Espeluznante -octavo acto-

Espeluznante -octavo acto-

J. A. Gómez

07/07/2021

Le dolía la cabeza como si una estampida de caballos salvajes pasase por encima de su malograda materia gris. En aquel desconcertante lugar tanto la penumbra parcial como la humedad estaban a la orden del día. Especialmente esta segunda, agarrándosele a los huesos con enconada tenacidad. Ello lo sentía a más no poder en sus huesos, provocándole tembleques generalizados que iban desde castañeo de dientes hasta movimiento involuntario de fibras musculares.

 Alrededor de su persona el hercúleo abrazo de las sombras parecía hablar su misma lengua. Oscuridad a veces intensa y a veces clareada pero en cualquier caso devorándolo cuan oso hambriento a los salmones que van río arriba. Sin embargo quedaba resquicio para la esperanza porque sobre su cabeza la claridad del alba sumergía sus incisivos en aquella negrura maloliente. Esta tímida luminosidad no le reconfortaba demasiado, ni siquiera a pesar del buen día que parecía desperezarse. De hecho cada haz de luz se difuminaba a los pocos metros, siendo prácticamente imperceptible en la parte más honda del pozo, justo donde él se encontraba, abandonado a su suerte.

 A sus pies tierra fangosa fétida, raíces resbaladizas, hojas en descomposición y esqueletos de roedores. Calculó aproximadamente doce metros de caída y supuso, tal vez acertadamente, que seguía vivo gracias al repugnante acolchado del piso.

 Derredor apenas distinguía tres en un burro. El pozo fuera excavado muchos años atrás, volviéndose inestable por culpa de varias galernas y dejadez absoluta en su mantenimiento. No necesitaba tener al punto sus sentidos para percatarse del espacio donde había sido arrojado como una bolsa de basura. Olía asquerosamente mal. A agua muerta, a defunción ponzoñosa y a aire viciado.

 ¡Qué bien le vendría un trago! Uno cuanto menos para entrar en calor. Sin embargo era tan inverosímil como alcanzar a pulmón el fondo marino abisal. En ausencia de alcohol sus dientes volvían una y otra vez a castañear en modo pandereta. El resto del cuerpo no se quedaba rezagado. Entumecido y lento de reflejos cualquiera juraría, viéndolo desde la distancia, que no era más que un muñeco de madera articulado. Maldecía su suerte sin dejar de otear al cielo arrinconado. Éste ocupaba apenas una porción ínfima del firmamento, dejando el resto vetado dentro de aquellas paredes circulares.

 Algo así no podía estar pasándole. Ni por más que pidiese a gritos que todo fuese una perversa pesadilla de la cual despertaría en cualquier momento. No obstante la realidad tiene la mala costumbre de superar a la ficción. Asimismo bien sabido es que las desgracias nunca irán lo suficientemente mal como para que no puedan ir a peor. Dando fe a tan lapidaria frase por las grietas de las paredes comenzó a filtrarse agua turbia. Lentamente pero sin pausa se formó una poza fecal bajo sus pies. ¡Qué contrariedad!

 El cómo había terminado en aquel agujero inmundo quedaba soterrado en el panteón del sino, al menos por un tiempo. Pero más importante que recordarlo era encontrar la forma de salir del entuerto. Las paredes rápidamente se desmoronaban bajo la menor presión, mezclándose tierra y agua turbia en un único cuerpo grumoso.

 Sus pupilas dilatadas volvían a enfocarse en el cielo que, alzado sobre su cabeza, pasaba limpio de nubes. ¿Qué le quedaba a él? Apenas un trozo del pastel azulado saliendo a toda prisa del contorno del pozo. Algunos pájaros a ras volaban solos o en grupos de no más de tres, haciéndole ver que ellos sí volaban libres, algo que él solamente podía añorar.

 Malditos tabiques de mantequilla. Componían un muro inestable al que era muy difícil aferrarse para escalar. También podría gritar auxilio cuan niño asustado pero aquel malintencionado agujero excavado en el suelo estaría ubicado en alguna zona apartada. Tal vez una granja, esta suposición acudió expeditiva a su sesera. Tal cual supiese algo a medias, algo que no terminaba de recordar. Sí, una desmantelada y abandonada por décadas. De estar en lo correcto ¿qué sentido tendría vociferar? A fin de cuentas la pregunta, se viera por donde se la viera, continuaba siendo la misma: ¿cómo carajos llegó hasta allí? ¿Quién le propinó un puntapié para tirarlo dentro? ¿O se habría caído él por culpa de una mala borrachera? Analizó y estudió posibilidades habidas y por haber mas nada sacaba en limpio.

