1.- Se oye a lo lejos las campanas de la iglesia Catedral. Sus llamadas replicantes me indican que es domingo y que debo visitar el templo que un día me bautizó y el que ha sido testigo del adiós de algunos de mis seres queridos. En mis años de infante, ese era un lugar al que asistía por obligación (los juegos callejeros competían contra la visita obligatoria dominical, pero nunca aquellos ganaron). Pero luego, al entrar en aquel imponente recinto con su ambiente sobrio y alucinante, olvidaba la displicencia ya que el día auguraba momentos de misterios y de descubrimientos; asistíamos a la historia del hombre que se anunciaba como el hijo de Dios y que en una cena en la que él sabía que sería la última, utilizaría el vino y el pan para ofrecérselos a sus discípulos, como el símil de su sangre y de su cuerpo, para lograr la perpetuidad de su imagen y de su doctrina.
El pan, ese elemento usado en la liturgia y que data de la época del hombre sedentario, aquel que descubrió la forma de hacer el fuego y que supo aprovechar con su ingente inteligencia, las transformaciones que de forma casual sucedían en el cereal cuando se humedecía y evolucionaba con el calor, tornándose sólido y esponjoso, se nos ha presentado ante la historia como el gran alimento para nuestro cuerpo, tanto para el terrenal como para el espiritual.
2. Es primavera. Ya pronto será Pésaj. Nuestra casa se prepara para vivir en tiempo presente la liberación del pueblo judío representado en el Éxodo. En la huida no hubo tiempo para que leudara el pan, todo quedó atrás. El símil del tiempo actual es presuroso: 18 minutos para cortar la posible efervescencia de la levadura y todo confeccionado con la total ausencia de sal. Es el tiempo para el anecdotario del pan ácimo o matzá. Durante ocho días habré de vivir ese camino de libertad, y siguiendo una tradición milenaria, lograré darle el sentido de alimento reparador al pan, incluso en las formas y sensaciones de gusto insípidas.
Este pan, el matzá, es un argumento de nuestra tradición que logra reescribirse año a año en las memorias de mis viejos y se inserta en las mentes quienes nos iniciamos.
3.- Soy ateo y respeto a todos. Despierto atraído por el aroma del hervor del café. Al lado del colador de tela, lo acompaña un budare que enrojece sobre el fogón: éste aguarda a por la masa redonda de maíz que pronto se convertirá en una arepa. Este es el pan de muchos lugares de América y que comparte mesa y competencia con el pan de trigo. Su origen americano se entrelaza con aquellos del viejo mundo, dándole al nombre PAN, el estandarte del alimento de la vida, el alimento para la vida.
“Somos Maíz”
Somos la vida
que se teje en el surco
bajo tierra
Somos sueños de espigas
que florecen
al arrullo del sol y el viento”
Escribe Ana María Gómez, (tomado de su poema más extenso). Describe la singularidad y pertenencia de un grano que de muchas maneras, se transforma en pan, ese que llamamos en algunos sitios arepa, tortilla, bollito, bollo, torta.
Son historias del pan.
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