Hay un auténtico revuelo en la City. En apenas dieciocho minutos será puesto a la venta el último videojuego de la Kronk Corporation. No ha trascendido ningún detalle pero todos dicen que va un paso más allá de lo conocido hasta ahora.

Ocho meses ahorrando. Si no tengo suficiente venderé la lámina de oro de mi nacimiento dónde consta mi nombre, mi número de residencia y el nombre de mi familia.

Ser residente de pleno derecho en la City me ha costado tres largos años de trabajo en las minas de vitrocerón, un mineral que se extrae del núcleo del planeta y es altamente nocivo. En este mundo contaminado, los trabajadores de las minas de Kronk Corporation  presentamos el mismo aspecto: Ojos  grises con la pupila agrandada, piel  azulada y el corazón de doble tamaño.

Pero Kronk Corporation cuida de sus asalariados. Su lema es una antigua premisa «Panem et circenses» rescatada de la civilización romana oriunda del planeta Tierra. Cada madrugada ponen a nuestra disposición los últimos videojuegos que hacen correr la adrenalina y la sangre. Las formas de pago son diversas. Puedes avalar tus compras con tus órganos, los de un familiar, con tu propia vida o la de tus mascotas, con dinero virtual, con oro, con pastillas inhibidoras…El Holding se queda con el treinta por ciento de todo. Son dueños de vidas y fortunas, locales de juego y hasta del aire que respiramos.

Soy Sísifo, mestizo de humana y kronkniano, cerebralmente desactivado al veintiséis por ciento, recursos monetarios ocho sobre cien. Esta es mi historia.

Reconozco ser ludópata, en un nivel que aún puedo controlar. Mi amarre al mundo real me deja un margen aceptable para la imaginación y el pensamiento.

No soy uno de esos desechos tirados en un sillón con reposabrazos, alimentados por intravenosa, con el casco neurocerebral recreando una vida de mentira.

La realidad virtual es un laberinto con planos de existencia superpuestos. Uno se pierde a si mismo. Yo tengo mi propia estrategia que reservo para  los juegos de alto nivel. La llamo «el hilo del Minotauro» y está tomada de una antigua fábula mitológica que mi abuela humana me contaba de niño.

La Agenda Global me notifica el nombre del esperado videojuego. Se llama Tánatos e incluye un pack con elementos extra. En tres minutos sale al mercado.

Corro al Centro de Ventas más cercano. La cola empieza tres calles más atrás. Esta vez no hay venta on line y en el momento de la compra es obligatorio dejar  los datos personales y una baliza de ubicación actualizada. 

Todo el mundo está expectante. Me cuesta tres horas hacerme con mi pack, sorprendentemente más barato que otros videojuegos que he comprado anteriormente.

Lo abro apresurado. La carcasa del videojuego muestra la imagen de un ángel de grandes alas negras y ropajes oscuros sujetando una espada manchada de sangre. 

Incluye un audio con instrucciones  y una jeringuilla llena de un liquido amarillo.
El manual advierte que puede ser un viaje sin retorno al Élego oscuro del inframundo. El liquido provoca una muerte latente que, de no superar las pruebas de Tánatos, se convierte en muerte real. Lleva incorporada una cuenta atrás de cuarenta y ocho horas.

La baliza de ubicación avisa a operarios de Kronk quiénes, apenas  seis minutos después de la muerte cerebral, harán buen uso de tus órganos en el mercado negro.  

Es un videojuego de alto nivel hecho a mi medida. Así que me preparo. Me alimento a conciencia,  busco un lugar tranquilo y un lecho cómodo, Con tinta indeleble escribo en mis antebrazos las órdenes mentales que me salvarán cuando todo se complique. Ato un hilo de acero afinado al dedo gordo de mi pie izquierdo y sujeto la madeja con la mano del mismo lado. En mi mochila virtual guardo dos armas manejables: una caña hueca con un potente narcótico y un triángulo desconfigurante, que me hará invisible en caso necesario.

Inspiro hondo y me inyecto el liquido en la vena. Mi cerebro arde mientras veo un enorme marcador que mueve hacia atrás los años y los acontecimientos de mi vida. Los latidos de mi corazón se ralentizan hasta detenerse. Caigo durante cientos de metros por una sima oscura que parece no tener fin. El golpe contra el fondo rocoso me sume en la inconsciencia.

Cuando consigo recuperarme veo una enorme puerta tallada con caras monstruosas cuyas bocas abiertas intentan succionar mi energía vital. Me miro el antebrazo donde la primera orden dice «Las apariencias son engañosas». Ignoro las figuras y empujo la puerta. El pasillo es largo y escasamente iluminado por antorchas. Temo una posible emboscada de criaturas malévolas e inverosímiles. Se presentan al segundo siguiente.

Leo la segunda orden mental de mi antebrazo «El miedo es tu único enemigo».

Mi miedo crea mis propios monstruos. Los destruyo con un simple parpadeo y continuo mi camino. Avanzo por nuevas bifurcaciones. El hilo afinado de acero va marcando todo el itinerario. Oigo pasos detrás de mi. Un perro de tres cabezas con las fauces abiertas me acorrala al borde de un precipicio de fuego. Uso el triángulo desconfigurante para hacerme invisible. El perro tricéfalo olfatea el aire. 
 Leo la tercera orden mental: «Confía en tu criterio «. Me lanzo sin pensar al abismo de fuego para acabar deslizándome sobre un pulido suelo de espejo que reproduce la imagen del techo.

 En el otro extremo una alta figura oscura me espera, espada en mano.

 Este juego apesta. Malo no, peor. Soplo la caña hueca y lanzo el dardo narcotizante contra el pecho de la terrible figura. Cae inconsciente antes de que su espada me alcance. Con el hilo afinado de acero lo ato a las dos columnas centrales que sustentan la enorme bóveda del Hades. Hago varios nudos encriptados imposibles de soltar.

Regreso decepcionado a mi cuarto, amargado por una victoria insípida.

 Ahora Tánatos, el Ángel de la Muerte, está cautivo en el inframundo para siempre.

No tengo tiempo de reaccionar cuando abro los ojos. Veo, horrorizado, como un intoxicado neuro- virtual sin recursos me asesina para robarme el videojuego. 

 Agonizo sin morir desde hace siglos. Y conmigo todos los seres de infinitas realidades paralelas.

Inmortales por accidente, condenados en cuerpos extenuados por la vejez, la enfermedad y la violencia.
Prisioneros en un mundo de inimaginable sufrimiento.

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