Había una vez un hombre contemplando la hermosa y oscura noche estrellada, el nombre de este hombre era Cesar, el cual esbozada una sonrisa mientras el viento le susurraba su pasado al oído.
El primer recuerdo que evoco la mente de Cesar fue el de su mascota Caramelo, un hermoso golden retriver con el que jugaba a diario hasta caer exhausto, recordaba su sedoso cabello, sus ojos tan juguetones y su cola tan vivaz.
Su mente rápidamente se movió a otro recuerdo de la niñez, aquellos deliciosos desayunos que le preparaba su abuela, se los servía con tanta gentileza y amor, amaba tanto tales desayunos que su corazón saltaba de alegría cada vez que olía el pan recién horneado y el café recién preparado.
El viento soplaba con intensidad y el frío abrazaba a Cesar; sin embargo, no se movió, se quedó impasible recordando su feliz infancia.
Como olvidar las primeras malas notas que recibió en la escuela, los reproches de sus maestros y sus padres por pasar siempre entre risas.
Como olvidar, el gozo que sintió cuando se enteró que su abuela había fallecido pacíficamente.
Cesar miro como todo iba oscureciendo, pero seguía mostrando su sonrisa tan sincera a la dulce noche, que le recordaba su alegre vida.
Los ojos de Cesar brillaron con entusiasmo al recordar como cada mañana sus padres lo despertaban por sus incesantes peleas, los gritos y golpes que daba su querido padre y el llanto tan puro y hermoso de su madre.
No podía olvidar el gran sobresalto de su corazón cuando ocurrió aquella fecha tan especial en la que toda su familia se reunió para celebrar el funeral de su hermano, aquella vez su madre grabo en él palabras que jamás olvidara
– Eres un demonio, un ser maldito- le dijo con lágrimas en sus ojos.
Y por supuesto, uno de los momentos más felices fue cuando su novia con lágrimas en los ojos le dio la estupenda noticia de que tenía cáncer y moriría pronto.
Cesar no tenía el suficiente tiempo para recordar toda su alegre vida, el cómo tanta gente se acercaba a él por su felicidad contagiosa y poco a poco se alejaban por la misma. Nadie sabía aquello que aquejaba a Cesar, una anomalía en su cerebro que le hacía producir demasiadas hormonas de la felicidad, volviéndolo incapaz de sentirse o entender la tristeza.
Los ojos de Cesar se cerraron, toco la herida mortal que tenía en su estómago y se derrumbó en el suelo. Antes de recibir el frío beso de la muerte murmuró.
– Fue una buena vida, fui feliz – dijo con la sonrisa más pura y sincera.
Y allí, tirado en un callejón olvidado por Dios, el vagabundo Cesar murió Feliz Para Siempre.
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