“La Paranoia de una sociedad subterránea”

“La Paranoia de una sociedad subterránea”

Nicolas Marino

02/01/2023

Un sonido agudo, ensordecedor y con esa peculiar constancia matutina me despertó.

Como todos los días de mi vida, aquel molesto ruido formaba parte del mutismo atmosférico de aquel lugar, sin embargo, hoy no era un día tan monótono.

El día de la fecha comenzaba un nuevo siglo para la humanidad, ahora la civilización humana se localizaba en el siglo XXIII.

Miré a mí alrededor, todo se mantenía idéntico al día anterior. Las paredes metálicas yacían con su singular tono grisáceo, en estas yacía algún que otro cuadro de nuestro referente, el líder de la Estación Parker, sitio donde la civilización se vio forzada a descender luego de una guerra nuclear. Como podrán intuir, la base en la cual he vivido durante estos veinticuatro años se sitúa bajo tierra. Según afirma Patrick Fastich (Presidente del congreso que rige sobre nosotros) la Estación Parker se aloja a diez kilómetros de la superficie. Los ojos marrones de Patrick posaban en mi dirección, se asemejaban a dos cámaras, lo que no me extrañaría. Bajo el majestuoso cuadro yacía un firme escritorio de madera rígida, con dos cajones en sus extremos donde puedo guardar mis pocas pertenencias privadas, sobre este se encuentran varios papeles y una espectacular computadora para realizar los trabajos de interrelación con los diferentes sectores que habitan en la Estación. Por ejemplo, yo radico y me especializo en el sector de mantenimiento. Mi trabajo es de suma importancia, sin embargo es tan monótono que pareciera aburrir, no obstante, en este mundo el aburrimiento no existe, el deseo se ha extinguido, y lo individual ha sido sepultado. A tal modo que, por ejemplo, el derecho de poseer un nombre como el de Patrick Fastich, es un ostento de la burguesía, de la élite. Me refiero a que ninguno del resto posee nombre alguno, nos hallamos todos en el mismo cajón, todos somos apodados como “sociedad”, nosotros trabajamos como unidad y por ello debemos concentrarnos en lo plural. Esto no significa que seamos “nadie”, es más, somos la “sociedad”, la base de nuestro sustento, la hegemonía social. Vivimos para ellos, vivimos de ellos, la sociedad es la unidad, el individualismo trae la pobreza, la miseria.

De algún modo debemos de dirigirnos al otro, es por ello que en nuestro impenetrable traje de tela realizado por impresoras 3D, a prueba de balas, de fuego y cualquier contratiempo, yace sobre nuestro pectoral un número.

En mi pecho se aloja el “77” y a este número siempre se le agrega adelante la palabra “agente social”. Por lo tanto, la “sociedad” cuando procede a hablarme debe de decir “Agente social setenta y siete”.

Parece extraño, loco, o hasta inhumano. Pero según los valores de la Estación Parker, esto fomenta el respeto hacía el prójimo, hacía la unidad, nos germina de conexiones, difunde polaridades que ayudan a relacionarnos como equipo.

En mi habitación, además de lo anteriormente mencionado, se aloja mi cama. Una sola cómoda en todo alrededor, por más que seamos un conjunto, la única privacidad que se nos ofrenda es esta, un sitio pequeño, un lugar donde siquiera se puede pensar, porque el tiempo del pensamiento es aburrido, y el aburrimiento en este mundo no existe.

Que el aburrimiento no forme parte de estos valores no significa que vivamos en un mundo feliz o alegre. Pura y exclusivamente, esto cita una rutinaria secuencia diaria, los agentes sociales como nosotros no debemos de sumirnos en los sentimientos de las sociedades antiguas ya que estos originan desganos, sufrimientos, y problemas morales que retrasan la equidad, que difieren el progreso. Es por este motivo que hemos de vivir de y para la “sociedad”.

Antes de las bombas nucleares, mi abuelo fue el hombre que consiguió los boletos para esconderse en este exorbitante bunker que hoy podríamos catalogar como un mundo bajo tierra. Él arribó con mi abuela y mi padre, e inmediatamente fueron distanciados entre hombres y mujeres, mi abuela fue a la “sociedad femenina” y mi abuelo a la restante. Mi padre fue llevado a la sala de reproducción a sus treinta y cinco años, para que posteriormente conociera a una mujer que fue mi madre. Una vez que nací se rompieron sus lazos y fui dirigido junto a mi padre a la sociedad masculina.

La civilización fue distribuida de tal modo para que los sentimientos de atracción entre sexos sean opacados, y así olvidar el significado del amor.

Somos agentes sociales, nos asemejamos a maquinas por el poco sentir de nuestro interior, no gozamos de la riqueza, somos producto de la sociedad y seremos el futuro de ella. No hay acción, no hay anécdotas que narrar, no hay sitio donde se pueda sonreír.

PARTE I

CAPÍTULO 1

Luego de que el pitido matutino finalizara, me coloqué mis botas herméticamente construidas, me arrimé lentamente a mi puerta metálica, desde la pequeña ventana que yacía en esta podía visualizar como el resto de la “sociedad” comenzaba a moverse. Con mi mano blanca y desnuda proseguí a abrir el cerrojo electrónico con mi tarjeta de agente social setenta y siete. Una vez que la tecnología yacente en el cerrojo tomó la contraseña, este se abrió y junto con la puerta corrediza comenzó a moverse. Me infiltré tímidamente y luego la puerta realizó el movimiento contrapuesto, al finalizar su recorrido me aveciné a avanzar hacía el comedor.

El gentío avanzaba, algunos dialogaban de trabajo, otros murmuraban, y unos pocos caminaban solos; uno de ellos era yo.

El pasillo era iluminado por vibrantes faroles de luces blancas, irradiaban sus rayos y rebotaban en las paredes níveas. Todos caminaban por aquel estrecho sitio colocado para el tránsito, era algo así como una “calle”. Luego de cinco minutos de una efectiva caminata llegué al sitio.

Los agentes sociales eran tantos que parecían incontables, era un inmenso lugar dedicado a la alimentación donde veníamos diariamente. Las miríadas de mesas estaban atestadas de comida, de personas, más concretamente hombres.

Me senté en el mismo banco que todos los días. El de la esquina izquierda. Un asiento modernizado pero que aún contiene restos madereros, desde aquí puedo observar todo el comedor y en su centro la maravillosa lámpara de hermosos cristales que nos impregna de tranquilidad. En el extremo derecho se localizan las cocinas, desde allí se divulgan velozmente los agentes sociales dedicados a repartir el alimento hacía todas las mesas. Un hombre se aproximó a mí con una bandeja de metal en su mano derecha, en su traje posaba en número “137” del distrito de cocina, una vez frente a mí, colocó la bandeja en la solitaria mesa, y luego de una breve mirada a los ojos se esfumó.

La comida yacía frente a mí, un vaso de jugo de naranja acompañado por pequeñas porciones de tortas y cereales.

Luego de un desayuno opíparo me levanté de la mesa y con la bandeja en mi mano me dirigí firme y velozmente hacía el despacho de bandejas. La multitud formaba un berrinche sofocante con su murmurar, mis oídos se dilataban de tanto malestar, una vez en el despacho, le di mi bandeja al agente social 109.

Me fuí del comedor y me dirigí al edificio. Necesitaba ver desde la planta alta para no perderme ni un detalle a la hora de describirlo.

Luego de caminar por el mismo pasillo, me topé con los ascensores, seguidamente escribí en el teclado planta superior. La puerta se cerró, y un gran movimiento me revolvió el estómago. Me hallaba subiendo.

El elevador frenó y su cerradura se abrió, una gran circunferencia se hallaba como cúspide, el búnker era un cilindro gigantesco que a medida que descendía se ensanchaba, sin embargo no llegaba a ser oblongo.

Las luces se dispersaban infinitamente hasta el suelo, donde se divisaban a algunos puntos que se movían lentamente hacía una puerta. Por supuesto, el cilindro se hallaba dividido en dos sectores; uno el masculino, y el otro femenino, lo que nos lleva al resultado que conozco a una semicircunferencia del lugar, de la mitad del cilindro.

Me sujeté de las rígidas barandas y asomé mi vista hacía los suelos, allí en el fondo se discernía el cartel de letras verdes que decía “Sector Procrear”, en cada sector se alojaban subsectores o pequeños distritos.

Por arriba de el Sector Procrear se alojaba el Sector Informativo, luego el de las fuerzas armadas, seguidamente el de infectología, más arriba el sector dedicado a la medicina y a la tecnología, a su lado el vestíbulo de las barberías –cada semana los agentes sociales debían de dirigirse a raparse el cabello para que todos nos hallemos iguales –. Sobre estos se encontraba el sector de mantenimiento, de forma seguida el de distribución y selección de alimentos, a su vez compartía distrito con las nuevas políticas, y arriba de este distrito se alojaba el mundo de la burguesía, sitio del cual no puedo informar nada debido a mi poco conocimiento, no obstante, debo de recalcar que cada sitio se ve conectado por pasillos y pequeños sitios –como el comedor –que radican entre los sectores.

Soy alguien que no posee conocimiento alguno sobre los diferentes aspectos que no se vean relacionados con la mecánica o temas de mantenimiento general. Por ejemplo, no me veo informado sobre las armas o nuevos métodos para la vida en la superficie que se puedan estar realizando. Lo único que he de saber es que hay agentes privilegiados que utilizan trajes y suben a la superficie por algún ascensor privatizado del cual la “sociedad” no sabe su ubicación. Es por ello que puedo catalogarme como alguien ingenuo, no gozo de otro margen de conocimiento que pueda repercutir en mi intelecto, lo que me mantiene en el mismo sitio, la burguesía puede manipularnos como tanto lo quisiera que yo no me daré cuenta, no es parte de nosotros la viveza innata. Formamos de algo que nos excede, que nos comprime en este régimen totalitario donde no hay nada que nos haga pensar, todo lo reinante permite que lo complejo se vuelva sencillo y así opacar al pensamiento.

Una vez en los pasillos, los televisores se encendieron de un destello, y por consiguiente todos los agentes sociales nos dimos la vuelta y fijamos la vista en nuestro líder: Patrick Fastich.

-Buenos días para todos –formuló amablemente –. Me temo que debo de contarles malas noticias.

La gente mantuvo su mutismo y en Patrick apenas se discernía un cambio de voz, su tono pareció tornarse militar.

-Es de suma importancia aclarar que nos hallamos en problemas ya que las cámaras generadoras de oxígeno que se encuentran en la superficie se encuentran averiadas y deberán ser arregladas. Para ello se deberá de sacrificar la vida de hombres y mujeres que posean conocimiento sobre esto, ellos serán nuestros salvadores y una vez que cumplan con su trabajo nos revivirán, resucitarán nuestras esperanzas de volver a la superficie algún día, aún no es momento –afirmó con delicadeza –. Cuando los hombres sean nombrados, la multitud se verá obligada a aplaudir tal acto heroico. ¡Agente social número ochenta y tres diríjase a la planta inferior!

