Tal vez si hubiese dicho adiós…

Tal vez si hubiese dicho adiós…

A. J. Weston

29/06/2022

NOTA DEL AUTOR: Una tarde que caía una melancólica lluvia, escribí esto inspirado en el ambiente triste que me rodeaba. Y ahora quiero compartirlo con ustedes. 


Mis ojos mendigaban tu mirada. Esa sonrisa tuya, tan alegre, solícita, risueña, auténtica y mortal como el veneno. El iris de tus ojos llamándome, me hice adicta a esa mirada tuya, a ese llamado al alma que me dedicabas consciente o inconscientemente. Me hice adicta al veneno de mi nombre pronunciado por tus cuerdas vocales. Me envenenaste, y yo como tonta seguí mis sentimientos y callé mi consciencia. Algo me decía que tenía que parar, pero en vez de eso, me ahogué más aun en tus cuchicheos a mi oído

Te amé más que a nadie… y nunca te lo dije. ¿Pero cómo me atrevería si tu carácter me impulsaba a creer que me creerías una loca? ¿Cómo decirte lo que sentía si te empeñabas en alejarte de mí? Eres la única persona que nunca comprendí del todo. Un día me sonreías, me llamabas y me hacías partícipe de tus planes. Al siguiente, te burlabas de mí, tratabas de esquivarme a como diera lugar, me veías de reojo y jugabas con cualquiera menos conmigo.

Te llamé; me ignoraste. Te esperé con ardor; te fuiste y nunca volviste. Te perdoné hasta el más vil pecado; y me lo agradeces con ignorancia.

Te llamé, te llamé, ¡Dios mío te llamé! Solo una palabra contestabas y me saltaba el corazón, pero tan pronto dejaba de haber un tema sustancioso, cortabas la conversación de golpe. Nunca me buscaste ni me saludaste, lo que me quitaba casi todo deseo de contactarte de nuevo. Me engañaba a mí misma si creía que por felicitarte por mensajes todos tus cumpleaños te acordarías de mí, un 28 de mayo, por lo menos una vez en tu vida.

Te amé, te amé, ¡Dios mío te amé! Pensar en tus errores nunca funcionó, entre más pensaba en el dolor que me causabas, más me condenaba a amarte. Me mordí los dedos, la almohada, el lápiz, el pañuelo, la playera, y nunca pude morder siquiera un pedacito de esa manzana que guardas para alguien. Te amé cuando nadie más lo hizo, te procuré y te seguí a donde fuera, no importaba el peligro o la estupidez. Temo que luego de haberte dado toda mi manzana me haya quedado sin nada que dar. Te lo di todo y a cambio no me dices ni hola. Caminas con otras, bromeas, platicas, chismeas, cuchicheas, ríes, disfrutas. No digo que deba ser la única, solo digo que fue una crueldad de tu parte regalarme los mejores años de nuestras vidas y luego abandonarme sin explicación y darle a otra sin ningún problema o dolor todo lo que una vez me perteneció.

¿Qué si soy envidiosa? Tal vez… no lo sería si supiera que una partecita de mi ser está en tu manzana. No envidiaría a ninguna otra si supiera que al menos me consideraste tu amiga alguna vez. No sentiría dolor cada vez que te veo con otra si supiera que me quieres solo de pilón pero sinceramente. No lloraría todas las noches de angustia si supiera que todo lo nuestro nunca fue falso y que aunque se acabó, fue valioso y que lo recordarás con cariño, como yo.

Te pensé, te pensé, ¡Dios mío te pensé! Si pensar en ti fuese un delito, me demandarías por acoso mental. No pasa un solo día en que no piense por lo menos vagamente en ti. Al caer la noche, todos mis pensamientos y sentimientos iban a parar en ti. Imaginaba dónde estarías, qué estarías haciendo, estarías aún despierto o profundamente dormido. Al lavar los trates, ahí estabas. Al barrer, al lavar ropa, al tender, al nadar, al caminar, al correr, al jugar, al estudiar, al respirar. Incluso te encontraba en los lugares más impensables. Y no se diga del fútbol, cada vez que veía, escuchaba o escribía algo con ese tan amado deporte tuyo, no sabía si reír, llorar, gritar, morir o vivir. Estabas en todas partes, te respiraba, te sentía, te vía, te sonreía y tú hacías lo que yo quería. Corrías por mis venas, eras una enfermedad crónica, demasiado avanzada y sin cura ni remedio que menguara el dolor y la comezón. Me enfermaste con el veneno de tu manzana, y a veces es tanto el dolor, que la muerte llega a tocarme la puerta… pero no te preocupes, el dolor aun no es tan fuerte. Si es que eso te interesa.

Te lloré, te lloré, ¡Dios mío te lloré! Cada noche, cuando mi mente se despejaba y ya nada podía requerir mi absoluta atención, tú te volvías una vez más la imagen principal a proyectar. Recordaba nuestros buenos tiempos, que por muy alegres que fueran, me hacían llorar hasta perder el aliento. Y no es que fueran recuerdos tristes, la tristeza provenía de la amarga verdad de que aquello no sería posible otra vez. Cuando uno es feliz, no se preocupa de seguir siéndolo. Olvida que la desgracia está tocando a la puerta día y noche, y cuando menos lo esperamos, entra el ladrón y nos quita todo. Cuando uno ha perdido todo, solo queda recordar con nostalgia y triste angustia lo que una vez tuvimos, y que por tontos, descuidados o egoístas, hemos perdido tal vez para siempre.

Te perdí, te perdí, ¡Dios mío te perdí! Tal vez si hubiese dicho adiós me recordarías aún, tal vez si hubiese dicho adiós incluso me amarías desde tu cuidad. Te dejé ahí, parado, cabizbajo y con las manos en los bolsillos. Esa es la última imagen que tengo de ti, un chico bromista en exceso, valiente, presumido, auténtico, dulce y callado. Ahora te recuerdo así, pero no siempre fuiste de esa manera. Te perdí, te perdí, ¡Dios mío te perdí! Eras otro, alguien un poco más travieso y abusivo de los sentimientos de los demás, pero alguien tan dulce, divertido… y contento. Has cambiado, no eres el mismo de antes. Pero espero que ese niño del que me enamoré una vez y para siempre, siga ahí escondido en alguna parte. Y ruego que si no soy yo, no importa quién sea, pero que haga resucitar aquel niño que una vez conocí. Esa es mi vida ahora, ahogada en lágrimas por haberme marchado, lejos de ti, sin medios de poder correr a tus brazos y pedirte perdón. Me retienen cadenas, estoy encarcelada, me persiguen y no puedo correr. Quiero encontrarte, quiero decírtelo todo al fin, pero me cierran la boca, me cortan la lengua. Siento pasos en la azotea, siendo que me atrapan, siento que te pierdo literalmente para siempre. Tengo miedo de haber cometido el error más ridículo y estúpido de mi vida. Algo me oprime el corazón y sé lo que es, pero tengo miedo, tengo miedo de ti, del mundo… del futuro…

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS