De nuevo en el mismo paradero esperando el alimentador. Podría caminar cuadra y media más arriba hasta el otro paradero, para variar; pero no quiero. Prefiero la quietud de la espera es este mismo lugar donde no pasa nada inusual esta mañana de sol radiante y pocas personas; aunque eso ya es inusual en esta ciudad colosal cuya ubicación geográfica en las alturas andinas la destinan a un frío que quiebra los huesos, donde encuentran refugio y hogar millones de personas de toda la nación y de otras naciones del mundo, muchos a lo maldita sea. Ciudad palpitante que crece devastadora y que nos devora de maneras sofisticadas. Como esta en la que nos convierte en el alimento de su sistema mecanizado de transporte masivo.
Nada que llega y las pocas personas le han dado lugar a unas cuantas más que empiezan a apretujarse. La ciudad empieza a mostrar su auténtico rostro compuesto de muchísimas personalidades, tantas que no es algo sano o normal para una sociedad; sin embargo, esta es su idiosincrasia fundamental, la razón de su crecimiento palpitante y su locura colectiva.
El instinto me dicta que debo estar preparado para cualquier eventualidad, lo que es usual en el sistema. «El celular en su lugar, la billetera donde la dejé». La verificación de las pertenencias se ha vuelto un impulso subliminal que ha nacido por ser un cliente asiduo. Nada de otro mundo. Uno de los oficios más antiguos, anterior a los diez mandamientos. Los más profesionales no se dejan notar en su fechoría. No hay manera de saber, tiempo después cuando uno se entera, con quien se tuvo el placer en la aglomeración. A otros les gusta el factor sorpresa y el miedo de sus víctimas cuando se usa un arma o cuando el «raponazo».
Nada que llega y siento la necesidad instintiva de estar preparado para escapar. Las pocas personas de un principio, incluyéndome, nos hemos perdido en una multitud que espera impaciente. Si bostezo estirando las manos puedo golpear a alguien.
¡Por fin viene ese monstruo mecánico medio lleno a engullirnos hasta el exceso! Ahora mi voluntad se ha subyugado ante esta fuerza de la corriente humana. De nuevo vuelve el instante previo a la sigilosa pelea por los puestos desocupados, siempre tan escasos, o los lugares privilegiados en las ventanas para poder respirar un aire menos viciado. Estas son algunas de las posibilidades que se ofrecen en el tumulto. Tengo que admitirlo, es inexorable. También me he perdido en esta masa humana, alimento del sistema.
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