EDILIA EN TRES GENERACIONES

EDILIA EN TRES GENERACIONES

Boda de Edilia y Boanerges

El personaje central de esta Historia de Mayores se llama Edilia y nació en 1928. Es mi mamá; aunque falleció hace un poco más de 1 año, no dejará de serlo.

Paso seguidamente a dar una breve descripción del resto de los personajes, con los vínculos correspondientes:

ELENA (mi abuelita), una mujer de armas tomar, trabajadora hasta el agotamiento, de carácter recio, de un corazón muy blandito y obligada a ser fuerte, dadas las circunstancias.

ASTRID (mi hija), una joven con carácter, selectiva, amorosa con sus amores, inteligente y bien portada.

PILAR (yo), de apariencia suave, pero decidida, estable, con convicciones profundas, y disciplinada. Con un interés natural por disfrutar la vida en cada oportunidad.

El título de la historia obedece al hecho de que mi mamá, sin saberlo, y mucho menos proponérselo, fue una “influencer” excepcional, no solo en las tres generaciones, una anterior (mi abuelita) y 2 posteriores (yo y mi hija, en orden cronológico), a quienes les taladro hasta el tuétano sus valores, sino en cantidad de personas que aun hoy mencionan frases, posiciones y decisiones de vida de Edilia.

El desarrollo de su vida puede calificarse de feliz, a pesar de las muchas vicisitudes que tuvo que padecer. Proveniente de una familia muy pobre, de padre más ausente que otra cosa (esto no se lo perdonó) y madre ultra responsable y dispuesta a apoyar a cualquiera que necesitara una mano, incluso privándose de cubrir sus necesidades.

Desde niña mostró una personalidad absolutamente irreverente, que la acompañó toda la vida, y con la que se atrevía a sobrepasar límites hasta de respeto; estando interna, junto con su hermana menor, Yolanda, hubo varios sucesos impensables, dada la ubicación y el momento. Uno de ellos fue una travesura en plena Misa: se les ocurrió amarrarle los velos a las monjas que estaban en el banco anterior, y cuando se pararon a comulgar se produjo una confusión general; esto además quedó grabado por siempre, y mi mamá lo contaba con una gracia especial, que mostraba su satisfacción de haberlo hecho. El otro episodio que voy a narrar fue dramático: su abuelita, que vivía relativamente cerca del internado, las visitaba con frecuencia; en una visita les llevo, entre otras cosas, una bebida achocolatada. Es el caso que un día al salir al receso vio que les estaban ofreciendo el refresco a las monjas. ¿Qué hizo Edilia? Se acercó a la persona que llevaba la merienda, le dio un golpe por debajo y hacia arriba a la bandeja y al mismo tiempo dijo: “NI PARA DIOS, NI PARA EL DIABLO” y al piso fue la bebida. El último que relataré sucedió cuando la dejaron castigada en un periodo vacacional: le escribió una carta a mi abuelita, donde le decía lo feliz que estaba, que el hecho de haberse quedado compartiendo con las monjas le había permitido darse cuenta de su verdadera vocación, y que había decidido meterse a monja. La sorpresa y susto de mi abuelita fue tal que, aunque era católica practicante, esa posibilidad de tener una hija monja no estaba en sus planes, así que preparó el viaje y se fue a buscar a su santica hija. La reacción de la monja al recibirla fue tajante: ¿Cómo puede creer que una “diabla” como esta niña puede llegar a ser monja? La verdad es que doña Elena pensaba igual, pero no quiso correr riesgos y se la llevó. Al margen del internado, y siendo todavía una niña, sucedió que en una oportunidad su papá llego a la ciudad y salieron juntos. Mi abuelo le dijo que pidiera lo que quisiera, que la complacería en todo lo que quisiera; pues la niña empezó por un helado (era lo que más le gustaba; gusto que mantuvo hasta el último día de vida) y continuó con un número infinito que tuvo que concluir su papá cuando le dijeron que tenían que cerrar la heladería. Cuando nos contaba esta anécdota, no dejaba de darle un matiz burlón, mostrando así su forma de desquitarse de su papá por no haber cuidado de ellos responsablemente. Así termina la etapa infantil de Edilia junto con su hermana Yolanda principalmente. Esta relación también se mantuvo intacta hasta el final.

Sigo entonces con la transición de niña a adolescente; en esta etapa disfrutó ampliamente de Caracas y sus alrededores, con sus hermanos y algunos amigos. En esa etapa empezó a mostrar sus dotes deportivas, que ampliaré más adelante. Su recorrido favorito era El Ávila (montaña que rodea la ciudad de Caracas y la separa de La Guaira, donde se encuentra el puerto) y hacían el paseo completo: Caracas – El Ávila – La Guaira – El Ávila – Caracas, como una rutina, los fines de semana.

Así llegamos a la adolescencia de mi mami; como era de esperarse, la creatividad también dijo presente en esta etapa. Una de las cosas más cómicas que se les ocurrió a las hermanitas Guerrero fue decir que se iban a inscribir en “Las Hijas de María”, una congregación que funcionaba en la Iglesia de Las Mercedes, cerca de la casa de la familia Guerrero; esto con la finalidad de poder salir a sus paseos sin un permiso especial, y dado que de acuerdo con los estándares de mi abuelita Elena, la vida era solo para trabajar y sacrificarse. Gracias a Dios mi mamá no se anotó en el grupo de sacrificadas, sino todo lo contrario, mantuvo una actitud positiva, de disfrute y felicidad a lo largo de su vida.

