El ojo que no besa

El ojo que no besa

Martín Molini

31/01/2021

Se encontraron en una fiesta, cada uno había ido con sus amigos. Ella llevaba una falda que marcaba bien sus caderas. Él era menor; y no el menor de los dos sino también de su grupo. Los muchachos empezaron a conversar con las chicas, cada cual encadenado a sus intereses. Los dos quedaron apartados; él por novato y ella por descarte. No tuvieron más opción que charlar. Al principio, como es común, se hicieron preguntas tiernas sobre el signo y películas favoritas; luego, fueron variando los temas. La luz tenue y la música alta hacían que él se tomara el privilegio de hablarle al oido y ella podía oler el perfume a suavizante que le ponía su madre a la ropa. Después de un rato de trivialidades, él se animó a ir más lejos y elogió su cabello, que era lacio y suave como la seda. Y sin dejar de decirle todo al oido, continuó con su rostro que era blanco como la porcelana. Ella sonreía y de vez en cuando miraba a su grupo de amigas con cierta complicidad. Él insistía en su rostro y su pelo que eran estupendos. 

– No crea que todo es estupendo, también tengo algunos defectos. – señaló ella.

– Probablemente no lo sea, pero si usted lo cree, no la voy a contradecir y menos con tan poca luz- replicó el joven con una sonrisita y sin soltarle la mano.

-Mire, tal vez le parezca raro, yo no soy así, pero me gustaría probar sus labios, hace rato que no dejo de mirar su boca. Júreme que no me va a tomar por loca -. Y él se lo juró. 

Se besaron perdidamente durante dos canciones. Él quedó impresionado y sus amigos igual. De todos fue el único triunfante y al que la fe menos lo acompañaba. Había una cierta expresión en los rostros de los jóvenes, tanto en los varones como en ellas. Alguien se acercó a convidarles un trago de cerveza y él empinó la jarra y bebió hasta el fondo. Ella lo tomó de la nuca y, sin hacer ningún comentario, lo volvió a besar hasta el punto de perder la respiración. Él observó como pudo, entre la débil luz, como quien espía tras una cortina y vislumbró que uno de sus ojos nunca se cerró; en cambio, el otro dormía entre la pasión del beso y la melodía. Volvió a mirarla y esta vez el reflejo de la luna brillaba en aquel ojo que no sentía el mismo calor apasionado del otro. Se soltó bruscamente de sus brazos y se alejó. Quiso examinarla con mayor detenimiento pero la noche la envolvía entre los destellos de colores que difuminaban aquel rostro hermoso, volviéndolo abstracto y tenebroso. Escuchó las risotadas de sus amigos, se ruborizó y se tomó la cabeza. En seguida, oprimiéndola con sus dedos huesudos, le dijo – Ni siquiera sé su nombre. -Soy Elena- le respondió. -Yo soy Juan, un gusto – y le tendió la mano.

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