Todos comenzamos a aplaudir estoicamente y lentamente el hombre se fugó de nuestras vistas hasta descender por el ascensor.

-¡Agente social número sesenta y seis, y setenta y siete, sigan al hombre antes nombrado! –ordenó fuertemente.

Mis pies comenzaron a moverse, a tiritar, el nerviosismo me sumió en la vergüenza mientras que todos aplaudían felizmente mi acto involuntario de bondad. Mi pecho se frunció de algún modo que me impedía hablar. Caminé hasta el ascensor, y a los pocos minutos me hallaba en la planta inferior.

Una habitación, tres hombres. Un vacío deslumbrante que se alojaba en un silencio espectador, ni siquiera nos mirábamos las caras. Poseíamos el saber de qué una vez en la superficie, moriríamos por los gases que flotan en derredor.

Una puerta giratoria se abrió, y la silueta del presidente se asomó en ella, seguidamente, el hombre se aproximó pausadamente hacía nuestra posición.

Nos estrechó firmemente su mano derecha y luego de saludar a los tres se principio a hablar:

-Hoy se les encomendará una misión de sumo valor, colocamos en ustedes las expectativas de vida de toda la sociedad actual. Fueron elegidos por sus cualidades que los diferencian del resto, han sido escogidos para un bien mayor, algo que los excede. No intenten comprenderlo. Simplemente realicen la tarea que se les ha encomendado. Una vez arriba se les dará las instrucciones, tal vez nunca puedan volver a este sitio, quizá sea mucho que tengan que digerir, además deberán de ser investigados por médicos. La labor durará unos dos meses –sentenció.

Luego dos hombres de la misma estatura y de suma semejanza se acercaron a cada uno de nosotros con un vaso que contenía alguna bebida hídrica que se nos obligó a beber. Seguidamente, logré comprender cómo perdía la noción del tiempo a la misma velocidad que el equilibrio, para pronto derrumbarme lentamente contra el frío suelo.

CAPÍTULO 2

Cautelosamente, mis músculos volvieron a poseer la elasticidad habitual, y tanto como ellos resurgieron a la vida, mis ojos se abrieron con suma sutileza luego de que el veneno se extinguió de mi sangre.

No sé qué tipo de pastilla disolvente colocaron en aquella bebida de sabor a naranja, pero en cuestión de segundos realizó la tarea para la que había sido creada.

Coloqué mi vista en órbita, una hedionda oscuridad se percataba en la atmósfera. Un incómodo respirador de oxígeno yacía como una esfera en mi cabeza, esa especie de casco astronáutico me hacía intuir en qué sitio me hallaba.

Así era, rocé el suelo con mis guantes anti-radiación que se conectaban al sublime y hermético traje. Con el dedo índice logré sentir apenas la tímida humedad que flotaba en las capas del ambiente. Elevé mi vista, y entre las penumbras localicé una estrella, era como un planeta. A decir verdad, posaba en el firmamento como una Luna de este planeta. Fue entonces cuando recordé el famoso episodio capitalista donde el humano llegó a la luna.

Parado en medio de la nada, sumido en el crepúsculo, con los ojos inyectados en el aura lunar, en su forma redondeada y atestada por miríadas de cráteres con una tonalidad, tal vez, más grisácea que lo restante de color níveo. Allí me encontraba.

No lograba moverme, parecía hipnotizado por una piedra que orbita en el Planeta Tierra, era algo tan estúpido que parecía exótico, una cosa tan sencilla de presenciar que se asemejaba a algo insólito; o mejor dicho, inaudito. Lo que acontecía frente a mí parecía inefable, la estrella rutilante fomentaba un pogromo ante la humanidad que pasaba por inadvertido aquel majestuoso acto bondadoso que parecía exento de toda atención. Las sombras que inyectaba la luna en el planeta fueron las encargadas de eliminar a la raza humana para que los próximos valoren cromáticamente la obra de teatro que yacía en la noche. No es algo ambiguo, es, por su excelencia, explícito en todo aspecto.

La beligerancia ha cesado desde que la Estación Parker, a partir del momento donde se desató la guerra entre mundos en la cuál cada país parecía un planeta diferente, fue alienada del anterior mencionado conflicto. Cavilé unos instantes sobre cuánta verdad radicaba en ciertos aspectos históricos de la Estación Parker, no obstante, no hay información que demuestre lo contrario sobre los sucesos que han acontecido. Somos unánimes en todo aspecto, nada se sume en lo individual, es por ello que gozamos de ágapes, de lujos, de progreso. De todos modos, no hay ignorancia que pueda fecundar algún tipo de progreso.

El halo de la luna me susurró una brisa escalofriante que se divulgó como satélite nuevamente hacía el firmamento, seguidamente, una felonía luz rompió en la oscuridad lunar inyectándose por la atmósfera del planeta con un fulgor peculiar que parecía fuego que se sumía en una velocidad imparable: una estrella fugaz.

Una algarabía pareció rondar por el derredor, me señaló que debía de pedir un deseo, o algo dentro de mí lo incitó.

-Deseo vivir –repliqué antes de que la luz se esfumara en el follaje.

Me senté nuevamente en el suelo, esperando que algo ocurriese, no obstante, la paciencia no se agotaría hasta que el sueño me derrumbó.

-¡Agente social 77! –Profirieron.

Me elevé de un salto, el agente número sesenta y seis posaba sobre mí con su monótono corte de pelo al ras, como todo el mundo, y una barbilla que apenas avecinaba su crecida. Sus hombros elevados y fuertes se reafirmaba en sus piernas fornidas, mirándome fijamente con sus ojos verdosos insinuó su desesperación.

Cuando me percaté de la situación, el otro agente social yacía a su lado con las mismas características en referencia al cabello y al vello facial.

-Ya hemos ido a las cámaras de oxígeno y se encuentran perfectas –afirmó el agente social número sesenta y seis.

Sus palabras se difundieron en mis oídos, sin embargo, mi vista se hallaba hipnotizada en lo que podía discernir a su alrededor. Las hierbas húmedas relinchaban jadeantes, la tierra matutina se adormecía junto al verde follaje que nos rodeaba. Árboles por allí, árboles por allá, árboles, árboles y árboles por doquier. Su altura me dejaba atónito en comparación a las plantas que se alojaban en la Estación Parker, aquellas eran diminutas, no tenían comparación ante estos celestiales seres fotosintéticos. Los arbustos que los rodeaban eran inmensos al lado de la vegetación que practicaban en la ciudad subterránea. Todo era tan distinto…

Ni en los cuentos que narraban cuando éramos niños se podía imaginar tal paraíso, con el aura del sol que nos miraba con júbilo y sus rayos que impactaban contra nuestro casco para pronto rebotar y dirigirse hacía la superficie. Los frutales posantes en el follaje se asemejaban a la mejor imagen de un bosque latinoamericano. El sitio donde nos hallábamos los tres agentes sociales parecía, ni más ni menos, que el edén que describe la biblia. En este sitio se podía ser libre…

CAPÍTULO 3

Haciendo a un lado la veracidad contextual que radicaba en derredor, coloqué mi mente en el famoso “aquí y ahora” del que tanto se habla.

Los dos monótonos hombres, tan consensuados como extrovertidos, necesitados de la “sociedad” para coexistir con ella. De eso se trataba ser un agente social, servirle a la burguesía fingiendo ser libres, pero que en el trasfondo pareciésemos ser esclavos de señores feudales.

Es cierto, en tal punto se ha llegado a la extinción de la clases sociales, no obstante, su precio ha sido costoso.

-¡Por favor! De una señal de vida señor –aplicó el agente social número ochenta y tres con suma ansiedad.

Súbitamente me puse de pie, me elevé hasta la misma altura de los hombres, éramos diminutos en comparación al mundo.

-¿Dónde se encuentran las cámaras de oxígenos caballeros? –Consulté elegantemente.

Ambos se miraron sorprendidos ante tal acto de ignorancia, y pronto respondieron a mi encomienda.

-Por aquí –aseguró uno.

Dio media vuelta y comenzó a danzar sobre las hierbas a quien sabe cuál dirección. Me impregné en el ambiente, solíamos realizar siempre las mismas actividades, jamás nos movíamos fuera de nuestra zona de confort. En este momento, para lo que a nosotros concierne, nos hallábamos en otro planeta.

El agente social número sesenta y seis sujetaba con firmeza, en su mano derecha, la caja de herramientas que se nos había brindado para realizar nuestra labor. Ambos caminaban delante de mí, debíamos de abrir el paso entre el arbóreo follaje que transitaba tanto a nuestro lado como en los aledaños, la corteza arbórea de tono oscuro nos demostraba lo fornido que podría llegar a ser uno de los troncos de aquellas selectas especies fotosintéticas. Mientras tanto, como hormigas llevando la comida a su hormiguero, caminábamos desesperados con el objeto de arribar lo más pronto posible a las cámaras de oxígeno.

De repente el follaje pareció extinguirse en un semicírculo, y entre los arbustos se lograba divisar una escueta construcción sobre la superficie.

-Es aquí –argumentaron ambos de forma simultánea.

Nos infiltramos entre el linde selvático y nos topamos con una edificación de cuatro metros de altitud, con una medida de cinco metros de ancho y apenas seis de largo.

El edificio parecía haberse construido hace más de un siglo por su inexistente mantenimiento, las paredes podrían convertirse en escombros en cuestión de segundos. Sin embargo, en la pintura que yacía sobre el revoque posaba el nombre del sitio en el que vivíamos: “Industrias Parker”. Parecía haberse cincelado con un tono anaranjado como aparece en nuestros trajes, pero que con el tiempo y la erosión de los materiales se ha transformado en una tonalidad con un particular amarillo.

-Debemos entrar –aseguró el agente social número sesenta y seis.

Escoltándolo, nos sumimos en la oscura habitación, luego de abrirla, la puerta metálica se volvió contra nosotros, cerrándose fuertemente. Su sonido pareció formar un eco en la penumbra construcción.

-¿Están bien? –Pregunté intrigado.

Posterior a ello, una luz se encendió en el techo y su vibrante volumen invadió la habitación de alegría.

-Aquí estaba el interruptor –informó el agente social número ochenta y tres indicando con su dedo el aparato negro.

Allí dentro, posaba una escotilla tan oscura como la noche, y delante de ella se hallaban los tres tubos oxigenantes. El material del que estaban construidos llegaba hasta la superficie, succionaba el aire yacente en la atmósfera y luego de que este transité por las estaciones químicas que lo purifican, era difundido por las turbinas alojadas en el cilindro.

