No puedo no llorar viendo los últimos tres minutos de “Cinema Paradise”. Siempre, siempre se me escapa alguna lágrima. Me parece sublime. La escena más bonita de besos, regados con una banda sonora maravillosa. El final que esta obra de arte se merecía, sin duda. Me dan ganas de levantarme, aplaudir y gritar: ¡Bravo! , aunque esté sola en el sofá de mi casa.

La escena (atencion, aquí va un spoiler si aún hay alguien que no haya visto esta maravilla del cine) trata de los besos censurados. Besos negados al público por inmorales y pecaminosos, pensaba el cura del pueblo, el cual ordenaba a Alfredo, encargado del cine, recortar y destruir del rollo de película cualquier escena “obscena” …

Totó vuelve a su pueblo, después de 30 años. Entra en la sala de cine, solo, para recibir el regalo póstumo que su amigo y maestro Alfredo le deja en herencia. Ante sus ojos se obra el milagro y surge la magia en modo de imágenes. Imágenes sin orden ni concierto, sin diálogo y de pésima calidad, posiblemente las más bellas que este señor,  hoy un importante director de cine, haya visto nunca. Besos tiernos, sensuales, besos robados, divertidos, besos apasionados, besos, besos y mas besos. Cachitos de besos, que su amigo guardó, pegó y recompuso, para que no se perdieran, para que no se olvidaran nunca.

Quizás los guardó en esa cajita, para recordarnos hoy, como si de una premonición se tratase, el poder de un beso, de un abrazo. Esos que hoy tenemos vetados.

La cara de Totó dice tanto sin decir palabra… es pura fascinación, pura emoción. Emoción que le provoca el reencuentro, con su pueblo, con su familia, con su amigo al que nunca volvió a ver. Pero realmente creo, que sobre todo se trata de un reencuentro consigo mismo, con el niño que un día creció y se marchó de un lugar que le quedaba “pequeño”, y al que ahora reencuentra en esos retazos de celuloide entre besos, besos y mas besos.

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