Continuo de pie, apoyado contra el muro que da a la puerta de su oficina. Escucho ruidos como si fueran golpes. El celular repica y nadie contesta. La sombra que proyecta la luz bajo la puerta se mueve intermitente de un lugar a otro. ¡No sé qué hacer! ¡El silencio se hace dimensional y eterno! De pronto, un sonido de un cuerpo al caer, y al unísono, un vidrio que se deshace en pedazos. E ipso facto, silencio mortal. ¡Ese silencio tan extraño que aprisiona el espíritu hasta achicarlo al tamaño de un suspiro! Un leve escalofrío en forma de espiral se clava en el fondo de mi estómago. Retomando fuerzas de la nada, toco varias veces. No responde. Giro la perilla y cede sin dificultad.
Ahí está, de espaldas a la puerta, sentado en su silla giratoria, mirando a través de la ventana. Buenos días. Murmuro tímidamente. No hay respuesta. Me acerco un poco. Quiero tocarlo a la altura de los hombros, y veo horrorizado, que un arma blanca atraviesa su garganta. Un hilo hecho de sangre ha cambiado en parte, el color de la camisa blanca por uno púrpura muy intenso. El abrigo negro que ostenta con orgullo, ya no es tan negro. Mi valentía se vuelve flácida y corre desesperada de los pies a la cabeza. ¡Es un instante que cristaliza en mi alma e indudablemente la cambiará para siempre! Retrocedo espantado, hasta perderme en el pasillo que conduce a la salida. Mi garganta seca pasa saliva igualmente seca. Cada paso para salir de aquella escena macabra, y por la fuerza de las circunstancias, crea dentro de mí, un torbellino retrospectivo de mi propia vida; en segundos, observo como en espejo dimensional, aquello que por lunas me negué.
En el café EL CAOS, justo al frente del edificio, el dolor en mis labios se hace evidente. Uso la punta de mis dedos en el pulso radial y está enloquecido. El tiempo parece estático, el aire sabe extraño. ¡Esos momentos que ostentan ganar la batalla en la esfera enigmática de la vida!
En aras de entender, aquello, que minutos antes se estampó en mi pupila como hierro candente. Lo veo pasar, directo a la puerta de entrada. Camina apresurado, con su impecable camisa blanca y su abrigo de paño. ¿Qué es esto? Acabo de observarlo, sentado sobre la silla de su escritorio, con un arma blanca clavada en su garganta. Una ola de miedo me envuelve totalmente, y mi brazo derecho cae debajo del escritorio despertándome sobresaltado. Hormiguean mis manos. El tic tac del reloj suena duro. Las once de la noche. El cansancio hizo mella arrastrándome al lago de un sueño profundo. La pantalla del computador gira una y una y otra vez, como si fuese una ola misteriosa que aparece y desaparece. Me quiero parar, y mis piernas no responden. El celular yace en el piso con la aplicación WhatsApp abierta y varios mensajes sin responder. Froto mis parpados despabilando el sueño.
Por un instante, y con los ojos cerrados, dejo de ver las diabólicas pantallas. Y mi conciencia se hace lúcida, se hace tranquila.
Imagen: Créditos a su creador.
FIN.
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