la zona alrededor de la base lanzando misiles a aquello que nos fuera a atacar, ya sean tanques u otros soldados. Y era tan simple como que después de disparar el misil, que ni siquiera tenía experiencia ni sabía usar ,me habían enseñado el día anterior a disparar un misil como si eso no dependiese de mi vida, teníamos que correr unos 7 u 8 km hasta llegar a un bosque donde nos pasaría a recoger el avión.

¿Te parece sencillo eso cuando en mi vida había corrido 7 km? Yo pensaba: «¿Cómo me va a alcanzar el aire para correr si es que sobrevivo a lo que vamos a hacer?»

Nos estaban preparando los equipos para mañana, y en eso se presenta el siguiente escuadrón que también nos iba a comparar.

En ese escuadrón aparece mi hermana. Me paralicé del terror cuando la vi. Corrí a abrazarla, pero pensaba: «No puede ser que esté aquí. Yo puedo perder la vida, pero ahora es un problema porque si vos llegas a perder la vida, yo me muero con vos, ¿entendés?» No podía dejar de pensar en que ahora no solo iban a perder a una hija sino que podían perder dos. No me podía imaginar a mis padres ya mi familia viviendo eso. Después del saludo, nos separaron en grupos distintos. El único por lo que rezaba era que por lo menos la parte de su equipo o de su escuadrón lograría disparar el misil y correría esos 7 km. Mi hermana no corría, no hacía deporte, no era capaz ni siquiera de hacerse una cuadra, y ahora tenía que correr 7 km. «¿Cómo voy a hacer para que haga esto? ¿Qué voy a hacer para salvarla?»

Después de eso, cuando estábamos todos sentados en el piso de ronda, nos repartieron latas de lo que parecía ser algo parecido a un guiso, y un pan que parecía estar tan duro que te podía romper un diente. Pero un momento decidí decir que era delicioso el guiso de mi abuela, y no ese engrudo frío, a ella le gustaba ponerle papa, zanahoria, chorizo. Por un momento sentí que lo saboreaba y era el mejor querido del mundo.

Terminamos durmiendo en el piso. Yo no pego un ojo toda la noche. ¿Cómo nos iban a hacer correr 7km después de habernos dado un guiso en lata? ¿De dónde íbamos a sacar las calorías y la fuerza para poder enfrentarnos a un ejército?.

Nos acostamos en las bolsas de dormir, sucias y llenas de barro, pero a esa altura daba lo mismo. No podía dormir debido a mis pensamientos de que probablemente nunca más volvería a ver a mi hermana y en lo horrible que había sido que me tenga que despedir de ella así. Cuando pensaba en la misión, pensaba que no podía seguir. Sentía miedo de no volver a ver más a mi hermana y pensaba que debería haberle dicho cuánto la amaba, cuánto la adoraba, cuánto la admiraba. Quizás esta era la última vez que la veía con vida, y no estaba segura si ella sabía cuánto la amaba realmente. Sentía un terror que ni siquiera me dejaba respirar. Solo esperaba que por lo menos el escuadrón de mi hermana saliera con vida y lograra llevarle la noticia a mi mamá de que su hija había muerto con honor y valentía, y de que los amaba muchísimo.

Ya era de mañana, la preparación iniciaba a las 5 am, extrañé un buen mate calentito y unas facturas con mi viejo en la mesa.

Agarramos nuestras cosas y nos sometemos a los jeeps. Mientras el jeep avanzaba hacia nuestra misión, el ruido del motor se mezclaba con el constante temblor de mis manos. El aire frío de la madrugada cortaba mi rostro, y el olor a humedad de la tierra impregnaba el ambiente. Miraba a mis compañeros, y en sus rostros se reflejaba el mismo miedo y determinación que yo sentía. Pero estaba uno peor que el otro, pálido, con ojeras terribles. Había un muchachito que parecía de 16 años. Yo pensaba: «Este habrá falsificado la firma de sus padres pensando que iba a ser lo mejor que iba a hacer en su vida y está aquí, a punto de perder la vida».

El paisaje desolado pasaba rápido hacia nuestro alrededor, casas destruidas, árboles quemados y escombros que hablaban de una guerra que parecía interminable.

