Capítulo 1

Era una noche tranquila de marzo en la que me encargaba de seleccionar los artículos que iban a aparecer en la edición de abril de la revista Gaceta Zeta, ya que de eso se trataba mi trabajo como jefe de edición. Un sándwich de salmón con un americano bien cargado en la cafetería más cercana a mi casa eran los acompañantes de esa odisea.

Aún recuerdo cómo descubrí el lugar. En las primeras ocasiones que salí a explorar mi nuevo vecindario no le tomé mucha importancia, pero conforme ascendí en la empresa el tiempo para prepararme algo de cenar al salir del trabajo se hizo cada vez menor. Una noche me dispuse a comer ahí y me convertí en cliente frecuente.

Era un excelente lugar en relación calidad-precio. Las mesas rectangulares color chocolate a lado de las grandes ventanas que daban vista a la calle; unos asientos de cuero (sintético asumo), y otros elementos más como el piso compuesto de una imitación de tablas de madera y unas bombillas de luz al estilo del siglo XX coexistían en armonía replicando un estilo vintage bastante elegante y de muy buen gusto.

A unos metros de distancia se encontraba la barra de color café con más asientos disponibles. Yo me encontraba sentado en esta sección, con mi archivero y laptop de lado izquierdo. A pesar de ocupar un espacio superior al promedio de todo aquél que se sienta en esa sección a la señora Ramírez, la propietaria, no le disgustaba, ya que entre semana el sitio se hallaba casi vacío, solo había tres desconocidos en la barra y una madre con su hijo en una mesa.

El reloj marcaba las 9:22 de la noche. Contaba con 38 minutos para revisar dos artículos restantes antes del cierre. Era el turno de leer el artículo de Cinthia Rendón acerca de las ventajas de consumir Vitamina B. Su publicación estaba confirmada ya que es esa clase de artículos que siempre son agradecidos por nuestros lectores.

Le di un sorbo profundo a mí café, pues apenas había consumido menos de la mitad. Al momento de colocar la taza en su plato un estrepitoso sonido llenó por completo el recinto. Rápidamente todos los presentes encontramos el punto de origen: la televisión. Dirigimos la mirada a la pantalla plana para saber que estaba ocurriendo. Lo que hace unos momentos era una escena de acción de un clásico de los estudios Marvel, se transformó en un fondo negro con un mensaje en color blanco que se leía así:

«EMERGENCIA: ATAQUE BALÍSTICO ENEMIGO EN CURSO. ESTO NO ES UN SIMULACRO. MANTÉNGASE EN CASA Y EVITE ÁREAS METROPOLITANAS HASTA QUE LAS AUTORIDADES INDIQUEN LO CONTRARIO»

Mi corazón latió como adolescente enamorado, pero el sentimiento no era parecido en lo más mínimo ¿Había comenzado la Tercera Guerra Mundial? ¿Estábamos siendo víctimas de un ataque terrorista? Mientras todos contactaban a sus seres queridos por medio de sus smartphones otra pregunta que era aún más aterradora vino a mi: ¿Estábamos cerca o lejos de la amenaza?

Como si el cielo me hubiese escuchado la respuesta llegó inmediatamente.

La tierra se cimbró de una manera que nunca antes había sentido. En un movimiento cuestionable, pero hecho bajo mis impulsos, decidí asomarme al cristal para saber que había ocasionado ese temblor. Cuando estaba dispuesto a levantarme de mi lugar la señora sentada en la mesa frente a mí gritó: ¡Dios mío! Trastabillando, intentó agarrar a su hijo y dijo:

– ¡Salgamos de aquí, el edificio de enfrent…!

La frase fue interrumpida por un enorme escombro que perforó y destrozó el techo, aplastando a ambos. El resto de la estructura no colapsó, pero la esquina de la cafetería quedó al aire libre. Después de que el polvo se asentó pude ver el edificio de enfrente cuya parte superior estaba totalmente destruida. Un hollín muy denso cubrió rápidamente la fachada color amarillo a causa de las llamas que el edificio escupía en todas direcciones. Por la fuerza generada del impacto grandes pedazos de material salieron disparados cayendo cerca de nosotros.

Volteé y vi a la señora Ramírez en un estado completo de shock. Le grité:

– ¡Señora Ramírez, salgamos de aquí!

El volumen fue lo suficientemente fuerte para salir del trance y respondió:

– ¡Salvate tu, hijo! ¡Ya no puedo correr!

-Tiene que salir. ¡Va a morir!

– ¡Sal de aquí ya! ¡¡Escondete!!

Aunque no quería dejarla, ella había tomado su decisión y yo tenía que hacer lo mismo. No lo pensé dos veces y salí a la calle por la puerta principal.

El cielo rugió. Alcé la mirada y vi seis grandes aviones de combate que en formación se dirigieron al centro de la ciudad. A causa de los escombros del edificio el tráfico estaba detenido. Gente gritando yacía afuera del edificio destruido suplicando que llegaran los servicios de emergencia cuánto antes para contener el incendio y sacar a los pocos sobrevivientes que seguramente quedaban.

Intenté hacer mi aporte marcando al 911, pero fue imposible, las líneas estaban saturadas. La gente salía de sus autos frenéticamente mientras se dispersaba en variadas direcciones.

En solo unos segundos una noche pacífica se convirtió en un completo infierno.

Debía conservar la calma y pensar con la cabeza fría antes que todo. No quise ir a mi edificio porque no quería correr con la trágica suerte de aquellas personas atrapadas. Había una posibilidad de ver hacia dónde se dirigían los aviones de combate. Tenía que ir al norte dónde se encontraba el parque Centenario. En ese punto de la ciudad no habían edificios ya que enfrente del mismo se encontraba el mirador con vista al mar, pues yo vivía en una isla muy similar a lo fue en su momento la ciudad de Nueva York. Desde ahí se podía ver el corazón de la ciudad dónde había más rascacielos.

