Todos; no exagero. Todos los días me encuentro encerrado entre toda esa gente que tiene la necesidad de moverse de un lado a otro, sin encontrar una razón sólida (sin hablar de dinero, claro).
Cada mañana, entre estas cuatro paredes, me veo sometido a escuchar las múltiples historias y desgracias de toda la oficina. Llantos, remordimientos, celos, provocaciones, insultos, risas, e incluso algún que otro despido. Pero por suerte ya estoy más que acostumbrado.
Llevaré en esta empresa poco más de seis años, o eso pone en mi ficha de revisiones anuales. Cada año, de forma aleatoria, viene la persona encargada de inspeccionarnos; estudia nuestro trabajo, observa si aún tenemos las mismas capacidades, nuestra movilidad y, entre otra cosas, el aspecto. Con ello se nos renueva la ficha.
Lo irónico de todo esto es mi duradera estancia aquí. A mis pocos compañeros los fueron despidiendo poco a poco sin llegar apenas ni a los dos años; no es que trabajasen mal, el problema era su aspecto; ¿os lo podéis creer? Yo me conservo bien, si, pero ¿es razón para renovarme la ficha cada año?
En mi opinión, creo que todos tenemos derecho a estar en esta oficina, cada uno ayudando a su manera, sin depender de como tu esado físico se vaya degradando; lo importante es que te esfuerces y completes la tarea por la que estás aquí.
¿Mi trabajo? Subir y bajar. Entre el portal del edificio y la propia oficina hay dieciséis pisos, exactamente dieciséis. Todos los días voy de un lado a otro sin parar, son los cuarenta y ocho segundos más eternos de toda mi existencia.
Nadie ve realmente mi trabajo, cuando yo lo considero el más importante de toda esta gran empresa. No soy director, ni siquiera soy empresario. No me paso horas sentado en secretaría, tampoco hago fotopias, ni mucho menos limpio los baños. Pero os aseguro que si yo me jubilara todo se iría a la mierda.
Sinceramente, si que ha habido alguna vez en la que me lo he planteado. Con tal solo seis años en la empresa no veo tan mal el jubilarme a estas alturas. Nadie me valora, es más, la gente me utiliza cuando le viene en gana. Salvo ella. Marta Ruiz. Ella es la única que pocas veces me utiliza, solo cuando es una emergencia, y me encanta. A pesar de lo poco que la veo, sé muchas cosas de ella, y todo por los rumores y hablares de la gente. Bueno, poniéndonos así, sé cosas de toda la oficina, de toda.
Es interesante como la gente puede ser tan falsa, tan cerda y tan tacaña. Cada día aprendo cosas nuevas, pero ya estoy cansado; cansado de que nadie me de las gracias cuando me tienen delante, de que se desesperen cuando estoy ocupado y tardo en atenderles, e incluso de que algún que otro maleducado deje chicles pegados en mi zona de trabajo. Y esto, señores, va cambiando de un cansancio medianamente soportable a una furia personal. Una furia que quiere salir, quiere ser libre y gritar.
Y por fin, llego hasta aquí adelantándoos mi despito voluntario. Por fin voy a ser libre; sin más revisiones, gritos, insultos, esperas, chicles, rumores, risas, llantos… sin nada, solo libertad. Voy a poder volar sobre el cielo y sentir colores vivos, mientras que mi mente viaja por mundo desconocidos. Tantos años trabajando para una misma empresa ya se vuelve, aparte de rutinario, cansino; y hoy es el día para pararlo.
Señores, mis funciones aquí han acabado. Puede que la idea de avisar al menos al director no hubiese sido tan mala, pero por una vez en todo mi trabajo voy a hacer las cosas a mi manera.
“Queridos y no tan queridos compañeros:
Me despido aquí, por fin, de todas vuestras aberraciones, insultos y vuestras maneras de echarme en cara como hacer mi prestigioso trabajo. Os he llevado de un lado a otro, desde lo más bajo hasta lo más alto de todo este pobre edificio, y todo porque sois todos unos vagos e irresponsables. Yo siempre llegaba a mi hora al trabajo, estaba las veinticuatro horas a vuestra disposición, ¿y vosotros qué? Vosotros os pasáis las mañanas enfadados, gritándome y metiéndome prisa; y todo porque habéis preferido dormir siete minutos más. Pues siento deciros que esos minutos de más se os han acabado. Aquí me despido, mi alma se va a apagar y mi cuerpo, como consecuencia, dejará de funcionar. Se quedará parado, sin movimiento alguno, dejándoos sin nada. Llega el momento en el que os daréis cuenta de lo mucho que me necesitáis.
Atentamente: El Ascensor”
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