Llegamos al punto designado y nos bajamos del jeep. Nos escondimos entre los pastos altos, intentando pasar desapercibidos. La espera era lo más difícil, cada segundo parecía eterno. El silencio era sólo interrumpido por el sonido de nuestras respiraciones contenidas y el susurro ocasional de algún compañero intentando calmar sus nervios. Sabíamos que el avión estaba en camino, y con él, la bomba que debería volar en pedazos la central enemiga.

El sonido lejano del avión comenzó a hacerse más fuerte, y nos preparamos, tensos, listos para actuar. El estruendo de la explosión fue ensordecedor, iluminando el cielo nocturno. Por un momento todo fue caos. La central había sido impactada de lleno y se desmoronaba en llamas.

Pero no hubo tiempo para celebrar. Entre el humo y los escombros, vemos aparecer a los soldados enemigos en los tanques. Nuestra misión aún no había terminado. Con manos temblorosas, apunté el misil hacia uno de los tanques. Sentí el sudor frío corriendo por mi espalda, mis dedos se aferraron con fuerza al detonador. Un segundo se sintió como una eternidad antes de que el misil se disparara. Lo vi volar por el aire, directo hacia su objetivo.

El impacto fue inmediato y el tanque explotó en una bola de fuego. Gritos y órdenes resonaban a nuestro alrededor. Disparamos más misiles, logrando destruir varios tanques, pero sabíamos que no podíamos quedarnos allí. La orden de retirarse llegó, y nos echamos a correr a campo abierto.

Corrí con todas mis fuerzas, mi corazón latía descontrolado, mis piernas dolían con cada paso, pero no podía detenerme. El miedo a ser alcanzado, a ser derribado por una bala, me impulsaba a seguir. El campo parecía infinito, y cada paso era una lucha contra la desesperación. No podía mirar atrás, sólo avanzaba, esperando que mis compañeros estuvieran también corriendo, esperando que pudiéramos escapar juntos del infierno.

No me daba más el aire, parecía que me iba a desmayar de la hiperventilación. Mis piernas nunca me habían dolido tanto en la vida, los músculos se me contraían, pero aun así no podía dejar de correr. Quería tirarme al piso y rodar hasta donde pudiera, con el miedo de que incluso me pegarían un tiro por la espalda. Te juro que preferiría mil veces que me lo peguen de frente, mirándome a los ojos, que en la espalda. Porque así mueren los cobardes, con un tiro en la espalda. No, perdón, cobarde es el que se dispara en la espalda sin mirarte a los ojos. Pero aun así tenía muchísimo miedo, porque en la guerra siempre están los valientes, pero también están los cobardes. Las botas que me pesaban 5 kg cada una, el traje que no ayudaba para nada.

Recuerdo que se escuchaban las balas volando, como si te estuvieran rozando la cabeza. Tenías que agacharte todo el tiempo para que no te den, pero en la corrida vi cómo a una de las chicas le explotó una granada y ya no quedó absolutamente nada de ella. Y mientras corría, pensaba en lo que nos había enseñado mi papá, que me decía siempre: «No mires para atrás, porque si mirás para atrás, ya estás muerto». No sé cómo llegué a los 7 km, no sé cómo llegué a ese bosque, pero no tenía la fuerza para mirar hacia atrás. No miré cómo les iba a mis compañeros, no miré a ver si sobrevivía alguna de las chicas. Lo único que tenía en mi mente era mi hermana y la imagen de ella corriendo esos 7 km y que llegaría a estar en ese avión con vida. Esa imagen era lo que me dio fuerzas para seguir corriendo. No había sentido jamás en mi vida tanta desesperación por estar en un lugar a tiempo, pero con cada paso que daba mi cuerpo parecía no aguantarlo más.

Por fin lo veo a lo lejos, tan pequeño y antiguo, pero que en ese momento me dio tanto alivio llegar a ese avión, estaba aliviada y devastada al mismo tiempo. Llegué, pero ¿y mi hermana? Cada segundo que pasaba y ella no llegaba, sentía un puñal clavándose en mi corazón. Fue una tortura mental que nunca había sentido antes. De pronto, la vi aparece corriendo, llena de barro, pero con vida. Lloré como nunca había llorado, no de tristeza, sino de alivio, de alegría, de todo. Nos abrazamos como si fuéramos la única cosa que nos mantendría con vida. La guerra nos quitó muchas cosas, pero también nos dio una perspectiva de la vida que pocos entienden. En esos momentos, valoré cada abrazo, cada segundo con mis seres queridos, y entendí que luchar por la patria también significaba luchar por quienes amamos.

