Mis vecinos menos inteligentes tienen algo en común, aparte del mal rollo, me ha sorprendido algo peor, que son las personas más sensibles. Porque cuando alguien me habla mal o mejor dicho, seco, lo más probable es que le responda igual; y ahí viene el problema.
Estábamos en la puerta del Moog, en esos días que abrió por algunas semanas —allá por septiembre—, tomando unas cervezas con unos conocidos y se me acercó y me dijo algo gracioso; no me acuerdo qué le respondí, pero él advirtió que era argentino y me lo hizo saber, hablándome de un rasgo cultural conocidísimo y también poco feliz. A lo que respondí que hacía cinco años que estaba en la ciudad y que podría hablar mil de los locales, solo que prefería bailar.
Me dio un cabezazo fuerte, tipo con chichón, y me dolió. Le pregunté por qué lo hizo ¡Qué santo! Y me respondió que lo perdone, que no lo hizo a propósito. Los chicos que estaban conmigo me preguntaron qué pasaba y se le iban encima y yo tratando de calmarlos, que no pasa nada, que vamos a bailar… «¡Vos alejate, que estás loco!», le dije. Y volvió con el rollo de las disculpas, y yo ahogando la tos con cerveza.
La piña la tenía guardada de antes, desde que llegué, cuando me agredían y aprendí a excusarme: que no, que es todo nuevo; luego en mi trabajo, no, que ya fue, que no hay que darles entidad; siempre buscando pretextos para evitar la violencia. Entonces preferí pensar que en nuestro país tampoco recibimos bien a los extranjeros que llegan. A ver, podes ir y buscarte la vida pero no ser parte del grupo de amigos. Aunque no tenemos por qué saldar cuentas históricas o culturales, lo mas probable es que pensé en todo aquello para justificar que fui cobarde.
Lo que me gustó fue que mordió, porque odio las peleas en las que alarman a todo el mundo, se enfrentan hasta casi besarse, y uno se asusta y mete un cabezazo, en el mejor de los casos, a veces nada. Que perdón, que te vi, que tengo una parte gay. Y ahí lo vi por primera vez.
«Entonces dame un beso», le dije. Vino y me comió la boca. Mis amigos no dijeron nada, porque vieron que me apañé solo. «Otro más», le pedí. Me lo dio y se fue de la disco. La verdad, el tema del nacionalismo, el romanticismo y todos los que terminan así, por mala suerte, siempre terminan mal. Por eso preferí dejarlo ahí, nada bueno podía resultar de eso, así que volví a bailar tecno pensando en que quizás arreglé la historia, por algo se empieza.
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