La computadora que se encarga de que estos funcionen correctamente se encuentra debajo de la escotilla.

-¿Ya han bajado? –Pregunté.

-Si. ¿Quieres bajar? –Consultaron.

Asentí con mi cabeza y uno de ellos abrió ligeramente la escotilla desde una cuerda auxiliar. El metal fue saliendo a la superficie y nos mostró el camino con luces automáticas. Una vez que la escotilla se abrió completamente, los tres nos sumergimos en los peldaños de piedra que descendían bruscamente hasta llevarnos a un estrecho pasillo.

Las luces se alojaban en el techo cada tres metros, estas fueron las que nos guiaron hasta la húmeda habitación donde debía de estar el computador que estábamos buscando.

La puerta corrediza se desprendió, y dio origen a la habitación. En esta se alojaba la computadora de escritorio junto con todos los circuitos detrás de la pared a la que esta se conectaba. Las pantallas encendidas demostraban todos los circuitos, y cada uno de ellos se encargaba de poner a nuestra vista si ocurría algún error. No obstante, todo funcionaba correctamente.

-¿Lo ves? –Afirmó el agente más avejentado –. Funciona perfectamente.

Cavilé unos instantes, y luego, sin siquiera decir nada, los tres nos fugamos de aquel subsuelo. Cerramos la escotilla, salimos hacía la superficie terrenal y cerramos la puerta.

El sol se alojaba en el hemisferio oeste, y su luz engendraba diferentes tonalidades entre el follaje, algunas parecían rosadas, otras tantas escarlatas, y el espejismo arbóreo originaba escasas pero vibrantes tonalidades verdosas.

Si mal no recuerdo, de esto trataba el atardecer. Eso solía decirme mi padre, y aquellos relatos eran narrados por mi abuelo.

Nos sentamos recostando nuestra espalda superior en la antigua pared. Todos generábamos silencio, un mutismo absoluto se perpetuaba desde el núcleo planetario, fue entonces cuando el agente social número ochenta y tres rompió con el armonioso unísono.

-¿Y ahora que se supone que debemos hacer? –Formuló confundido, descontento.

Yo lo miré y sus ojos se giraron hacía mí buscando una respuesta, el hombre estaba nervioso, angustiado, nunca había tenido el poder de decidir en toda su vida, siempre ejecutó órdenes, no sabía qué hacer, la agonía comenzaba a sumírsele. Todos nos hallábamos en su situación, los tres buscábamos una respuesta a su interrogante…

CAPÍTULO 4

Dos horas más tarde, nos situábamos del mismo modo. Exactamente igual, ni siquiera fruncimos el ceño. La piel escamosa era abrumada por la tierra que volaba vitoreando por los aires, sus partículas flácidas impactaban contra nuestros ojos, se inyectaban en nuestro escaso cabello y ensuciaba aún más nuestro pálido rostro.

El sol ya se había esfumado, apenas una estrecha y dulce franja anaranjada era divisible en el horizonte arbóreo. La mitad de la luna iluminaba en el crepúsculo, una pequeña lámpara se encendía y se apagaba en el cielo cuando los árboles impedían su fulgor arribo.

Nada era oído, nada era visto, nada era sentido en aquellas sombras. Apenas podíamos vernos entre nosotros, apenas podíamos discernir lo que acontecía en un margen de dos centímetros, no lográbamos percibir nada además de nuestros escuetos pensamientos.

-¿Cómo es posible la vida en este bosque si ha sido atacado por bombas nucleares? –Formulé con el afán de una sabia respuesta.

-Todo es posible –contrarresto el agente social número ochenta y tres.

-Tenemos raciones para una semana. ¿Cómo sobreviviremos? –Apeló al agente social número sesenta y seis.

-De algún modo se deberá. Los antepasados vivieron entre la selva antes de evolucionar ¿Por qué no lo podríamos realizar nosotros? –Argumenté con rusticidad.

-Nuestros antepasados vivieron toda su vida entre la maleza, entre animales, ellos eran animales –fomentó el agente ochenta y tres.

-Escucha con atención –afirmé molesto –. La mente del ser humano posee el instinto de supervivencia animal, si no lo sabemos aprovechar estaremos en aprietos. Hace más de cien años que no se sale a la superficie, creo que esto ha sido una especie de prueba.

-Tienes un punto. Sin embargo, no sabemos contra qué nos enfrentamos –vocalizó el agente sesenta y seis.

-Nos enfrentamos contra nosotros mismos –cercioré con intelecto.

El sol matutino comenzó a abrumar mi descanso. Golpeando constantemente al cristal de mi casco, el calor se inyectaba sublimemente fomentando que el sudor se esparza entre mi frente.

Era el primer hombre en despertar, y sin dudarlo dos veces, me elevé, coloqué firmemente mis pies sobre las húmedas hierbas, mis botas resbalaban haciendo una coreografía en estas hasta que me alejé hacía el follaje.

Volteé unos segundos para observar, quizá, por última vez a aquellos dos hombres. Ambos se alojaban en un profundo sueño, pensando quién sabe que, olvidándose de la capacidad de disfrutar. Es por ello que caminaba bajo los escandalosamente altos árboles, vitoreando con mí ser, con mi alma. Caminaba en busca de la libertad, iba tras ella, deseaba ponerla en práctica. Siempre tuve el afán de cómo se sentiría ser libre.

Siempre pensé, siempre quise pensar algo diferente, toda mi vida fui alguien extraño para el resto. Era de los pocos agentes sociales que se hallaba algunos minutos en soledad durante el día, aquello era suficiente para catalogarme como una persona rara. De todos modos, aquel diminuto margen de tiempo no alcanzaba para filosofar absolutamente nada, aún menos teniendo en cuenta que aquello era algo prohibido.

El razonamiento nos privaría de la unión que tanto caracteriza a esta “sociedad”, hemos de realizar las tareas para que la especie humana progrese y proyecte una manera de avanzar sensacional, por no decir excelente. Las políticas instaladas por la Estación Parker eran claras, buscan disolver las clases sociales para que la burguesía dominé a la “sociedad” y ésta se auto sustente con su labor. Es decir, los agentes sociales realizan su tarea para que la burguesía goce de sus lujos, y con estos mismos, brinde a la población lo justo y necesario para sobrevivir. Lograr, de algún modo, la ignorancia total sobre cualquier campo específico que no sea en el que se halle trabajando cada agente, de este modo nadie poseería un conocimiento riguroso donde pueda revolucionar el pensar general. En sí, los líderes avanzan hacía la posteridad arruinando las “personas” de la “sociedad”.

Al ver este tipo de árboles, yo solo sabía el conocimiento sobre qué son especies fotosintéticas, son la justificación de la oxigenación, y por lo tanto de nuestra vida. Luego, si debería especificar otro aspecto puntual, no tendría como.

Por ejemplo, también sé que en el planeta hay un núcleo, no obstante, ni siquiera sé cómo está formado, de que se compone. Parecen cosas pequeñas, sin embargo, si unificáramos todos estos aspectos de los cuales no me encuentro instruido, formaríamos al antónimo de un supuesto “Todólogo”.

Focalicémonos unos segundos en dicho concepto, y con tan solo leerlo, es de fácil comprensión que jamás alguien como yo podría ser apodado de tal modo. Ni siquiera en veinte años.

Un pequeño y diminuto pájaro de tono verdoso y pico amarillento se estacionó en los límites de un árbol, el viento zarandeaba a las ramas junto con las hojas de una manera tan elegante que estas parecían una cabellera de los Parker, y aquel diminuto y solitario pájaro acompañaba el sutil movimiento con suma grandeza. Así como el ave llegó, se esfumó entre el follaje hasta que mis ojos no lograron más advertir su volar, su pelaje lo camufló en el paisaje, y de este modo, no contemplé más al ave voladora.

Una vez que aquel ser se esfumó, una nerviosa y vergonzosa sonrisa se originó en mi rostro, instantáneamente intenté cubrirla con mi mano, y al hacerlo, percibí que ya no era necesario, súbitamente coloqué mi mano derecha en su lugar. Mi piel erizada del miedo ante aquel acto ignorante de las “nuevas políticas” volvió a su estado habitual, y sonrojándome entre el follaje fui visitando el mejor paisaje que mis ojos habían discernido hasta el momento.

Aquel acto era de pura incoherencia realizarlo en la Estación Parker, y para los otros dos agentes que, probablemente, se encuentran durmiendo es un delito imperdonable. Este tipo de cosas desmoronaban el trabajo realizado por la “sociedad” del cilindro.

Caminé y caminé entre la maleza, jamás me había situado en aquella situación donde mis piernas ardían de dolor y procuraban un descanso inmediato. Es por ello que me senté al lado de un bello y estoico árbol cuya corteza poseía un tono más claro pero su altura radicaba en la misma posición que el resto, y recosté mi espalda en él, como si fuese una silla de oficina. Mis piernas cruzadas, una sobre la otra, y yo, recostado sobre las acolchonadas hierbas.

De pronto, mis ojos danzaban en un vaivén, se cerraban cautelosamente y pronto se abrían de forma desesperada por si algún felino se acercaba. Así fue como dormité durante un gran lapso de tiempo, soñaba y me despertaba, oía y me volvía sordo, luego me dormía, y sin entender nada resucitaba a la vida.

Aún el sol no caía, por ello fue que retomé el trayecto.

No oí nada, los agentes sociales parecieron hallarse contentos de mí partida ya que ni siquiera se pudo advertir un grito en mí búsqueda. De todos modos, no es algo que pueda provocar en mí significación alguna, es más, me alegro de que puedan responder de esta forma ante la desaparición de uno de sus compañeros.

Tan rápido como el viento, logré discernir el linde de la maleza, parecía algo así como una fuerza descomunal que impedía que la vegetación se esparza a partir de allí. Poco a poco fui acercándome, y era fácil de divisar el drástico cambio. Entre el follaje advertía el comienzo de una tierra extremadamente infértil, la alteración de la tierra estaba casi trazado por un lápiz de punta fina o con una aguja tan pequeña que podría definir el contorno de un espacio con total sencillez.

Al colocar mis pies frente a aquel límite geográfico, tuve el instinto de observar mi alrededor, al voltear mi vista advertí una columna, una gran columna de tal vez cuatro metros de altitud, y tres árboles más lejos se localizaba otra idéntica, construidas ambas con el mismo material, aún se mantenían en pie y con suma elegancia. El paso de los años no transcurría para aquellas edificaciones. Al girarme hacía el otro lado, nuevamente divisé columnas, de la misma estatura, del mismo color grisáceo. Parecían colocadas allí por algún motivo, su localización era exactamente en la misma recta, y probablemente se alojarían más de ellas en la misma dirección.