Corrí unas cuatro cuadras entre el disturbio de la gente. Autos abandonados, estrellados y gente peleando en la calle era todo lo que había. Entre esos disturbios pude distinguir algunos asaltos. Los delincuentes habían aprovechado el momento para robar cuanto más pudiesen. Un chico estaba rodeado por tres sujetos que revisaban su mochila sin descaro alguno. Me quedé parado a unos 10 metros pensando en intervenir cuando uno de ellos me gritó señalándome con su navaja:

-¡Ni se te ocurra meterte o serás el siguiente imbécil!

Solté una risa nerviosa y, privado por mi propio subconsciente, decidí seguir mi rumbo. No podía contra tres tipos armados, no era un luchador ni mucho menos un superhéroe. Me sentí un completo inútil. No podía hacer nada.

Aún estaba lejos del parque y mis fuerzas se habían ido. Dada mi pésima condición física ya no podía correr más, así que caminé a paso veloz.

Aún faltaban cuatro calles.

Saqué mi teléfono y le marqué a mi madre, una y otra y otra vez, pero fue inútil, las líneas seguían caídas. Afortunadamente ella vivía en otra provincia y era posible que no corriera riesgo… por ahora.

Aunque las probabilidades de ser asaltado eran elevadas, abrí Twitter para ver qué decía el resto de Cabo Santo sobre este fenómeno, sin embargo el grito de las personas me hizo perder de vista la pantalla de mi celular. Una decena de gente corría gritando en dirección hacia mi:

-¡Vamos a morir! ¡Este es nuestro fin!

Estaban fuera de sí. Chocando unos con otros, empujando y tirando a varios al suelo. Me hice a un lado inmediatamente y ayudé a unos cuantos a levantarse. Con mis últimas energías corrí hacia mi destino que ya estaba a media cuadra.

Cuando volteé hacia el mirador quedé perplejo al saber hacia qué clase de amenaza nos estábamos enfrentando. Una nave espacial gigantesca se suspendía en la zona céntrica de la ciudad. ¿Cómo era posible esto? ¿Los conspiranoicos tuvieron siempre la razón?

Dada la impresión tiré mi celular al suelo y retrocedí unos cuantos pasos. La distancia era considerable. No podía contemplar con detalles su estructura, pero tenía forma ovalada. Una luz amarilla salía de ella. Otras naves, mucho más pequeñas, lanzaban misiles a los aviones y edificios rodeaban a este gigante artefacto.

El centro de la ciudad estaba hecho un desastre. Los rascacielos habían perdido cualquier forma común con la que uno los pueda asimilar, asemejándose más a pedazos de leña ardiente. El edificio de comercio de Cabo Santo, el más alto de todos, sucumbió después de recibir un par de disparos.

La gente gritaba aterrada y la turba se disipaba con mayor rapidez en comparación con los ciudadanos que llegaban a apreciar este terrorífico espectáculo. Los más morbosos se resistían a evacuar ya que tomaban fotos y videos.

No podía digerir todo lo que estaba pasando ¿Hacia dónde correr? ¿Teníamos salvación?

Un camión lleno de militares entró en escena poniéndose frente a nosotros. Uno de ellos echó unos tiros al cielo y con un megáfono dijo en tono de autoridad tajante:

-¡LARGUENSE DE AQUÍ AHORA!

Sacaron lo que parecía ser una bazuca y apuntaron a una de las naves pequeñas. El tiro acertó y para sorpresa de todos, fue derribada. Las otras naves notaron lo ocurrido y una se proyectó en nuestra dirección, lista para atacar.

-Brillante idea bastardo. Ahora nos va a matar.- Pensé.

Comenzamos a correr. Gritamos de forma frenética, con una potencia tan fuerte que nuestras gargantas se hacían daño.

La nave de un solo tiro destruyó el carro militar. La potencia de la explosión fue tal que hizo volar varios automóviles. Uno de ellos mató a un grupo de gente que corría hacia el mirador, quizá para arrojarse al mar.

Seguí a los que estaban delante mío y corrimos hacia la Biblioteca Pública ubicada enfrente del parque. Nos refugiamos detrás de uno de los grandes pilares de mármol con la esperanza de no ser vistos. No fue nuestra mejor decisión, porque si esa cosa apuntaba hacia aquí, sería nuestro fin.

La nave de características alienígenas estaba tan cerca que pude apreciarla con más detalle: de forma circular y con varios lanzadores por dónde arrojaba sus misiles. No era tan pequeña. El tamaño del aparato cubría una octava parte del parque aproximadamente. Por su apariencia no parecía tan temible, pero al ver lo que le hizo al camión no puse más en duda su capacidad.

El aparato comenzó a destruir los edificios cercanos, matando a más y más gente. En un movimiento rápido apuntó hacia la Biblioteca y disparó a quemarropa.

-Mierda, se acabó todo-

Escuché como la estructura comenzó a despedazarse. El piso retumbó a causa de un pilar que cayó al suelo y enormes pedazos de loza se proyectaron hacia nosotros.

Resignado a mi destino cerré los ojos.

Ni en mis peores pesadillas me imaginé terminar así. Mi último pensamiento positivo fue que existía la posibilidad de quedar atrapado entre las estructuras de concreto de tal forma que no muriera. O quizá morir si era una salvación. No importaba si las fuerzas armadas podían detener esas cosas, seguramente yo sería uno de los tantos cientos de víctimas antes de que consiguieran la victoria.

-Llegó el momento de rendir cuentas a dios- pensé.

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