Los dueños de la calle

Los dueños de la calle

El Pecas, el Veneno, el Minero, y alguno más con apodos singulares, no creo que nadie fuera de su entorno familiar más cercano supiera realmente cuales eran sus nombres verdaderos, todos los demás era así, por sus nombre de guerra, como los conocíamos. Eran los dueños de la calle, sobre todo de noche, en una época en la que el caballo galopaba libremente por las calles de la ciudad y ellos lo cabalgaban con desenfreno, o más bien se dejaban arrollar por él en su desbocada carrera.

Bastaba verlos en la lejanía para cambiar rápidamente de calle y evitar encontrarse con ellos frente a frente, sabías cual iba a ser el resultado, “dame el peluco”, “dejame veinte duros”, “¿esa cadena es de oro?, no hacía falta siquiera que hicieran ningún acto de fuerza o amenaza, su fama bastaba para que el sujeto entregara sumisamente lo que le pidieran. Nunca tuve claro si era nuestra cobardía o su propensión a enseñar el baldeo en cuanto presentían cierta resistencia lo que provocaba esta reacción. Pocos eran los que osaban enfrentarse a ellos, realmente creo que nunca conocí a ninguno.

Eramos todos mas o menos de la misma generación, bendito/maldito baby boom, y vivíamos todos en alguno de los barrios nacidos al amparo del desarrollismo alrededor de la gran empresa siderúrgica que hizo que la ciudad creciera de forma exagerada desde el pueblo de pescadores que era antaño. Quien más y quien menos conocía a alguien que había ido al colegio con alguno de ellos y a sus familias, casi siempre inmigrantes en búsqueda de la subsistencia y de un futuro mejor para los suyos, como las nuestras, no eramos tan distintos.

No era difícil verlos resguardados del siempre húmedo clima asturiano bajo los soportales de alguna de las calles donde solían refugiarse mientras rascaban con una navaja una de las columnas para cortar con el polvo conseguido la droga, o metiéndose un pico en alguno de los recovecos que les proporcionaban las viejas edificaciones.

Todos oíamos de sus entradas y salidas de la trena, demasiado breves para nuestro gusto, y de sus andanzas y peleas por las verbenas y fiestas de barrio, andanzas que se hacían mas sangrientas según pasaban de boca en boca de una generación que convivía diariamente con delincuentes habituales y que iban al cine a ver “The Warriors” o “El vaquilla” , como si los pandilleros americanos o de otras ciudades españolas fueran mas dignos de admiración que los vecinos, también es cierto que nunca nadie desde una pantalla de cine te ha querido pegar el palo. Contradicciones juveniles.

El tiempo y la droga fueron acabando con ellos, o la droga y el tiempo, o el SIDA, o toda la porquería con la que cortaban la heroína, el caso es que como aparecieron se fueron, de repente dejamos de verles y nunca más supimos de ellos. Si llegaron a aparecer en alguna esquela nunca los relacionamos, la única forma en que podríamos haberlo hecho hubiera sido si estuviera redactada, más o menos, en estos términos:

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