Aquella mañana de agosto, Johnny se despertó sobresaltado en una cama de hotel. Durante unos instantes olvidó dónde se encontraba. Había llegado allí luego de manejar casi toda la noche en su Ford color rojo del año 79, aquel vehículo que compensaba su antigüedad con gran eficiencia, pues lo había acompañado desde que inició su viaje hace unos 8 meses.
Aún desorientado, revisó su reloj. Eran las cuatro de la tarde. El sol atravesaba una ventana e iluminaba por completo el dormitorio con matices naranjas. En una pared yacía un cuadro del Corazón de Jesús, y debajo de este, se apreciaba lo que parecía ser un pasaje bíblico. Johnny se levantó de la cama, se puso los pantalones y se dirigió al baño para asearse un poco. Recordó que vio ese hotel luego de sentirse cansado de manejar, y por ello, no prestó atención a la soledad que rodeaba aquel edificio. Era todo lo que su memoria alcanzaba.
Tras titubear un poco, decidió ir a la recepción del hotel para extender su hospedaje y preguntar por un sitio donde poder comprar algo de comer. Así pues, se puso su camisa a rayas y salió de la habitación.
El hotel resultaba peculiar para cualquier turista que pidiera alojamiento allí. Al lado de la carretera se encontraba el edificio principal. Las habitaciones habían sido construidas varios metros atrás, como si los dueños quisieran permanecer lejos de quienes se hospedaran. Aun así, no resultaba lujoso ni acogedor, por el contrario, tenía una apariencia misteriosa.
Mientras caminaba, comenzó a pensar en lo próximo que debería hacer cuando decidiera dejar ese hotel. Había manejado mucho desde que abandonó su pueblo natal, Lucky Hill. Ese lugar en el que, para Johnny, había nacido el demonio más espeluznante que pudiera existir. Sin embargo, eso ya estaba a kilómetros de distancia. Quizá ya era lo suficientemente lejos, lo que significaría buscar un lugar dónde vivir de manera definitiva.
De pronto, un maullido sacó violentamente a Johnny de sus pensamientos. Levantó la cabeza y observó a un cachorro de gato, que lo miraba directamente con sus ojos penetrantes. Restando importancia al pequeño felino, giró su cabeza para encontrar la recepción. Con ello, notó que no había visto a otro huésped o siquiera un empleado del hotel.
Retomó su paso hasta el edificio principal, y al entrar, se vio sorprendido por la oscuridad que había dentro. Aún no lograba acostumbrar sus ojos a ese cambio de luminosidad cuando tropezó con un hombre y por poco cae al suelo.
—Disculpe mi señor, no escuché cuando entró. —Dijo el hombre. —¿Se hizo daño?
—No, estoy bien. —Respondió Johnny, quien se hallaba confundido por lo ocurrido y por la manera en que habló el hombre misterioso. —Fue culpa mía por seguir caminando a pesar de haber quedado ciegas momentáneamente.
—Insisto, le ruego me disculpe señor Sosa. ¿Hay algo que pueda hacer por usted?
—No es nada. –Contestó Johnny sorprendido de que lo llamara por su apellido. Aprovechó unos segundos para observar al hombre mientras sus ojos se empezaban a acostumbrar a la oscuridad. Era alto y de cabello oscuro, pero las arrugas en su rostro delataban su edad avanzada. Su presencia abrumaba todo el salón. Llevaba un traje negro con una corbata gris a rayas que desentonaba con su atuendo.
—¿Es usted empleado de este hotel?
—Creo que sí, soy el dueño, pero me veo obligado a realizar otras tareas debido a la poca afluencia de huéspedes últimamente. —Hizo una pausa para observar detalladamente a Johnny de pies a cabeza. —Mi nombre es Aníbal Cortés.
—Mucho gusto señor Cortés, mi nombre es Johnny Sosa. —Dijo mientras extendía una mano para saludarlo, pero el hombre no respondió el saludo. —Yo llegué anoche, pero no recuerdo haberlo visto.
—Probablemente el señor estaba muy cansado y sólo deseaba dormir, porque incluso lo acompañé hasta la puerta de su habitación.
—¿Es verdad eso? —Exclamó Johnny sorprendido.
—Por supuesto, incluso insistió en que pusiera la habitación en nombre del señor Montero, pero dado su estado, y para inscribirlo debidamente en el hotel, me tomé el atrevimiento de revisar su identificación. Fue allí donde supe su nombre.
—¡Vaya! Debo haber sido toda una carga.
—Por el contrario, señor Sosa, me complace en brindarle la mejor atención. —Dijo mientras miraba su reloj. —¿Le puedo ayudar en otra cosa?
— Supongo que sí, estoy buscando un lugar donde pueda almorzar. No importa el precio, el hambre es mucha. —Exclamó Johnny vacilante luego de lo escuchado.
—Hay un restaurante como a un kilómetro de aquí, sólo debe seguir la carretera. Es un buen lugar.
—Muchas gracias, y lo digo principalmente por la ayuda que me brindó anoche.
—Es un placer servirle. —Volvió a mirar su reloj y continuó. —Yo debo atender otros asuntos, si ocupa algo más sólo llame a recepción desde su dormitorio. Hasta luego.
—Adiós.
Al salir del edificio, Johnny vio la hora en su reloj. Eran las 5, lo que confirmó al advertir que el sol se preparaba para ausentarse durante toda la noche. Decidió caminar hasta el restaurante para conocer un poco los alrededores. Pensó en aquel hombre, quien parecía tener prisa a pesar de no haber más huéspedes. Se detuvo a analizar lo insólita que sonaba la historia que escuchó de aquel tipo, ya que era imposible no recordar tantos detalles, por más cansado que estuviera.
—Señor Montero. —Murmuró Johnny para sus adentros. Inmediatamente, como si lo hubiera invocado, sintió una ráfaga de viento helado que penetraba a través de su piel, lo cual resultaba extraño ante la calidez de aquel atardecer. —Ojalá no coincida de nuevo con ese hombre, sino hasta que me vaya de aquí y tenga que pagarle.
Dejando atrás esa experiencia singular, reanudó su recorrido hacia el restaurante.
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Lúgubre.
Esa fue la primera palabra que vino a la mente de Johnny al ver el restaurante. Lo que primero notó fue que no se podían observar luces en aquel lugar, a pesar de ser aproximadamente las cinco y media, cuando el ocaso comienza a devorar la luminosidad del día. Paredes de madera dañadas por el sol y la lluvia, techo de tejas resquebrajadas, grandes ventanas sin cristales, incluso el cartel con el nombre de ese negocio se encontraba en el suelo y parecía que alguien hubiera borrado las letras con toda intención.
Dejando a un lado aquella singular apariencia, Johnny decidió permanecer durante unos minutos para investigar un poco. Se acercó a la puerta e intentó abrirla, pero estaba cerrada. El deterioro de la misma resultaba impropio para un restaurante, aunque ello le hizo pensar en la posibilidad de echarla abajo de un golpe, para así ingresar y explorar el lugar a fondo. Sin embargo, sintió una misteriosa presencia a sus espaldas, y al voltearse observó a un viejo que lo miraba fijamente.
—¿Quién es usted? —Dijo el anciano sin quitarle los ojos de encima.
—He venido porque me hablaron sobre un restaurante en esta zona… pero al parecer este es el único edificio por los alrededores… entonces decidí echar un vistazo… —Respondió Johnny trastabillando. Se sentía desconcertado ante aquel hombre con cara dura y severa.
—Ya veo. —Contestó el viejo. Parecía haberse calmado. —Pues sí, este es un restaurante, y yo soy el dueño. Justamente venía a abrir cuando me lo topé fisgoneando y pensé que tenía intenciones de entrar a saquear mi negocio. No sería la primera vez. —Levantó su rostro y sus ojos se llenaron de rabia. —Pero pobre de aquel a quien encuentre con las manos en la masa, porque no podrá vivir para contarlo.
Johnny se quedó atónito, no pudo descifrar si aquello fue una simple expresión o si iba en serio con la amenaza. El hombre parecía exceder los 80 años, porque su cara se veía inundada por esas arrugas que se acumulan con el tiempo y su pelo blanco como la nieve indicaba que ya estaba entrado en años, aunque el resto de su cuerpo parecía saludable y fuerte, por lo que no resultaba difícil imaginar que este abuelo se pudiera enfrentar a cualquier bandido sin la ayuda de alguien más.