Su aparición no podía ser coincidencia, algo deberían de advertir, además teniendo en cuenta que a partir de allí, luego del follaje, se lograba advertir la transformación de la tierra, parecía ni más ni menos que una alteración química. Yo me situaba sobre tierra rica en fertilidad, con mi mano junté un puñado de esta y fácilmente se advertía esa tonalidad negra tan particular de la tierra rica en nutrientes y minerales.

Mi instinto insinuaba que algo no encajaba en el rompecabezas, faltaban piezas por supuesto, pero ¿Cómo podría conseguir la información que deseo? Imposible de recopilar datos de este tipo, teniendo en cuenta que estoy solo.

De algún modo deberé de arreglármelas si es que quiero traspasar esta supuesta barrera.

CAPÍTULO 5

Un suave y delicado viento comenzó a acceder al follaje con suma facilidad, las barreras arbóreas eran sencillamente esquivadas por la brisa. Los arbustos danzaban de un lado a otro, las ramas provenientes de los árboles realizaban el mismo movimiento, en cambio, las hierbas estaban peinadas para un solo lado. El sol se había sumergido entre las nubes, nubes grises, oscuras como ninguno de estos días las había visto.

Una crujiente luz rompió el cielo, su estrecho volumen se dirigía con vehemencia hacía la corteza terrestre, y una vez que su acto transcurrió, el planeta retomó su luz habitual. Sin embargo, de forma súbita un escandaloso estruendo aulló entre las nubes para que posteriormente un fuerte diluvio se abalance ante mí.

El agua no cambiaba la situación, no me mojaba, no molestaba. Con mi casco y traje hermético no había lluvia que pudiera reprimir mi accionar. No obstante, los rayos eléctricos se divulgaban por los cielos como fuegos artificiales en fiestas navideñas, las nubes eran iluminadas por esa tonalidad amarillenta que surgía de la nada y en cuestión de segundos se extinguía; su fulgor apenas duraba unos cuantos segundos antes de que un formidable trueno golpee con pasión el suelo terrestre.

La lluvia se infiltraba con suma sencillez entre el compacto follaje. Un viento aún más exorbitante comenzó a inyectarse entre las fuentes arbóreas que parecían que en cualquier momento serían arrancadas de raíz y comenzarían a volar entre la atmósfera.

Por momentos sentí como la brisa me elevaba de la superficie, y durante un mínimo instante volaba hasta que la fuerza de la gravedad me colocaba nuevamente en mi verdadero sitio. El contexto parecía infinito, la lluvia fluía interminablemente, de todos modos no hay nada que no tenga como destino finalizar, nada es eterno, ninguna vida podría serlo. No obstante, esta tormenta podría dejar marcas eternas en la naturaleza, como por ejemplo, derribar árboles. Y es por eso que me pregunto ¿Qué debería de hacer yo para dejar “marcas” eternas? ¿Para que nadie olvide mi vida?

Si hay algo de verídico en mi vida, es que ha de ser extremadamente aburrida hasta hace un día, y no creo que esto pueda ser entretenido para alguien, y de este modo, nunca podría de ser eterno, por lo menos, vivir entre la gente después de mi muerte.

Me senté bajo la lluvia, esta caía y formaba grandes, inmensos barriales en el terreno. Los charcos se agrandaban con cada gota que descendía del cielo, y mi mente no se alojaba en ese entorno tormentoso.

Yo pensaba como podría lograr una supuesta inmortalidad, quería que mi vida fuese la que cambiase el rumbo de la “sociedad” de la Estación Parker, pero me temo que esa gente esté tan contaminada que no podría oírme. Debía de algún modo atravesarme entre los ideales e ideas inyectadas en la mente de los agentes sociales para poder llevarlos a la libertad.

De un segundo al otro, la lluvia finalizó, el cielo oscuro, negro como el carbón se despejó y el sol lanzado hacía el este debía de terminar su trabajo.

Cada vez que avanzaba, bordeando el límite, me topaba con más y más de estas columnas. Todas se alojaban en formidables condiciones.

A las horas me recosté en una de las columnas y el sueño arribó sin permiso. Fue así como me quedé durmiendo.

Con la misma postura desperté de un profundo y preciso descanso. Mis ojos aún poseían esa visión “matutina” de recién despertarse en la que no comprendía ni la totalidad de los hechos, ni de lo que se cierne alrededor. Como si lo externo no viviese, como si todo fluyera soberbiamente sobre nosotros sin siquiera percibirlo, dejándonos dominar por este lapso de tiempo hasta volver a tomar las riendas de la consciencia.

Un tercio lunar posaba en el firmamento, observando en la oscuridad como mi cuerpo comenzaba a ponerse de pie, imaginando que me rendía ante su presencia. Sin embargo, aquel acto era con otro objeto; el de avanzar.

Una fuerza interna promovió que me sumergiera en la frontera, en el linde delimitado con el follaje y las señoriales columnas. De este modo, como si el instinto ancestral se hubiese inyectado en mi sangre, me dirigí con delicadeza hacia allí, con una suavidad extrema.

Fue entonces cuando decidí que mi mano derecha sería la primera en interferir en la barrera artificial. Una vez que mis dedos tocaron el límite imaginario, unas ondas gravitacionales se perpetuaron tecnológicamente demostrando la media esfera que nos encerraba atmosféricamente en el aura de la Estación Parker. Con mi mano realicé fuerza para que esta pudiera atravesar aquella tenaz barrera que con corrientes ascendentes atinaba a elevarme de la superficie terrestre, mis dedos comenzaron a inyectarse entre las paredes imaginarias y lograron infiltrarse con facilidad.

Seguidamente empecé a avanzar hacia lo desconocido.

De pronto, una voz rompió el silencio dominante con júbilo, palabras consejeras se citaron en aquel momento desde el hediondo y oscuro follaje.

-Una vez dentro deberás aprender a salir –argumentó.

Instantáneamente dirigí mí vista hacia donde fue originado ese rompimiento sonoro. Por consecuencia, un aura con mayor oscuridad que el resto comenzó a acercarse hacía mí.

Al ponerse de pie a casi dos metros de mí, noté las diferentes características étnicas que poseía el hombre. Su iris de tono rubí parecía increíble, eran heredados del diablo tal vez. Su cabello, a diferencia del mío, le llegaba hasta los hombros y era sujetado por trenzas nórdicas en la parte trasera del cráneo. En su mano había algo encendido, un diminuto objeto de forma cilíndrica, sobre uno de sus extremos el tono vivo del fuego se expandía y expandía derramando sus partes por el suelo, aquel hombre no llevaba casco, no respiraba oxígeno puro. De tanto en tanto se llevaba ese objeto a sus rasgados y resecos labios, absorbía profunda y delirantemente del otro extremo de esta cosa, y frente a mí se hallaba el extremo encendido, que una vez que el humo era succionado, las llamas parecían inyectarse con más pasión en la materia, se encendía sin cordura para que a los segundos, el hombre libere de su boca una hedionda y pesada masa de dióxido de carbono junto con otras sustancias que se elevaban por el aire contaminando el hábitat de los árboles. Fue luego de eso cuando profirió:

-Buenas noches señor. ¿Quiere decirme su nombre?

Me quedé perplejo, no sabía qué contestar ante aquella pregunta que rompió el hielo que yacía en derredor a nuestro halo. Sus palabras eran poco habituales en mi rutinaria vida, no poseía una respuesta.

-Buenas noches. No tengo nombre, se me conoce como agente social número setenta y siete ¿A qué se debe esta pregunta?

Antes de que pudiera terminar de formular mis palabras, aquel hombre se dinamitó de risa. Se reía con solemnidad, se sonrojaba con aquel artefacto en su boca y parecía morderlo para que este no se cayera. El hombre se desconocía a carcajadas, en mi mundo no se acostumbraba a aquello.

-Vamos, sonríe un poco –formuló con amabilidad.

Seguidamente se acercó y estrechó su mano con firmeza. Luego del ademán retomó la palabra.

-Mi nombre es David, y creo que te llamaré Adán… ¡Como el de la Biblia! –vociferó.

-Adán –murmuré entre dientes.

-Conozco su totalitaria historia de la Estación Parker. ¿Te gusta el nombre? –consultó mientras daba otra pitada.

“Adán” pensé. En verdad me gustaba, dentro de mí mente no conocía más que algún nombre, y Adán no se alojaba en la lista, lo que me hacía alguien diferente.

-Bueno Adán. Cuéntame qué haces aquí, y quiero que sepas que una vez te infiltres por las corrientes gravitacionales romperás las leyes del tiempo y espacio. La brecha temporal entre este mundo y el próximo será abierta.

Mis ojos se quedaron secos en los suyos, no comprendía de qué me hablaba.

CAPÍTULO 6

Su visión nocturna se perpetuaba con esa mirada fluorescente derivada de sus ardientes y vibrantes ojos con su peculiar tonalidad rubí.

-Puedo intuir que no logras comprender nada de lo que te he nombrado –formuló pacientemente.

Yo asentí atónito.

-Presta atención. Comprenderás que yo no soy de por aquí, no provengo de este sitio, y de dónde quiera que provenga no es de tu interés. Ahora bien, este sitio nos tiene enjaulados en una semiesfera que posee una anómala fuerza que es la razón del característico y discernido linde entre este sitio y el próximo. Centrémonos en la fuerza que fomenta que la vida aquí sea posible. Para ser precisos, esto se trata de un domo. Aquí se encuentra la sabia de la vida, allí el vacío eterno. Aquí la ignorancia, allí la sabiduría. Aquí la eternidad, allí el instante. Aquí el totalitarismo, allí la democracia no es posible por la falta de sociedad. Aquí la riqueza, allí la miseria. Sin embargo, allí… en aquel sitio detrás de estas frenéticas paredes, yace el sentimiento.

“El sentimiento” pensé. Aquello que mi abuela y mi abuelo fueron capaces de poseer.

-¿Cómo es sentir? –pregunté con curiosidad.

El hombre se acercó hacía mí y colocó su mano sobre mi brazo derecho.

-En este momento tu sentido del tacto puede percibir que yo te estoy tocando, sin embargo, yo no hablo de este sentir –con su dedo índice fue caminando, patinando por mi traje hermético con suma suavidad provocándome cosquilleo hasta alojarse en mi pectoral izquierdo, encima de mi corazón –. Yo me refiero a estos sentimientos –argumentó.

Me quedé perplejo ¿Acaso es posible sentir dentro de nuestro cuerpo? ¿Qué el corazón poseea sus propios instintos?

-¿Alguna vez has sentido amor hacía otra persona? –preguntó y seguidamente apretó con vehemente fuerza mi pecho, luego quitó su dedo de mi cuerpo.

-He oído, pero jamás lo he sentido, por lo que no podría ni entenderlo, ni describirlo.

Se llevó a sus labios aquel objeto, aspiró intensa y agudamente aquel humo, antes de volver hablar deliberó esa nube más oscura que podía ser percibida desde su boca.