Cerré los ojos por un momento y todo se volvió oscuro de golpe. Desperté en un lugar extraño, amarrada a una camilla. What ? ¿Qué estaba pasando? . Los ingleses nos habían capturado, pero lo que descubrí fue aún más perturbador. Nos habían estado manipulando todo el tiempo. No era una misión especial, era una trampa. Nos habían lavado el cerebro en un laboratorio, haciéndonos creer en una guerra inexistente. Estaban experimentando con nosotros, modificando nuestros recuerdos.

Ese descubrimiento me destruyó. Todo por lo que habíamos luchado y sufrido no era más que una cruel mentira. Nos habían usado como peones en su juego, y nuestras vidas no significaban nada para ellos. Sentí una profunda traición y una furia que nunca había conocido. Con cada fibra de mi ser, luché por escapar y liberar a mis compañeros. Pero al final, fui la única que logró escapar.

Mientras huía, me di cuenta de que el lugar al que nos habían llevado era una ciudad completamente armada, una fachada cuidadosamente construida. Ni siquiera era real, lo que explicaba su apariencia postapocalíptica y la ausencia de gente. Todo había sido diseñado para engañarnos y mantenernos bajo control. Mi mente, más fuerte de lo que ellos esperaban, reconoció la mentira y rompió la hipnosis que nos habían impuesto.

Aproveché la oscuridad de la noche para robar uno de los jeeps. Ellos no esperaban que alguien lograra escapar, confiados en que su manipulación mental era infalible. Con el corazón latiendo furiosamente, conduje durante horas por una ruta desconocida. Después de unas cuatro horas de viaje, comencé a reconocer el camino. Era la ruta de regreso a casa.

Finalmente llegué y vi mi hogar frente a mis ojos. Me arrodillé delante de la casa, llorando de felicidad y alivio. Mis padres y mis dos hermanas salieron corriendo, ¿Mi hermana no estaba en la guerra también? no importa, estaba ahí ahora así que corrí hacia ellos para abrazarlos. Sin embargo, mientras los observaba, una inquietante duda se apoderó de mí. ¿Realmente se había escapado? ¿O me estaban haciendo creer otra mentira?

Con lágrimas en los ojos, decidí aferrarme a la imagen de mi casa y mi familia. Fuera una mentira o una realidad, en ese momento, necesitaba creer en algo. Hoy reflexiono sobre esa experiencia, entendiendo que la verdadera batalla se libra en nuestras mentes y corazones. La lucha por la libertad y la verdad nunca termina, ya a veces, las respuestas no son claras ni fáciles de encontrar. Lo importante es seguir adelante, manteniendo la esperanza y la fuerza para enfrentar cualquier adversidad.

Después de esto desperté, la sensación de humedad y frío del suelo desapareció, y en su lugar sentí el asiento de metal del avión, paré dos veces y desperté en mi cama.

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Nota del autor: ¿Fue todo un sueño? Al final, ¿hubo control mental por parte de los ingleses, o desde el inicio había sido todo una ilusión creada por mi mente? ¿O quizás ese sueño también era parte de su manipulación, una capa más en el entramado de su engaño? Y lo más inquietante, ¿por qué desperté del sueño dos veces? Cada despertar me sumió más en la confusión, sin poder distinguir lo real de lo ficticio.

La sensación de traición y manipulación me persigue, haciendo que me cuestione cada recuerdo y cada sensación. No pude reconocer la verdad de la situación y ahora viviré con esa incertidumbre constante. ¿Qué es real y qué es una construcción de mi mente o de los manipuladores? Esta duda profunda y persistente se ha convertido en una parte de mí, una sombra que no puedo sacudir. Y aunque me liberó físicamente, mi mente sigue atrapada en esa guerra, en esa lucha por la verdad que parece no tener fin… ¿Ustedes que piensan?

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