La mano helada que ayer tocó mi hombro hoy es lo último que recuerdo.
Miro a mi alrededor y no se dónde estoy.
El paisaje no es más que un conjunto lúgubre de lápidas grises, en una fría prisión de cemento que me retiene, inmóvil.
Horrorosa sorpresa de medianoche al divisar que una de ellas lleva mi nombre.
Macabra broma del destino que se ríe de mi sin piedad alguna, dejándome sumergido en mi propia agonía.
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