-Déjame narrarte. Uno de los sentimientos fundamentales con los que vive el humano es el amor, amor hacía lo que él quisiese. Yo amé una vez… Diez años atrás, en este momento tengo treinta y cinco años, había una joven mujer con la que compartía todos los días de mi vida. Sus ojos me sonreían todas las mañanas, su cuerpo se sintonizaba con el mío, teníamos la misma sangre. Su mirada parda, alegre y hermosa se fue esfumando con el correr del tiempo, se había transformado en una sencilla mirada opaca, oscura y monótona. Su piel que antes deliberaba felicidad había mutado, era igual a la de todo el mundo. Su cabello lacio y morocho que se deslizaba en los almohadones de nuestro sillón, y de vez en cuando volaba junto con la brisa de las montañas, había quedado en mí recuerdo. Poco a poco la enfermedad hizo que su magnífico cabello se desprendiera todos los días hasta hallarse calva. Sus pómulos habían comenzado a hincharse, sus ojos al sonreír ya no se rasgaban, las oscuras ojeras la transformaban en un zombie. La belleza exterior fue absorbida por su cuerpo, ya que en su interior la belleza que poseía en su corazón fue crucificada por la enfermedad. Su piel comenzó a parecerse a la de un pescado escamoso, su mano siempre se mantuvo firmé en la mía. Pero un día, durante la noche, su respiración comenzó a agitarse más y más, a los segundos, esta se calmó súbitamente, y poco a poco cesó. Sus hegemónicos ojos no volverían a abrirse, su mirada no se toparía nunca más con la mía. Cuando yo nací tuve que esperar cinco años a que mi madre me diera una hermana, ella murió en el parto y mi padre nos había abandonado en el momento en que yo nací, a partir de aquel momento tuve que hacerme cargo de ella. Aún recuerdo su agudo llanto al nacer que se perpetuaba en mis brazos cuando llevaban a mi madre hacía otra habitación. Luego de ese momento todo amor dentro de mí se fue, se extinguió, no hubo estela detrás de mí que me hiciera volver a brillar. El día en que ella murió, mi vida se esfumó, yo me desvanecí junto a ella, yo seguí al lado de su mano que seguía apretándome una vez que su corazón ya había dejado de latir. A partir de allí, hay una parte dentro de mí que no ha podido rellenarse, un vacío que se alimenta de todo lo que yace en mi interior dejándome cada día peor. Es por ello estos cigarros –dijo levantando su mano –. Es el único modo de irme de la realidad.

Hubo algo dentro de mí que parecía aferrarse a mi corazón, como sí dos manos me ahorcaran el pecho. Había quedado helado, anonadado. Él me miraba con sus ojos que parecían de cristal, en ese instante me hizo entender que era el sentimiento. El amor traía sufrimiento, de todos modos valía el precio intentarlo.

-¿Con qué alivias tu dolor? –Formulé inexpresivo con mi mirada a aquel cigarro.

-Esto –comenzó levantando su mano – es un cigarrillo de cannabis. Marihuana. Es por eso que mis ojos se rasgan, es por ello que me desenvuelvo y habló contigo, es por ello que siento estar en otro lugar –acercó su mano e intuí que me estaba ofreciendo de aquellas flores, pero realicé movimientos negativos con mi cabeza y su mano volvió al sitio donde comenzó.

Sus ojos se impregnaron súbitamente en mí mirada, su cuerpo flotaba inauditamente sobre las hierbas, su peso corporal parecía dilatarse con cada pitada, sus manos rozaban la maleza gozando delirantemente con ella. Una vez que le dio la última pitada al cigarro, lo arrojó al suelo y con su bota apagó las llamas de un pisotón.

Luego de ejecutar dicha acción, la única luz que yacía en un margen de cien metros a la redonda había sido apagada.

La mirada del hombre pareció adaptarse a la oscuridad como los ojos de un animal, estos brillaban como dos faroles vibrantes por el viento.

-¿Puedo realizar una pregunta? –Señalé con timidez.

-Desde luego Adán.

-¿Qué sucedería si intentara traspasar las barreras defensivas?

-Ya he sido objetivo con las diferencias que encontrarás en ambos lados. Lo que puedes ver del otro lado de la barrera es una simple ilusión óptica provocada por las tecnologías que mantienen firme a esta barrera. Las fuerzas que forman esta frontera son para aquellos que deseen infiltrarse aquí dentro, la fuerza gravitacional junto con las corrientes ascendentes y una estrecha y leve fuerza eléctrica provoca casi un shock en el momento que una persona quiere adentrarse. Yo sobreviví gracias a un traje fabricado en aquel mundo, luego de entrar aquí estaba hecho trizas. Puedes salir cuando quieras, pero te aseguro que no encontrarás paz en ningún sitio.

-En mí interior puedo sentir un leve cosquilleo –di un suspiro y proseguí –. Sabes, yo siempre he sido raro en esta supuesta sociedad, en este supuesto mundo como dices tú. Todo me parece muy…normal. Aburrido. Siento que debo probar otras cosas, buscar un propósito, entender el sentido de vivir –argumenté.

-Sí lo que buscas es esto que me dices, no hay mejor forma que alejarte de esta caja negra donde no se infiltra ni un resplandor, vete de esta zona en donde has estado toda tu vida y no has encontrado nada. De otro modo siempre serás lo mismo, todos los días estarás igual, porque claro, lo que estás buscando no se halla en este sitio. A veces debes perderte aún más para lograr encontrarte, y creo que tú nunca te has topado contigo mismo. No tienes más tiempo que perder, una vez que cruces esa línea; la eternidad yacente en este mundo te será suprimida, ya que este lugar no existen las baterías del reloj de la vida, al parecer se las han quitado. Aquí el tiempo biológico no corre, allí sí que sabrás que es la vida –advirtió con experiencia.

-¿Simplemente atravieso la frontera? –Pregunté con extrañeza.

-Así es. Pero primero quítate eso –señaló acercándose hasta mí y descomprimiendo el resguardo de mí casco.

Poco a poco, el casco se fue descomprimiendo hasta que con mis manos lo quité de mi cabeza. La brisa se acoplaba a mi rostro con suma suavidad, un respiro hondo me hizo percatarme de la verdadera forma de la naturaleza, ya era momento de irme.

-¿Tú te quedarás? –Consulté.

-No hay nada allí que esté buscando –formuló mientras con un cigarro en la boca y un encendedor en sus manos hacía arder aquella medicina.

Pisé firmemente el suelo, solté el casco y este rebotó contra la tierra rompiendo los sonidos del unísono, sollozando del temor de lo que podría acontecer. El viento chillaba también enfurecido, la luna ni siquiera se veía por la extrema nubosidad que impedía divisar hacía el firmamento. Mis manos tiritaban al igual que mis piernas, mi corazón latía más y más fuerte, en mis ojos notaba como la energía eléctrica comenzaba a entrar dentro de mí. Primero coloqué mi mano hasta que logré sumergir todo mi brazo en aquellas ondas, posteriormente, introduje la totalidad de mi cuerpo. Una vez que ambas piernas yacían en las fuerzas eléctricas, las corrientes ascendentes junto con la gravedad cero me elevaron casi a dos metros de altura.

Las corrientes eléctricas atravesaron mi cráneo con pasión, pudiendo sentir el fulgor de un flash en mi vista que me dejó prácticamente a ciegas. Pronto noté como esas fuerzas tecnológicas realizaban más y más movimientos eléctricos en mi cuerpo, se descargaron contra él, no obstante mi traje hermético soportaba cada golpe. De repente, de forma súbita la electricidad cesó y las corrientes ascendentes me regalaron hacía los cielos. En ese instante cada noción que podía percatar se desvaneció. Por un momento pensé que aquel hombre me había mentido.

Me desperté con mi cara mojada, hacía frío por ello toque el botón celeste de mi traje para que caliente su temperatura. Aún cansado y sin entender la totalidad de los hechos, abrí mis ojos.

Me hallaba solo, en medio de… la nada. En el horizonte solo eran divisibles paisajes y más paisajes.

Sentado sobre la escarcha cavilé durante unos minutos hasta recordar todo, creo que la tecnología que encierra a la Estación Parker puede enviarte a cualquier sitio, algo así como una tele-transportación.

Miré hacia atrás y solo había más hierbas, más ondulaciones, más tierras y más árboles.

-¿Y ahora qué? –murmuré.

CAPÍTULO 7

Nadie respondió aquella pregunta, las palabras formuladas se disolvieron en el viento, los interrogantes parecieron jamás abrirse.

Las tierras posadas frente a mí, se levantaban rigurosamente para alabar la llegada de un hombre. Las vírgenes hierbas se despegaban del terreno ansiosamente para dar a la luz a un oráculo del que yo era el centro.

Adán volvió a la tierra prometida, quizá yo había llegado al edén, tal vez me sumergí entre tantas tinieblas que resucité en el mejor paraíso. De otro modo, el sitio donde me alojaba era un enmascarado averno, el pórtico del infierno.

El follaje volvía a su verde tonalidad y se expandía en una infinita y estrecha franja pincelada en el mejor retrato. A su lado yacía un pequeño caudal que atravesaba la maleza y se extendía horizontalmente sobre mi vista. Lejos de mí, casi en el fin del horizonte, se alcanzaba a divisar un brillante volcán donde el magma rebalsaba y resoplaba angustioso, la lava deseaba que se realicé la erupción, sin embargo está descendía por las laderas con el deliberado afán de matar.

El cielo parecía de cristal, el sol se blandía en un fuego propicio de alegría, no había nube que interrumpiera su arribo a las nuevas tierras, no había molestia que el astro pudiera sentir, no había nada en el firmamento tan importante como la secuencia que comenzaría a acontecer.

Lenta y cautelosamente me aproximé hacía el follaje.

Una vez cerca de este, advertí que una vez pasado aquel pequeño caudal yacía un sendero de unos cinco metros de amplitud que avanzaba en suaves zigzagueos esquivando árboles, pozos, hierbas, entre otras cosas. Aquel camino era transitado por algo o alguien, lo que me hacía caer en la cuenta que el lugar en donde había aparecido no era tal tierra virgen, ya se hallaba poblada. Ya con menos ignorancia me sumí en la maleza, quien sabe con qué me podría topar.

El follaje mantenía un rotundo silencio, el soplido desde el sur era frío y seco, las hojas formaban un inverosímil magnetismo que obligaba al viento a sobrepasarlo por las alturas.

Caminando y caminando, giré mi vista hacía mi izquierda. Un par de ramas con sus esbeltas hojas estaban posadas intentando ocultar algún artefacto, las hojas verdes hacían difícil discernirlo, no obstante un hombre como yo qué ha aparecido hoy en este mundo, no deja nada sin echarle un ojo.

