Colección: breves y brevísimos

Rojos eran sus rulos, rojas las hojas de la photinia que le servía de marco y rojo el chupetín que había destilado su colorante sobre los labios estrenados poco tiempo atrás en este mundo. Rojizo era el banco de madera sobre el que se encontraba sentada y también la cartera de su madre.

Doscientas un mil seiscientas trece con ochenta y seis vueltas de reloj más tarde, rojos eran sus rulos, rojas las hojas de la photinia que le servía de marco y rojizo el banco de madera sobre el que se encontraba sentada. Pero esta vez, rojo era el carmín que ella había puesto a su merced para que destilara su esencia sobre sus labios, y rojiza era su propia cartera.

No había coincidencias.

Se acercó. La besó. Se fundieron en un beso cuyo destino estaba escrito desde el inicio de los tiempos.

No hubo coincidencias.

Fin

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