La relación de Edilia fue muy diferente con las representantes de cada generación; someramente puedo decir que con su mamá hubo confrontación, debido a las posiciones muy diferentes ante la vida, pero a la vez una dedicación a ella en el momento que la necesitó. Mi abuelita era sufridora por naturaleza y mi mamá odiaba el sufrimiento. Conmigo, a pesar de tener caracteres muy diferentes, fue una relación casi imposible de creer; siempre fue una relación muy fluida de confianza total, por supuesto traté de emularla en la crianza de mis hijos. Con mi hija Astrid fue muy especial; cariñosa, consentidora y comprensiva. Definitivamente, su influencia sobre las tres generaciones fue inmensa, cosa que agradezco todos los días de la vida. Mi abuelita, me atrevería a decir que suavizo su forma de ser por el impacto que tuvo mi mamá en ella. Astrid tuvo enseñanzas de vida increíbles, gracias a la cercanía con su abuela, siempre las agradece y las celebra. (Esto también se percibe con otros nietos).

En cuanto a nuestra relación, haré mención de episodios impactantes para mí. Mi mamá tuvo 3 hijos y trabajó fuera de la casa toda la vida, en oportunidades escondida de mi papá, que era un hombre chapado a la antigua, pero buen padre, esposo, ciudadano y amigo. Durante los años de escuela primaria, la rutina era que a primera hora de la mañana se encargaba de llevarnos un biberón a la cama para despertarnos suavemente. Asimismo, e increíblemente, todos los días al regresar de su trabajo, 5:30 pm, salíamos con ella, a montar bicicleta generalmente, para llegar a prepararnos para cenar y dormir. Igualmente invirtió mucho tiempo en distracción para nosotros los fines de semana, visitando parques, museos, presenciando obras de teatro, practicando algún deporte o yendo a la playa. Era incansable y siempre con alegría y satisfacción. Por ser la niña (creo) fui la más pegada a ella y ya en mi etapa de secundaria, ella jugaba bolos, no solo a nivel nacional, sino internacional; un dato digno de mencionar es que mi mamá represento a Venezuela en el Torneo de las Américas en Miami, conquistando el cuarto lugar. Siempre íbamos mi papa y yo de acompañantes. Nuestra relación parecía de mejores amigas, más que de madre e hija. Así de buena fue durante mi adolescencia.

Una característica muy importante es que siempre encontraba solución a cualquier inconveniente, logrando bajar la presión si es que existía. Recuerdo que recién casada, yo iba a estudiar fuera del país y lo único que hacía era llorar. Me dijo: “¿cómo vas a llorar, si vas para un sitio mejor?” En contraposición a este abordaje de una situación, les cuento que la celebración de mis 15 años tuvo que retrasarse por un inconveniente de la orquesta, y yo me volví un mar de lágrimas; en esa oportunidad me dijo: “Seguramente cuando yo me muera no llorarás tanto” (muy duro eso).

En mi vida adulta fue un apoyo de dimensiones inmensas, todos los días de mi vida. Al regresar del exterior viví con mis padres muchos años y fue una etapa de felicidad y comodidad; puedo decir que no hubo ningún roce, ni problema en todos esos años. De esta etapa, un sobrino me recordó su interés por un juego de video de la época, el Atari. Pues en la familia no había nadie que se acercara a las puntuaciones que alcanzaba; incluso llegaron a tomar foto de la pantalla con una puntuación récord y se envió a la empresa, creo que eso no llego a feliz término o no lo recuerdo, solo quiero significar que realmente era muy diferente al patrón “normal”, por sus gustos y actitud general.

Una vez que nos mudamos, como ella era autosuficiente en su desenvolvimiento en la ciudad, contaba con ella para todo: buscar los niños al colegio, cuidarlos durante la tarde, llevarlos al parque (esto lo disfrutaba mucho Astrid que era muy atlética), acompañarme a llevarlos al médico, pero especialmente si tenía que ausentarme por cuestiones de trabajo. Siempre estaba dispuesta, y para los niños era una especie de vacación. Lo más impactante es que sus lecciones de vida no cesaron hasta que nos dejó.

Para cerrar este relato, les dejo algunas frases lapidarias, demostrativas de su personalidad:

“Te informo que andaba con Boanerges (su novio), para que no te vayas a enterar por otra persona”. Mi abuelita le tenía prohibido andar con ese desconocido, que después fue mi papá, pero eso no impedía que ella hiciera su voluntad, además convencida de que era lo correcto. El tiempo le dio la razón.

“Ya estará bueno cuando a mí me dé la gana”. La situación fue así: un nieto cometió un error que ella consideró muy grave y, por supuesto, lo llamó a capítulo, con un reclamo muy fuerte, pero además continuado, por lo que al nieto se le ocurrió decirle: “Abuela ya está bueno”.

“Bajas y matas al perro”. Lo que sucedió en esta oportunidad es que llegó a la planta baja del edificio donde vivía y el perro del novio de una vecina que se encontraba allí, le ladró; ella se asustó, subió y le dijo eso a su nieto.

“No necesito favores de nadie”. Esto sucedió con mi hermano Miguel, que ese día le correspondía llevarla al trabajo en la tarde. Como no salió a la hora esperada, la doña se fue caminando y cuando Miguel salió ya iba como a dos cuadras de la casa. El pobre muchacho la siguió por varias cuadras, rogándole que se montara en su vehículo y eso era lo que le respondía.

En definitiva, la vida nos ha premiado con esta gran mujer que pudimos disfrutar tanto tiempo, y que contribuyó ampliamente al desarrollo armonioso de la familia Martin extendida. Por eso, más que llorar su muerte, celebro todos los días su vida, y la bendición que fue disfrutarla tanto y por tanto.

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