Por ello me acerqué, quité suavemente las ramas y las arrojé a un lado apilándolas. El artefacto parecía antiguo, muy desgastado, observé detalladamente su estructura y divisé cuatro espléndidas llantas, dos delanteras y dos traseras, las cuatro se mantenían formidables.

Era un vehículo.

Escudriñé nuevamente, intentando recordar las narraciones de mi padre sobre los autos antiguos.

-¡Un Chevrolet Monte Carlo 1972! –Susurré deliberadamente –No puede ser cierto.

Su desgastado color amarillo con una estrecha franja negra que recorría desde la parte trasera hasta la delantera del auto me hizo recordar en que se transitaba mi abuelo antes de arribar a la Estación Parker.

Abrí la puerta del vehículo, me acomodé sobre el acolchonado y antiguo asiento. Le di unos golpes y así la tierra se esfumó en un abrir y cerrar de ojos.

-Esto debe funcionar como una de las máquinas de mantenimiento –musité apoyándome.

Las antiguas llaves yacían en su sitio, pisé el desgastado embriague e intenté encender el auto. El motor chilló y chilló hasta que luego de dos intentos comenzó a andar. Debía probarlo.

Comencé a maniobrarlo como a los camiones de remolque con los que depositaba la mercadería en mi antigua vida. Aceleré en dirección a la calle esquivando cada árbol de la maleza, sin darme cuenta ya me hallaba frente al sendero.

Pisé el acelerador con suma fuerza y sintiendo la adrenalina motriz, el auto salió disparado hacia adelante. El marcador indicaba que el tanque de gasolina se encontraba lleno, ambas ventanillas estaban bajas, el velocímetro del vehículo indicaba que transitaba a una velocidad 100km por hora, sin embargo yo no lo sentía. Detrás de sí formaba una espectacular estela de tierra que se esfumaba luego de un par de segundos mientras que seguidamente formaba otra. El viento atravesaba las fronteras físicas del auto y su brisa limpiaba mi cabeza, mi cabello apenas crecido se erizaba con la fuerza trivial con la que este arremetía.

El motor rugía como el más odioso y vengativo león que jamás haya existido, o peor aún, como el mismísimo tiranosaurio-rex del jurásico. La potencia en la que se sumía el artefacto era espectacularmente increíble, parecía imposible de creer que el auto estuviera funcionando con tanta excelencia.

Girando el volante de lado a lado, fui acompañando el desgastante serpenteo del sendero. Pude comprender que no abundaban las precipitaciones en la zona en este período debido a la cantidad de tierra que salía disparada detrás del auto, y por el viento que la levantaba para llevársela a las lejanías.

Fue en ese mismo instante de adrenalina, y en ese abreviado milisegundo donde un leve ruido explosivo se infiltró en el espeso unísono que provocaba el motor. Fue como un pequeñísimo estruendo que no pude comprender que era hasta que sentí como uno de los neumáticos traseros, repentinamente explotó.

Súbitamente, debido a la velocidad en que me transitaba, el auto comenzó a alucinar, dando vueltas de campanas exageradamente mientras que yo volaba de lado a lado, de asiento en asiento, golpeándome la cabeza contra el volante, la nuca contra el formidable techo hasta quedar completamente inconsciente pero aún sintiendo como el auto se mantenía en movimiento. Girando y girando, sin cesar. Alguien había disparado.

CAPÍTULO 8

-Vamos…despiértese. Arrójale otro balde de agua fría.

El líquido poseía una temperatura polar que cuando la primera gota tocó mi nuca me desperté de un salto, tosiendo desesperado, sintiendo como si me inyectaran una aguja en la sien.

Intenté abrir mis ojos, sin embargo aún tenía una vista nublada, desenfocada, no lograba discernir la totalidad de lo que me rodeaba. Podía ver dos siluetas pertenecientes a personas, y una de ellas me mostraba su mano.

-¿Cuántos dedos puedes ver? –Consultaba con singularidad.

Veía tres, o tal vez seis, mi visión parecía no captar el estímulo necesario para poder captar lo que el hombre intentaba mostrarme.

-No lo sé –Señalé.

Aún me hallaba mareado, dolorido. Mi cabeza latía veloz y lentamente a la vez, como si otro corazón estuviese allí dentro, las voces resonaban en un espacio hueco, de lado a lado, de oído a oído, como si todo fuese un vacío eterno.

-Vamos a darle tiempo –Ordenaron.

Percibí el sonido de un picaporte, y el chillar de una puerta antigua que se arrastraba raspándose contra la mugre impregnada en un suelo que alguna vez estuvo limpio. La luz que antes percataba ya no existía, tal vez había oscurecido, o quizá habían cerrado los ventanales ¿Acaso había ventanales? No recuerdo haberlos visto.

-Quítale la banda de sus ojos.

De repente comencé a ver, sin embargo jamás había sentido tal banda, como sí el sentido del tacto hubiera disminuido por el accidente.

Una luz artificial, proveniente de un antiguo y desgastado farol conectado a una garrafa era la razón por la cual podías observar a ambos hombres con suma veracidad.

Uno de ellos era más bajo que el otro, pero no solo eso los diferenciaba. La persona de menor altura parecía tener rasgos del mundo antiguo, cuando el Imperio Chino estaba en su clímax. Este mismo hombre aparentaba unos cuarenta años, la ropa vieja y desgastada citaba un poco de la condición en la que vivía. No obstante, el otro hombre de bigote bien recortado, y de un tono de piel que parecía haber sido sacado del ébano. Su ropa gozaba de una moda peculiar, pantalones rotos, y una remera musculosa que remarcaba la feroz genética que sería ideal para aquellos equipos que buscaban buenos jugadores de Básquetbol, quizá poseía una altura de dos metros, sus brazos largos y pesados imponían el respeto que pocos hombres pueden recibir.

-¿Cuántos dedos ves? –Emitió el hombre de bigote.

En su mano escondía dos dedos, solo quedaban a la vista tres de ellos.

-Tres.

-Muy bien. Vayamos al grano. Ambos sabemos de dónde provienes, hemos querido encontrar ese sitio por siglos, no hay nadie que haya encontrado siquiera pistas. Es por ello que nos vas a tener que ayudar –emitió el asiático.

Súbitamente, pude volver a oír las sabias palabras de David en mi cabeza: “Una vez que entres, deberás aprender a salir”

La oración parecía haberse reproducido y vuelto a reproducir hasta el momento en que pude oírla.

-Lamento decirles que una vez que salí de allí, desperté en este mundo, sin nada detrás de mí. No sé ni cómo me he ido, y no comprendo cómo podría volver. No hay rastro que pueda seguir para regresar.

Ambos se observaron los ojos simultáneamente con un suave giro de sus cuellos, su mirada resultaba alojarse en el mundo de incógnitas, sus mentes yacían en el planeta de los rastros perdidos, en el sitio del vacío, en la nada del todo.

Ni la mejor suite del mejor hotel podría recuperar las almas caídas de ambos hombres, ningún servicio capitalista daría origen a una mejor vida de la que el socialista de la Estación Parker podría ofrecer. Es por ello que se debe de buscar, escudriñar la totalidad universal para hallar la gema, la poesía, de lograr la proeza de culminar con la famosa guerra de los Imperios. De la famosa e imaginaria libertad del capitalismo, y el escueto deseo de lograr la igualdad del socialismo. Ambos sistemas fueron, son y serán el motivo de la miseria, de la agonía. Ningún Estado que brinde planes sociales lograría brindar felicidad en el pueblo. Ningún ente privado de raíces capitalista podría brindar el bien o servicio que la gente tanto necesita; la alegría. No hay nada en el mundo que pueda hacer que la felicidad sea eterna, no hay mejor droga que la de la alegría. Y es por ello que se debe de acabar con la mayor de las mentiras: La politiquería.

-Haré el mejor esfuerzo para ayudarlos, pero necesito información sobre este mundo. Quiero que la Utopía algún día pueda ser alcanzada, por más subjetiva que esta sea.

PARTE II

CAPÍTULO 1

El ruido que realizaba este vehículo era aún peor que el que jactaba el famoso Chevrolet Monte Carlo 1972. Ya habíamos dejado atrás el abandonado edificio en el que los hombres me habían atrapado para quitarme la mayor información posible, sin embargo ambos habían quedado desilusionados ante las terribles noticias.

-Este vehículo es el famoso Willys MB gemelo de Ford GPW debido a que la licencia se debió extender a la Ford Motor Company para una mayor capacidad de producción. Como puedes advertir es un vehículo que posee tracción en sus cuatro ruedas, un todoterreno que fue diseñado para proveer a los soldados de velocidad y seguridad a la hora de ir al terreno de batalla. El mundo cayó en desesperación a mediados de siglo XXI, la industria automotriz fue arruinada; la explotación de petróleo fue prohibida, por lo que el uso de vehículos que necesitaba de sus derivados se desvaneció. Y para que nadie pueda de utilizarlos una organización ilegal creada por los países del tercer mundo fue la que persiguió a cada persona que tenía en posesión estos automóviles para luego exterminar cada rastro de la existencia de estos transportes.

Mientras que Silva (el hombre con rasgos asiáticos) me narraba estos acontecimientos, Gastoni (el hombre con físico de basquetbolista) pisaba el acelerador hasta el fondo, y la tierra volaba por doquier. Ambos se hallaban en los asientos delanteros mientras que yo me colocaba en la parte trasera del Willys MB de 1941, un vehículo que no parecía en absoluto poseer tres siglos de antigüedad.

-Tanto Europa como Asia y América del Norte sufrieron las peores condiciones de la guerra nuclear, la vida en esas tierras fue extinguida para siempre. Solo Oceanía, Antártida, América Central y del Sur junto con el continente africano han sobrevivido. Luego de cien años, los seres humanos que yacían en sus bunkers salieron a la superficie, las personas en las zonas atómicas murieron, mientras que en el resto del mundo, la vida comenzó a resurgir como el Fénix. Este vehículo fue guardado en nuestro búnker, llamado Capella.

-¿Capella? –Consulté extrañado.

La información que Silva me narraba parecía ser captada por mi cerebro de tal modo que era guardada en mi mejor memoria, en el mejor disco duro.

-Capella es el nombre de la sexta estrella que más brilla de nuestro cielo, de las pocas que se podían ver a través de los gases que dejó la guerra. Se encuentra a unos 42 años luz de nuestro planeta, algunos bunkers fueron nombrados con este tipo de nombres para no olvidar nuestro pasado espacial, cuando se exploraba el universo, lamentablemente jamás se pudo llevar a cabo una misión donde se llevará a un conjunto de humanos hacía otro planeta, nunca veremos el auge de la era espacial porque finalizó cuando apenas comenzaba.

¿Qué curioso no?

