La frialdad de un beso.

La frialdad de un beso.

Méndez

31/01/2021

Mientras la fresca mañana recorría los días para llevar acabo su curso, Carlitos, un niño de cuatro años saltaba con esmero  de su cama y lleno de emoción, se dirigía a la cocina, donde doña Carmen cocinaba alegremente el banquete que sería para sus seres queridos, y en primera fila para su bebé.

No había rostros más prendidos que el de aquel momento en que ambos se juntaban para darse aquel suave y dulce beso de los buenos días, ¿A quién no le ha ocurrido ese mejor momento de poder saborear el delicado beso que brindan dos hermosos y tiernos labios mientras juntan su fría nariz, a la de un bebé?

Por las noches sucedía lo mismo cuando el peque se iría a dormir, sus padres otorgaban un beso grande y casi que no querían salir de la habitación, parecía que al otro día no hubiera amanecer, era brillante mirar aquella familia dónde solo había tanto amor. 

Una tarde, la abuela doña Carlota quiso visitar a su familia, más por ningún motivo quiso que ellos se enteraran de sorpresiva visita. Así que dio orden al criado que le preparase una caja para llevar cosas, a la cocinera que hiciera un guiso, mientras se dirigía a la sala apoyándose de su bastón, al chófer le ordenó encarecidamente estar temprano al día siguiente  «y ni se te ocurra faltar» dijo con voz gruñona.

Al día siguiente cuando los gallos cantaban y el enronquecido reloj sonó la anciana despertó levantando a todo el mundo; ¡que no ven que ya es de día! o ¿no se piensan levantar? Dijo con tono grave. Todo mundo de pie, y ahí va llenando de cosas la caja casi a reventar, dulces, comida y juguetes, pues su nieto era lo primordial.

El conductor, que ya calentaba el motor del carro, frotando sus manos temblorosas por la terrible frialdad de la mañana, dio la vuelta y se dirigió a la cocina para que le sirvieran café; por fin llegó el momento oportuno, y así pudieron partir. Tras avanzar durante casi ocho horas, llegaron a su destino, cuando tocaron la puerta ¡Sorpresa! La abuela llegó, ¡que tremenda alegría! Llenó la casa, más todo parecía estar perfectamente ubicado para la ocasión. El pequeño ni se diga, los abrazos, besos y arrullos. No se podía imaginar aquel momento. 

El transcurso de la tarde avanzó mientras  la envidiosa y cruel mala racha metió sus narices. Un toque de queda surgió, la pandemia mal habida irrumpió en la casa. Una desvanecedora y profunda tristeza invadió los corazones. El niño enfermó, y por más que lucharon por salvar su joven vida, los esfuerzos fueron en vano. De pronto, un silencio reinó; poco a poco los corazones y párpados se convirtieron en rio de llanto. Carlitos cerró sus ojos, el retumbar del gemido se escuchó a lo lejos a la vez que su madre  recordaba las hermosas mañanas, cuando los besos eran caramelos, juntos demostraban su amor, y ese último frio beso de despedida y amargo como la hiel.

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