Desde la puerta ya la escuchaba andar cacharreando en la cocina. Con la radio puesta de fondo, se movía con soltura entre ollas y sartenes.
-¡Hola! No sabía que venías hoy.
-Ni yo, estaba de paso por aquí.
-¿Quieres café? Ahí hay un poco.
-Sí claro ¿Cómo estás? ¿Qué andas cocinando?
-Bien hija, ya sabes. Hoy me he liado en la cocina y mira la hora que es y aún no he subido a hacer las camas. Como siempre voy tarde ¿Te quedas a comer?
-Sabes que no puedo, ojalá.
-Bueno, pues llévate un poquito de cocido. Hay también croquetas para los niños ¿Cómo están?
-Bien mamá, tú sabes… Están en una edad…
-Como tú a esa misma edad ¡Qué ganas tenía yo de ver esto! – dijo burlándose mientras apagaba los fuegos.
-Siéntate un ratito conmigo, anda.
-¡Ay! Ya me estás entreteniendo como siempre. Bueno me fumo un cigarro y me subo que tengo tarea y luego todo son prisas. Dime ¿qué te pasa?
-No sé mamá, tengo tantas dudas. Hay veces que estoy muy perdida. No sé cómo lo hacías tú. Es tan difícil.
-¡Anda ya! Lo estás haciendo muy bien. Yo también me sentía así y mira que tres hijos tan hermosos tengo. Cometerás errores, pero eso no significa que no lo hagas bien. Siempre me tendrás aquí cuando necesites algo.
-Lo sé mamá.
-Te quiero- me dijo cogiéndome la cabeza entre sus manos y besándome en la frente- No lo olvides nunca.
Entre lágrimas abrí los ojos. Miré la hora de reojo: las cinco y media.
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