El ruidoso Willys MB se asentaba sobre la polvorienta tierra como ningún otro automóvil lo ha hecho jamás, su tonalidad verdosa se camuflaría de forma increíble entre cualquier maleza o zona natural donde el color vende fuese el dominante. En zonas como estas, donde el sendero seco, la tierra infértil, y la zona despoblada de personas y vegetación, el auto es un blanco fácil para cualquiera que se percate a tiempo.

No obstante, poniendo en contexto el entorno de la situación donde avanzábamos hacía algo o alguien, no puedo dejar de darle vueltas a cómo el humano ha desencadenado tal desastrosa guerra que ha puesto fin a la evolución del hombre.

Y a decir verdad, en la Estación Parker si nos enseñaron en los colegios globales un poco de este aspecto, la historia no existe en aquella sociedad, sin embargo, la evolución histórica desde el australopithecus hasta el humano de hoy en día fue de los conocimientos donde más énfasis y más concentración se le dio. Es por esto que intento disuadir como los jefes de las naciones, los presidentes de los países han puesto fin a esta evolución de una forma tan catastrófica. Implementaron la inteligencia para autodestruirse.

¿Cómo hombres de prestigio y de culto podrían cometer semejante pecado?

-Escucha con atención Adán. La sociedad de aquellos tiempos, nos agarró con ambas manos como si fuésemos un mosquito, y nos colocó en un cubo hueco, oscuro, vacío, obsceno en todo sentido que uno pueda encontrarle. Nosotros pareciéramos hervir de la furia en un sitio de donde no podemos salir, somos materia incandescente dentro de él, es por ello que debemos de encontrar la forma de salir, la forma de volver a la libertad.

-¿Cómo volveremos a un lugar que no conocemos, Silva? –Pregunté.

-Con una linterna, así nos percataremos de que tenemos delante y a donde debemos ir.

CAPÍTULO II

-¿Qué es la soledad para tí Adán? -Preguntó el profesor.

Era mi séptima clase con él, y todavía me resultaba extraño su nombre: Tom. Su barba larga y pelirroja era impresionante, pero lo que más me sorprendía era unos lentes que utilizaba, lo hacía parecer más culto, más sabio, más vacío. Además gozaba de un gran estado de forma para tener 50 años y apenas se le presenciaban las primeras canas en su delirante cabello que poseía la misma tonalidad que el fuego.

-La soledad… Creo que es una palabra demasiado compleja para definirla.

-Aunque sea intentá, de eso se trata el aprendizaje

-Siento que es el vacío, el comienzo a la depresión, el paso a desconocer todo.

Dió un suspiro y me dí cuenta del sermón que vendría detrás

-La verdad que es un tanto acertada tu definición, pero a veces debemos de ver las cosas desde otro lugar, me refiero a una perspectiva distinta. Como bien dices, la soledad puede ser el comienzo a la depresión, pero también puede ser el paso a la paz. Ambos son extremos sorprendentes. Este día nos centraremos en la “soledad depresiva”, a menudo las personas comienzan a preguntarse el por qué, empiezan a dudar de la realidad. Generalmente esto puede ser debido a la falta de algo, a un vacío en su interior; probablemente la pérdida de algo exterior, que fomenta la pérdida de sí mismo. En esto último surge el problema, la pérdida de sí mismo. -El hombre bebió un sorbo de agua y prosiguió – Cuando una persona comienza a desorientarse y a corromperse, un agujero en su alma provoca que no encuentre sentido, sentido a vivir, a seguir adelante. ¿Para qué vivir en un constante sufrimiento, en un ciclo interminable de agonía? No logran escapar Adán, no pueden, están hipnotizados por el sufrimiento. Lo peor de todo es que ellos son los que más sonríen, ya que esa es la mejor forma de olvidarse, de fingir un estado en el que quisieren estar, toda una actuación para ahorrarse las molestias de que le pregunten cómo está, cómo se siente. Se fugan de la realidad, verdad que lo intentan, verdad que intentan escapar de esto Adán; pero muchos de ellos no pueden, e intentan salvarse ahogándose aún más en la oscuridad, en la muerte eterna.

Yo oía atentamente al sabio hombre.

-Es verdaderamente doloroso no poder ayudar, y ver como de un día desaparecen, pero la realidad es que habían desaparecido hace tiempo, no existían. Estaban perdidos, hundidos; esperando que alguna mano los ayude, que alguien los guíe hacía la luz que tanto anhelan. Tristemente esto es peor que la muerte. Adán, te estoy hablando de la ausencia de uno mismo; este tipo de soledad se alimenta de sí hasta dejarlo sin nada, hasta vaciarlo de su esencia; y cuando su último rayo de luz se apaga…

-¿Muerte? -Pregunté intrigado.

-Ellos ya estaban muertos, solo seguían con su vida como si nada, como si todo fuera lo mismo; fingiendo un arcoiris, pero por dentro tenían la peor tormenta de todos los tiempos, pensamientos vacíos con fuertes vientos que se llevan lo poco bueno, y una lluvía torrencial que los carcome psicológicamente, erosiona su alma hasta el fin, cada gota los derrumba un poco más hasta caer por el precipicio.

-¿Y por qué pasa esto?

-No todos nacimos para aguantar el sufrimiento de este infierno, para soportar todas las tormentas; siempre hay alguna tempestad que nos derrumba, a veces no podemos ponernos de pie tan fácilmente; un día nos olvidamos como germinar después de estas lluvias, ese día o encontramos la forma volver, o simplemente quedamos bajo tierra. “Los más fuertes sobrevivirán”. Es por este mismo motivo lo que escribió Friedrich Nietzsche “El valor de un hombre se mide por la cantidad de soledad que es capaz de soportar”.

-Son palabras muy sabias Tom -argumenté – ¿Quién es este hombre?

-No es importante su prestigio, a veces solo debemos focalizarnos en lo que nos aportan, y solo darle aprecio a ello.

Hacía ya dos meses que me encontraba en este sitio, para mí un lugar ajeno, alienado del mundo en el que yo vivía. ¿Para qué? Habían sido dos meses de una supuesta educación, un pantallazo informativo para ampliar o despertar mi conocimiento. La primera clase que tuve con este importante profesor, lo primero que citó fue una frase que retumbó en mi mente, fue algo fuera de lo ordinario. Él dijo: “Para investigar la verdad es preciso dudar, en cuanto sea posible, de todas las cosas”. Sin embargo no quiso decirme de donde provenía esa sabia frase por el mismo motivo en el qué no me permitió preguntarle sobre Friedrich Nietzsche; Tom me ayudó a formarme como alumno de la duda, de lo más importante.

Aquellas clases fueron tomadas en una pequeña pocilga de madera de roble, rodeada por espléndidos y esbeltos acacios que nos brindaban una inmensa oscuridad, impedían que los rayos del sol se filtren por los pocos ventanales que yacían en el hogar del hombre. Yo me sentaba en una banca de madera delicada, y Tom se paraba al lado de una pizarra donde escribía cada palabra o frase importante que estuviéramos analizando en el momento. Algunos días donde el día se hallaba bonito tomábamos las clases fuera, sentados sobre el césped de su hermoso y cuidado jardín, donde en primavera relucían y bailaban las flores de sus canteros. Extrañaré mucho a Tom.

La ciudad era muy pequeña, Silva y Gastoni vivían en sus casas con sus mujeres, esperando que llegara el momento. La “Villa de la esperanza”, así se llamaba el pueblo, gozaba de unos mil quinientos habitantes; hombres, mujeres y niños. Los ancianos eran trasladados a otras villas de la resistencia más lejanas donde los búnkers aún se hallaban en condiciones, ya que Capella había sido destruído luego de sobrevivir a la guerra nuclear. Con la población sobreviviente pusieron manos a la obra y construyeron la primera ciudad en el exterior desde la guerra; realizaron los hogares necesarios, dividieron las tareas y reactivaron el mercado de la resistencia. Los comercios volvieron a ser la base de la economía, a través de grandes automóviles se llevaban a las distintas bases lo que necesitaban, y realizando el famoso “Trueque” volvían a su pueblo con algo a cambio. Este era el motivo del nombre de la villa.

De todos modos, a mí me faltaban tantas cosas que aprender y sin Tom ya no sería posible, se había ido para siempre. ¿Qué haría yo entonces? Que cosa tan extraña e insensata la muerte. ¿Para qué vivimos si ya sabemos nuestro destino? ¿Qué nos justifica? Estamos obligados a formar parte de este ciclo infinito de vida y muerte, vivimos solo un poco para luego volver a la nada eterna. Pero ¿Y sí la nada es en realidad lo que llamamos vida? ¿O solo es la ausencia de un todo? No obstante lo que es verdaderamente aterrador es el sueño eterno, el comienzo del dominio del inconsciente, el fin de la conciencia. Por algo los niños le temen a la oscuridad, a lo mejor venían de allí y no desean regresar.

¿Cómo viviría yo sin una meta, sin motivaciones? A lo mejor era momento de ahogarse en la búsqueda de un propósito ¿Quién sabe?

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CAPÍTULO III

Era una noche abierta, una paranoia eterna.

La oscuridad era tan espesa que apenas eran advertidas las estrellas yacentes en el firmamento, no había luna en aquel crepúscular ambiente, las luciérnagas parecían esconderse del delirio del mundo, ni siquiera la luz de la villa podía iluminar semejante vacío. Todo se veía tan apestado, tan tuerto, tan humano. La brisa era tan inexistente como la vida en las sombras de esta noche, el silencio dominaba cada latido del mundo, nada se oía en semejante paraíso; ni las adversidades de cada Era se podrían oír en aquel ambiente, solo había lugar para aquellos que soporten la soledad, para los que puedan sobrevivir solos.

Solo el deseo podría salvar aquel silencio ¿Pero quienes desean hoy en día? Solo los locos.

Lo único que mantenía la vida del Valle Esperanza era la falsa idea de progresar hacía algo, la falacia del progreso, la mentira más fomentada en los humanos; progresar. ¿Nadie se ha preguntado si verdaderamente existe esto? Que extraño creer todo lo que se le dice, que repugnante ser un seguidor de la mentira; que repugnante no darse cuenta que todos somos eso; seguidores de mentiras, de falsos y ya estructurados sueños. Hemos llegado al punto de no saber quién corrompe a quién, si la sociedad al hombre, o el hombre a la sociedad.

Aún no entiendo cómo soporté vivir tantos años en la sociedad de la Estación Parker, hoy en día iría allí y colocaría una bomba nuclear dentro, así extinguiría la ignorancia.

Cualquier persona en el mundo debe de tener metas para vivir, necesita objetivos para seguir adelante, sin ellos su voluntad se extingue. Cuando la voluntad se pierde, la vida no prospera, sin voluntad no hay vida. A veces es necesario algo que nos incentive a vivir; esto era lo que a mí me faltaba.

