Con mis hermanos jugábamos a cosas extraordinarias. Nos encantaba ir a pescar a “la palangana”, cocinar scones con la receta de mi tía Brígida y disfrazarnos de super héroes.

Eliana era bati-chica, Pipa la mujer maravilla, José se calzaba la capa de supermán y yo elegía ser el hombre araña.

El chiste era que cuando cocinábamos o pescábamos, éramos nosotros mismos, en cambio, el disfraz te sacaba instantáneamente de lo cotidiano y te enviaba al otro lado del espejo.

Mis padres nos dejaban jugar hasta cierta hora. Sucedía que esas grandes batallas luego continuaban en los sueños y muchas veces, nos despertábamos llorando porque algún archi enemigo nos quería asesinar.

Recuerdo que cuando llegó la película del hombre araña me quedó una sensación extraña. En muchas cosas el protagonista se me parecía. En la escuela lo acosaban, podía trepar por lugares impensados y estaba enamorado de su vecina.

En el film  entre Peter Parquer y Mary Jane, al finalizar la última escena,  aparece un problema impensado. Él le plantea algo así como que ser un héroe implica responsabilidades y por lo tanto debe renunciar a los besos. Recuerdo que le pregunté a mi hermana mayor si eso podía suceder en la vida real; porque no entendía el porqué de esa renuncia. Como era que si dos personas se gustaban no podían ser novios. Acaso los super héroes no podían enamorarse? Ella me dijo que ser un héroe tiene su precio; y me habló de que era parecido a lo que pasaba con los sacerdotes.

Al otro día le fui a decir al padre de mi vecina que estaba enamorado de su hija; que nunca dejaría de lado mis proyectos de salvar al mundo y que solo le daría besos de forma invertida como en la primera parte de la película. Me despachó como si fuera un vendedor de rifas y otra vez entré en el mundo de los postergados.

Estábamos cerca de navidad y le quería entregar un pequeño regalo a mi proto amor. Le llevé un pan dulce y le dije que solo tenía nueces y almendras. Me respondió que no comía esas cosas de porquería porque era vegana. Paf ¡ otra vez afuera ¡

Se me ocurrió que, en la película, Mary Jame se enamora del protagonista cuando descubre que Peter Parquer en realidad es el hombre araña. Al otro día decidí calzarme el disfraz y tocarle el timbre. Lo cierto es que cuando abrió la puerta se comenzó a reír hasta que sucedió algo mágico. Una araña que estaba en la bisagra de la puerta saltó hasta su brazo y la picó de tal forma que nuestros rostros se chocaron. El primer beso se confundió con un grito pero el segundo con un caramelo de miel.

Desde ese día comenzó a formar parte de nuestra troupe. Y además de luchar contra el mal, intercambiamos infinitos super besos.

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