El Tigre de Arganzuela

El Tigre de Arganzuela

Pablo Bigeriego

12/02/2018

Desayunó un café descafeinado con leche de soja observando cómo asomaba el Sol trémulamente tras el telón de cipreses que coronaban la loma del cementerio. El agua discurría tediosa y tímida. Sobre su lecho arenoso reposaban los patos aburridos. Sólo las gaviotas alborotaban el lento transcurrir del Manzanares. Era un barrio humilde que despertaba perezoso con la cadencia del río.

.El, un hombre vulgar, taciturno y circunspecto. Su cuerpo enjuto se doblaba como un junco a merced del viento y su carácter apocado e inseguro lo encorsetaba como a un pardillo indefenso, receptor de mofas y collejas. La ruta habitual por los comercios de la Avenida del Manzanares era como un cilicio fajado a su pierna: los vecinos lo asaeteaban con bromas pesadas y él soportaba burlas y venablos, penitente, cabizbajo e inerme. Acudió una mañana a un taller de reparación para cambiar las suelas desgastadas de sus zapatos. El hombretón se mofó del intenso olor a queso de cabrales y aceptó a regañadientes remendarle el calzado. En un Ultramarinos compró un tarro de miel y el tendero, jocoso, le deseó que disfrutara del sabor de su “mielda”. Al cruzar el Paseo Fluvial, un pelotón de ciclistas le imprecaron mentando a su madre para que se apartara y no interrumpiera su marcha.

Al día siguiente, se calzó los zapatos reparados y al hacerlo, sintió una sensación desconocida: sus piernas endebles se volvieron recias, sus pasos firmes y su tronco enhiesto arrebató de pronto la doblez antigua. Salió a la calle erguido con un lustre nuevo, emanando una atracción irresistible. Los zapatos obraban un extraño influjo sobre él, su talante desenvuelto despachaba con soltura a vecinos y comerciantes. Gastaba bromas con una retórica irrebatible e incluso exhibió su lozanía en una terraza donde bebió cerveza. Donde antes pasaba desapercibido y gris, ahora destacaba con brillo y notable éxito. La transformación también se vio recompensada en el ámbito amatorio. Renombrado empotrador y excelente amante, su virilidad cobró fama y se hizo extensible a otros barrios madrileños donde se le conocía como El tigre de Arganzuela. Se cepilló también a la dueña del Ultramarinos como venganza por las afrentas pasadas. Era plenamente feliz, todo cuanto deseaba estaba a su alcance y no tenía más que alzar la mano para conseguirlo. Y así gozó su personal renacimiento, a solaz de su edad dorada.

Una mañana aciaga, se pavoneaba dispensando saludos y sonrisas por la Avenida del río, cuando sintió quebrarse los tacones de los zapatos. Se descalzó y comprobó sobresaltado que se habían desprendido de las hormas. Se encaminó con urgencia al taller de reparación. El zapatero le dijo que el cuero estaba viejo y desgastado, y los tacones no podrían adherirse a la suela con firmeza y volverían a desprenderse sin remedio.

    – Lo mejor que puedes hacer es tirarlos a la basura y comprar unos nuevos.

Conminó con insistencia al zapatero a arreglarlos a toda costa y éste lo enganchó por el cuello de la camisa y de un fuerte empujón lo sacó a la calle.

  • – Llévate los zapatos, capullo. Soy un profesional, no hago chapuzas. Y no vuelvas por aquí o te meto una somanta de hostias que no te iba a reconocer ni la madre que te parió.

Acudió desesperado a varios establecimientos y en todos desahuciaron los zapatos. No tuvo otra opción que desprenderse de ellos y abandonarlos en el cubo de la basura.

Paseaba cabizbajo con su antiguo talante taciturno. Negó con la cabeza a una vieja mendiga que le pidió limosna. La anciana sonriendo le respondió:

  • – La magia de tus zapatos se ha extinguido. Te fue otorgado cuanto deseaste. Fuiste admirado, sucumbiste al placer y a las mieles del éxito sin mirar hacia los lados. Ignoraste a los que como tú, son discriminados y padecen la ignominia y la burla de los crueles. Habrás de rendir cuenta a la podredumbre de tu tiempo ocioso y egoísta: serás el débil frente al fuerte, el triste frente al alegre y el humilde frente al rico. En esto consistirá tu aprendizaje.

Dicen que marchó a vivir a las montañas, lejos del ruido. Que es un misántropo malhumorado y violento y que se alimenta de hierbas y frutas del bosque. Dicen, que a veces, se escuchan sus gritos rabiosos imprecando a la Luna y maldiciendo su suerte. Otros dicen, que allí encontró su sitio y dedicó su tiempo al estudio de las plantas. Que aprendió a elaborar remedios para curar dolencias y que muchos peregrinos acuden a él buscando alivio.

Todo rumores. El caso es que nadie volvió a ver al Tigre de Arganzuela

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