Como cualquier otro día, yo intentaba gozar del paraíso de mi entorno, las aves ululaban en el unísono reinante, la brisa atravesaba las calles pueblerinas y despeinaba las altas hierbas donde los animales domésticos se alimentaban. Caminé y caminé hasta situarme en la frontera de la villa donde podía darme el lujo de divisar a los pastores realizando rodeos con el ganado, apartando a los animales en parcelas para aprovechar cada mínimo alimento y así mejorar el rendimiento de la tierra. Y en otro sector, situado hacía el oeste, se advertía a un grupo de personas encargadas a la agricultura, un vehículo viejo creado en el siglo xx arrastraba a la carga una máquina que se utilizaba para sembrar el suelo. Este viejo vehículo me lo había mencionado Tom, lo llamaban tractor, y este tractor era un John Deere con su particular tonalidad verdosa que suele camuflarse en los verdeos del sembradío a lo lejos. Era una obviedad que la primavera arribaba más temprano de lo habitual, y en el pueblo yacía un grandioso silencio, ya que cuando la primavera llegaba había que poner manos a la obra, no había tiempo para descansar; porque donde menos se espera el invierno aparece nuevamente.

Particularmente dedicaba mi gran parte del tiempo a leer, investigar y sobre todo conocer. La biblioteca gozaba de brillantes obras científicas tanto como filosóficas, yo solía dar más atención a lo abstracto, a lo filosófico. Para mí la ciencia era algo así como una cárcel, el hecho de querer encontrarle a todo una explicación provocaba que dejase de poseer el verdadero sentido, ya que a veces simplemente los hechos no necesitan de una explicación, sencillamente no tienen coherencia alguna. No obstante, esto no quita que la ciencia haya sido y será el motivo de la evolución humana y de su misma extinción, ya que el mismo apetito de conocer y saberlo todo, provocará consecuencias que la ambición humana no podrá controlar. Y así es como volveremos a la nada. A la inexistencia.

Es tan raro como de repente todo pude tornarse gris, negro, oscuro, vacío. A veces no nos percatamos que en un abrir y cerrar de ojos todo puede dar un imprevisto giro, no comprendemos que una decisión puede ser la causante de nuestra ausencia eterna. Es cierto que en un momento todos llegaremos allí, a la ausencia. Sin embargo, cuando pasa esto todos nos sentimos raros; como si estuviéramos desprevenidos, débiles. Toda decisión tiene un desencadenante, y aún así creemos que somos intocables, eternos, en ese instante no tenemos tiempo a pensar en nada, son segundos y todo comienza a sangrar, la vista se nubla, se nos escapa. No solo se nos está escapando la vista, la mente comienza a distorsionarse, a sumirse en esa paranoica idea de la muerte; pero ya no hay vuelta atrás, pronto dentro nuestro sentimos como el pecho se nos inunda, se infla y algo nos sube por la garganta, para que seguidamente empezamos a escupir atinadamente ese líquido espeso que yace por todos lados. Y nuestra distorsionada vista logra ver por última vez ese rojo fluído.

El vacío al que nos dirigimos es el mismo que el que acabamos de dejar en las personas de nuestro entorno, a lo mejor también dejamos alguna lección, algo… o quizá nada, solo nuestra ausencia.

Entonces ¿Qué sentido tiene? Si todo lo que hacemos y haremos será olvidado ¿Qué sentido tiene? Si las únicas personas que nos recuerdan también se irán a ese vacío junto con toda su memoria hasta que nadie recuerde nuestro pasar ¿Qué sentido tiene? Si nada quedará de nosotros ¿Qué sentido tiene? Sí no dejamos una enseñanza ¿Que sentido tiene? Sí todo terminará en oscuridad algún día ¿Qué sentido tiene? Si no habrá libros ni documentos para que las próximas especies que dominen la tierra puedan hallar nuestros escasos descubrimientos ¿Qué sentido tiene? Sí cada decisión que tomemos no afectará para mejorar la vida de los demás ¿Qué sentido tiene? Sí mañana un asteroide destruye todo lo que conocemos y nada más viva de nosotros, ni siquiera nuestros recuerdos. ¿Qué sentido tiene vivir? ¿Alguien puede decirme? ¿Alguien lo sabe? ¿Algo me lo explicará alguna vez?

Como cualquier mañana todo fluía normalmente, no obstante algo me decía que debía hablar con alguien, que necesitaba de alguna actividad para desconcentrar mi mente. Luego de desayunar galletas de arroz junto con un rutilante vaso de leche me levanté de mi silla, abrí la puerta de mi hogar y la brisa matutina despertó mi andar. Me hallaba bajo un glorioso día primaveral donde el sol brillaba sin cesar durante su alba y yo danzaba por el sendero de la villa, dirigiéndome al hogar de Silva.

Una vez frente a la puerta, me aproximé y toqué tres veces. Seguidamente la silueta del hombre atravesó la sombra.

-¿Me acompañas a caminar?

-Por supuesto Adán.

Avanzamos hasta alejarnos de la villa y situarnos en los aledaños de ella. Nos mantuvimos en un profundo silencio mucho tiempo, apreciando la naturaleza o intentando apreciarla.

-Necesito encontrar la Estación Parker Silva.

-La hemos intentado hallar por más de cinco décadas y lo más cercano que descubrimos es a tí. Qué nos dices que te elevaste por los aires y apareciste frente a un paraíso, donde te topaste con el bosque, y poco duró esa pronta libertad. Ahora dime ¿Cómo supones encontrarla?

-Debo ir a donde me expulsaron las fuerzas ascendentes, justo antes de todo.

-No hay nada allí, desperdicias tu tiempo Adán.

-No puedo vivir pensando que hay humanos que no conocen la verdadera vida, que no saben pensar, que no entienden de libertad -argumenté.

-¿Acaso tú crees que nosotros entendemos algo de todo eso? -Certificó Silva.

-Yo creo que no podemos quedarnos sin hacer nada, sabiendo que hay un mundo dominado por un par de oligarcas.

-Ay Adán. Hace siglos la vida funcionaba así, el gobierno dominaba a todas las personas que vivían en “su” territorio ¿Alguien hizo algo? No. Dejaron que la rueda siga su curso hasta que una guerra se llevó todo. ¿Acaso quieres una guerra? Es ir en contra de la vida.

-¡Lo que hacen en la Estación Parker es ir en contra de la vida! -espeté.

-¡¿Y qué puedes hacer al respecto?! -Vociferó – ¡No puedes hacer nada!

-¿Acaso sabes algo que yo no? -Consulté tras su tono.

-Adán he querido decírtelo. Ya hemos intentado todo lo posible, esa ciudad subterránea está aislada del planeta, no hay ningún satélite que pueda hallarla, recorrimos todo el mundo para frenar con esto. La primera vez que una persona salió de allí fue hace cincuenta años, desde ese momento no frenamos nunca, intentamos hasta lo imposible. No sabemos nada de ella, no podemos hacer nada, no puedes hacer nada. Ya has estado bastante tiempo adaptándote a nosotros; tuvimos una reunión con el consejo de la villa y se decidió que a partir de mañana deberás comenzar a trabajar para beneficiar al pueblo. Comenzaras a rodar en este sistema, el liberalismo volverá al ruedo y tú apoyarás esto.

-¿Qué clase de liberalismo es este?¡¿ El que me priva de sacar a la gente de una ciudad que los opaca? Las personas de la Estación Parker no pueden darse cuenta de nada debido a su alto nivel de ignorancia, es mi deber ayudarlos.

-Adán, tu deber está aquí. Mañana te veré en el campo. Adiós.

Silva fue sincero, duro, cortante y arrogante. Me sumergió en la tierra. Yo me mantuve parado unos segundos mientras veía como él se iba hacía la ciudad, se alejaba cada vez más, rezongando ante mi petición. Yo aún no podía admitir que él tenía la razón

Yo me quedé pensante como de costumbre, rondando en los términos de libertad, existencia, esencia; esas cosas que tanto nos definen. Yo no quería vivir sin una de ellas, realizar lo que me pedía mi amigo era abandonar mi esencia, sin esencia no hay libertad; y sin libertad no hay nada. Sin libertad el término de existencia queda a un lado, solo, vacío, por lo tanto sin sentido; incoherente. ¿A qué quiero llegar? Si seguía el camino que me indicaba Silva era un callejón sin salida, un camino de certezas, de jaulas. Yo no quería eso, yo no podía vivir con un taladro mental que me molestaba todo el tiempo que me indicaba que debía salvar a la gente de la Estación Parker, era como vivir en un infierno. ¿Para qué vivir si no se pueden satisfacer nuestros deseos, nuestras metas?

Caminé lentamente hacía mi habitación, prestando atención a cada gramilla, a cada reluciente hierba, a cada diminuta flor. Advertí cada árbol, cada raíz. Oí cada sonido proveniente de los pájaros, cada silbido. Me detuve en el tan monótono andar de la sociedad, en cada paso de cada persona, de cada destino, estaba todo ya escrito: nada poseía algún tipo de coherencia.

Entré a mi choza sin siquiera pensar, ensimismado en una ruina profunda, tajante; en la certera realidad de que nada puede hacerse al respecto. Seguidamente caminé suavemente hacía esa particular silla en la que me sentaba a leer en tantas ocasiones, la sujeté con ambas manos y la coloqué debajo de un tirante de madera que sostenía el antiguo techo. Sin siquiera dudar, caminé hasta debajo de mi cama, me volteé hacía abajo para así lograr alcanzar una soga.

La miré atentamente, luego observé la silla, y por último el tirante. Me acerqué al asiento, lancé la soga sobre el tirante hasta que ambas extremos de ellas se encontraron en mis manos. Realicé un fuerte nudo para que se sostenga estoicamente del tirante, el siguiente paso a seguir fue amarrar mi cuello a la soga lo más fuerte posible.

En la habitación me hallaba completamente solo. No tenía nada por qué vivir, lo único que me motivaba había sido suprimido por mi compinche; yo estaba seguro de que no podría vivir un segundo en esa falsa idea libertaria.

Pateé la silla y quedé en vilo.

Mi cuerpo se balanceaba a diestra y siniestra, la soga sofocaba delirantemente a mi cuello; lo atosigaba con tanta pasión que sentía el vehemente sigilo de la muerte. Mi cuerpo convulsionaba, mis pulmones no lograban respirar y mis ojos se escapaban de su órbita fugándose en la oscuridad eterna. Cada segundo se tornaba más y más lento.

¿Qué sentido tiene vivir en una paranoica idea de libre albedrío? ¿Para qué formamos parte de esto que catalogamos vida? ¿Hay algo más después de este eterno ciclo?

De pronto oscuridad, vacío eterno.

Una luz blanca me encandilaba y mis ojos desenfocados intentaban identificar algo.

-Agente social número sesenta y siete ha pasado el primer nivel de esta prueba. Descanse que pronto será sometido a otro tratamiento psiquiátrico.

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