Mi calle, todas las calles

Mi calle, todas las calles

VICTOR CHAMIZO

08/03/2018

Recuerdo las bulliciosas y concurridas calles de New York, las amplias avenidas de Paris, las estrechas callejuelas del barrio judío de Gerona, las luminosas calles del Albaicín de Granada. Calles por las que he transitado, impregnadas de aromas diferentes, de diferentes luminosidades. Edificios dispares que las flanquean, conduciendo el caudal humano que las transita, o el tráfico rodado que rasga su piel de asfalto o de adoquines.

Yo no tengo calle. Mi infancia jamás se ligó a una calle concreta. Yo no jugaba en las aceras, ni en los solares vacíos, esas oquedades como piezas dentales extraídas que configuran la particular anatomía de la calle. Mi madre le tenía miedo a la calle, de ahí mi orfandad de calle, y de vecindario.

Puede que sea eso lo que me haya convertido en una especie de “voyeur” de las calles, lo que me permita permanecer en un banco, observando reposadamente el deambular de sus gentes, el reconocer las fragancias que la invaden, el sumergirme en su luz, el ensimismarme con el tránsito de sus gentes, con los animados juegos de los niños sobre las aceras. Poder permanecer un tiempo incalculable en las estaciones del ferrocarril, frente a sus museos, en los parques y jardines que, como islotes en el océano, son un remanso de paz en la intrincada red de arterias de la ciudad, o del pueblo.

Las calles vacías son un espacio de silencio, de inhumanidad, como un ser adormecido o muerto: lugares sin alma. Las calles nos necesitan tanto como nosotros las necesitamos a ellas, no son nada sin nosotros y nosotros nada sin ellas. Los pueblos abandonados son pueblos fantasma, todas sus calles ya no son calles, son corredores vacíos, pasillos que recorre el viento a su antojo, que transportan las hojas de los árboles, plásticos y papeles.

Cuando visito una ciudad en ruinas, de la antigua Roma, de la antigua Grecia, del fenecido imperio Maya, tengo que abstraer mi mente para situar a sus habitantes recorriéndolas, detenidos ante un puesto de venta de cualquier objeto, o charlando amigablemente a la puerta de una edificación. Necesito darles la vida que el tiempo les ha arrebatado.

Es por ello que todas las avenidas, calles, plazas, callejuelas, que he ido recorriendo a lo largo de mis viajes, de mis estancias más o menos prolongadas en lugares ajenos a mi domicilio, las he hecho mías, y permanecen, por tanto, en mi memoria. Y de ahí también mi convencimiento de que pertenezco a todas esas calles, como pertenecemos todos cuando, de algún modo, las transitamos.

Tu puntuación:

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS