Luz. Luz sin cortinas. Luz que se abre paso despiadada entre el burbujeo incesante de terrazas estancadas en una tarde de domingo eterna, aniquilando a cualquier intento de lunes perpetuo. Luz a gritos en un espacio sin temporalidad.
Martina me mira desde abajo, preguntándose si me va preparando el café o esta vez volveré a sorprenderme a mi misma siendo (auto)suficiente. No se ha dado cuenta que me basta con mirar a los vecinos que pasean sus prisas hacia ninguna parte ¿ Pues acaso existe el mundo fuera de la Avenida Mistral? Cafeterías, herbolarios, bodegas, heladerías, forns de pá, fruterías, y hasta un tarot que promete que el futuro seguirá estando en el comercio de proximidad, donde el pan recién hecho puede pasearse presuntuoso invitando a quedarse en la eternidad del instante. Desdibujando temores con sus certezas, arropa con una calidez que pone en duda a la mismísima Razón. Es posible sentir cualquier cosa entre sus piernas. En ella convergen multiplicidad de calles estrechas , de finales felices asomados a unos balcones arrogantes que escupen su elegancia señorial como si cien años de fachada no fuesen nada. Los niños muestran su ingenuidad desde los parques, atrapados en la inocencia de su corta edad, mientras sus abuelos se deleitan en la experiencia de un largo camino entre los mismos rostros, poniendo en entredicho el paso del tiempo. Mientras tanto, nosotros tenemos que conformarnos con la agonía de la flor de la vida, salvando las distancias a través de una invención de lo cotidiano que sabe a miel y mató, a tapas y vermut, a sonrisas, a saludos, a familiaridad. A Barrio. A Sant Antoni.
Luz bulliciosa, a gritos y sin cortinas.
OPINIONES Y COMENTARIOS