 Frotó las manos con ímpetu buscando hacerlas entrar en calor. La ropa húmeda habíasele pegado al cuerpo como una lapa, incrementando los tembleques. Pegó tres voces y tres veces el eco reverberó con voz propia…

 Aquella jodida situación era indeseable hasta para alguien como él. Volvió a echar la vista arriba conteniendo el aliento tanto como pudo. En su interior la sangre hervía cuan olla a presión a punto de reventar. Tanto así que en ese pequeño impás de dudas mortificadoras y rabia ciega se olvidó del gélido ambiente y de la peste que lo circuncidaba…

 La anchura del pozo abarcaba aproximadamente dos metros pero dada la perspectiva desde su posición lo juzgaba más estrecho. No eran pocos los lugareños que contaban historias de personas que daban con sus huesos en alguno de ellos. Con suerte encontraban lo que quedaba de esos infortunados años e incluso décadas después. El progresivo abandono del entorno rural parecía estar detrás de este tipo de accidentes. Asimismo gran cantidad de pozos se abrían de forma ilegal, sin ningún tipo de control. Una vez secos o abandonados, por la razón que fuese, sus propietarios no se preocupaban en sellarlos y ahí radica el peligro, convirtiéndose al paso de las estaciones en trampas mortales.

 Apretó los puños y no sólo para reactivar la circulación de las manos sino como muestra de cólera y disconformidad. Sin embargo debía ser más inteligente; gastar energías en lamentaciones yermas redundaría en lo mismo que plantar arroz en el desierto de Atacama. La única alternativa viable consistía en luchar por su vida y a ello se puso. Volvió a encaramarse a las resbaladizas paredes, para ello atizó con la puntera del zapato la tierra para abrir un agujero lo suficientemente profundo como para meter el pie. Inmediatamente después se agarraría a alguna raíz para impulsarse con los brazos y repitiendo estas dos maniobras alcanzar la salida. Al menos en teoría porque la práctica resultó ser harina de otro costal. No diera ni tres pasos sobre la vertical cuando el pie de apoyo se escurrió y la raíz a la que tan firmemente estaba agarrado partió, viniéndose abajo lascas de tierra húmeda, guijarros, ramas secas y él mismo, mezclándose todo con la maloliente pasta del fondo.

 Aquel penetrante olor a fecales mantenía su estómago en constante repulsión. Mentó madres, mentó padres y demás ascendientes y descendientes antes de relinchar como un caballo. De manera torpe se sacudió los lamparones de lodo pegados a su cara. Unos pocos gusanos le subían por los pantalones tan rápido como podían. También ellos intentaban huir del fangal en el que se estaba convirtiendo el pozo. Se los quitó de encima a base de manotazos.

 Súbitamente los acontecimientos se precipitaron como aguaceros estivales que caen sin previo aviso. Desde arriba alguien arrojó una cuerda. El extremo de la misma que caía libre y pesadamente tocó el fango, salpicando finas líneas de lama. A él bien poco le importaba en cambio sí se le iluminó el rostro como si de una aparición Mariana se tratase. ¡El timón del destino parecía haber virado de rumbo! Y eso no se podía dejar pasar. Empujado por la adrenalina se aferró a la cuerda con todas sus fuerzas.

 No subía tan rápido como quisiera empero subía y dado lo desesperado de su situación, tan sólo unos minutos antes, este hecho resultaba capital. Dado que el pantalón estaba lleno de salpicaduras sus piernas no lograban el agarre preciso, resbalando al cerrarse sobre la cuerda. Pero ni con esas se frenaba su arrebato escalador, insistiendo al tiempo que con los brazos ejercía fuerza de empuje en la misma dirección. Entre gemido y gemido daba vueltas como una peonza. Se le escurría una mano, un pie, la otra mano o el otro pie y así todo el tiempo. Pronto se le cargaron los pulsos…

 El firmamento giraba al mismo compás, perfectamente sincronizado con él. Ya no faltaba nada para saborear la gloria; un poco más y lo tendría hecho y ¡ojo! Sin gota de alcohol. Estaba más que claro que podría conquistar el mundo y de hecho ya inspiraba las primeras bocanadas de aire puro y limpio.