—Cambiando de tema. —Dijo el viejo, sacando a Johnny de sus pensamientos. —Usted vino por mi restaurante. ¿Verdad?
—Sí, es verdad. Estoy de paso en esta zona y buscaba un lugar donde comer bien.
—Entonces pasa hijo. Este no será el mejor restaurante del mundo, pero es el único por estos rumbos. —Respondió el viejo mientras abría la puerta del local y le hacía una seña a Johnny invitándolo a entrar.
Ya dentro, el aspecto del lugar, comparado con el exterior, no mejoraba en absoluto. Mesas y sillas corroídas por el paso del tiempo, como si los únicos visitantes fueran los fantasmas de alguna historia de terror. Telarañas en cada esquina, incluso formando lo que prácticamente era tela de seda por encima de la cabeza de cualquiera que entrara allí. La luz de la luna parecía la invitada de honor, pues todo su esplendor plateado llenaba los rincones de aquel lugar tan misterioso. Pero ese era el mayor detalle que captó completamente la atención de Johnny. A pesar de ser ya de noche, el viejo no había encendido ninguna luz. Bombillos, lámparas, velas, nada de eso había en ese restaurante.
—Un momento. —Murmuró Johnny casi para sí mismo. —El brillo de la luna es increíble, por lo que no hace falta otro tipo de iluminación. Sin embargo, no recuerdo haber visto la luna antes de entrar aquí.
—Mi nombre es Gonzalo. —Casi gritó el viejo, como si su intención fuera evitar que Johnny pensara más en aquello. —Gonzalo Belmont. ¿Qué te trae por acá?
—¡Oh! Disculpe, me encontraba sumido en mis reflexiones. Yo me llamo Johnny Sosa. Y verá usted, como sabrá con su experiencia, la vida da muchas vueltas, la misma a veces es dulce y otras amarga. Llegué aquí buscando el capítulo dulce de mi libro de la vida.
—Entiendo. A mi edad probablemente lo he visto todo, y con pocas palabras entiendo a los demás. —Respondió el viejo mientras fregaba unos platos dándole la espalda a su interlocutor. —¿Piensa usted quedarse a vivir por aquí?
—Lo dudo mucho. —Dijo Johnny. —Sólo estoy de paso. Venía manejando por la autopista y me sentí tan agotado que decidí detenerme a descansar. Encontré un hotel a casi un kilómetro de aquí, donde pretendo quedarme hasta recuperar fuerzas para continuar mi camino.
Gonzalo se detuvo, giró inmediatamente y exclamó con severidad:
—¿El hotel «Redemption»?
—Supongo que sí, a decir verdad, no presté atención al nombre. —Contestó Johnny con sorpresa al ver la actitud del viejo y al darse cuenta de que no sabía cómo se llama el hotel donde se hospedaba. También recordó que en ningún momento vio un letrero u otra señal que se lo indicara.
—Ya veo. —Respondió el señor Belmont con frialdad, como esperando alguna reacción por parte del único cliente que tendría aquella noche.
Johnny se estremeció ligeramente al recordar que «Redemption» significa «redención» en español. Un raro nombre para un hotel. Entonces levantó la mirada, observó los ojos curiosos del viejo durante unos segundos y finalmente dijo:
—Hablando de otra cosa. —Pues la conversación se comenzaba a poner incómoda. —¿Por qué no han llegado sus empleados a trabajar?
—¿Empleados? Te equivocas hijo, yo soy el único aquí.
«Como en el hotel». Pensó Johnny.
—Como en su hotel. —Dijo el viejo, dejando desconcertado a su oyente.
—Tiene usted razón. —Contestó Johnny mientras trataba de recobrar su compostura. Esa debía ser la razón para mantener aquel lugar tan descuidado.
—Supongo que por ello… -Titubeó un segundo para cambiar la frase. —Por la falta de empleados, usted decide abrir a esta hora.
—¿Pero qué dices, hijo? —Respondió Gonzalo con total seriedad y calma. —El horario se debe a que esta es la hora de la resurrección. Por cierto. ¿Qué vas a ordenar?
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