 El tan deseado bombardeo de luz proveniente del exterior le obligó a entornar los ojos. ¡Qué felicidad! Nada podría ya borrar la triunfal sonrisa de su cara. Venga, solamente un pequeño esfuerzo más y daría por concluida aquella pesadilla. Y podría haberlo conseguido si no fuese por la aparición en escena de una mujer madura y rechoncha con la cara llena de moratones y una pierna vendada…

 Ésta sin mediar palabra bajó un hacha sobre la cuerda, yéndose la misma y el incauto a ella agarrado al abismo. Qué forma tan cruel haberle puesto la miel en los labios para después quitársela. Aterrizó como un trozo de cornisa desprendida tras una racha de viento. Sus riñones fueron los primeros en chirriar de dolor. Salpicó la asquerosa mezcolanza por todas partes, modificando y añadiendo nuevas texturas a aquel repugnante lienzo de temática grotesca. Escupió asqueado antes de limpiar los ojos con el dorso de la mano. La otra aún conservaba lo que quedaba de cuerda.

 -¡No volverás a golpearme! –gritó con decisión desde su posición de fuerza.

 Aquella voz ciertamente familiar terminó por despejarle la mente. Se trataba de su esposa…

 -¡Maldita zorra! Prepárate cuando salga –vociferó amenazante desde su posición de debilidad.

 Cualquier duda quedó resuelta. Claro y meridiano el cómo había terminado en el pozo más infecto del lugar que para más INRI quedaba en sus tierras. Recapitulando que es gerundio. Fin de semana, sábado, sobre la hora de comer. Su esposa habría planeado con antelación, quizás varios días o unas semanas antes. Importante no dejar cabos sueltos porque la única intención era deshacerse del violento de su marido sin que pudieran pillarla en futuras investigaciones. Seguramente le habría echado algo en la comida o en el vino para dejarlo fuera de combate durante horas. ¡Eso tenía que ser! Luego haría correr el rumor de que tenía una amante y habíase largado con ella lejos.

 No le resultaría complicado llevarlo hasta el pozo. Incluso usaría el carretillo para transportarlo. Y para culminar su hartazgo ante tanta paliza arrojarlo al interior.

 Él estaba tomado por los demonios. Pegar a su mujer formaba parte de la cotidianidad además ¡qué narices! La única culpable era ella que se las arreglaba para sacar lo peor de su carácter. Sus puños fuertemente apretados amenazaban con castigar severa y definitivamente aquella actuación vil y cobarde por parte de su señora.

 -¡Maldita zorra! ¡Vas a acordarte de mí! –gritaba fuera de sí.

 Alterado y desesperado como pocas veces en su vida intentó escalar las paredes de tierra, repitiéndolo una y otra vez y una y otra vez volvía a caer como saco de patatas. A su alrededor agua apestosa e insalubre accedía al interior del pozo por las cada vez más dilatadas fisuras del entorno. En menos de cinco minutos le llegaba a las rodillas y subiendo…

 Antes de maldecir a pleno pulmón un ruido continuado captó su atención. La esposa parecía arrastrar un objeto pesado. El cielo azul comenzó a desaparecer, menguando como si fuese la luna. Sacando fuerzas de flaqueza la mujer empujaba la tapa de hierro hasta cubrir la boca del pozo. El murete de ladrillo donde asentó crujió como cuando uno extrae con un martillo una punta clavada en una tabla, rajándose más de lo que ya estaba. Trozos de ladrillo cayeron dentro y fuera del pozo. Con este último gesto la luz murió allá dentro.

 Los insultos y amenazas del prisionero ya no eran más que pequeños susurros de duendes alborotados por la violación del bosque. A esas alturas el lodazal inmundo le cubría por la cintura y no tardaría en llegar al pecho y finalmente ahogándolo. Su mísera existencia expiraría en breve. Probablemente nadie diese con él y de hacerlo, por pura casualidad, habrían pasado años. Aquel pozo artesano sería su tumba, una discreta y silenciosa donde su mal genio y golpes no harían daño a nadie.

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