Virutas de un instante (besos de película)

Virutas de un instante (besos de película)

Las virutas de un instante son los restos de un acto, algo que hicimos y se pega a nuestra piel, a nuestro pensamiento, formando ya parte de nosotros mismos. Estas virutas no se quedan solas, pues vienen acompañadas de consecuencias. Hechos que llegan desembocados a nuestra vida y que nos obligan a actuar de una manera determinada, en la que, en ocasiones, no nos reconocemos, pero son causa directa de aquel momento, de aquel acto en el que participamos consciente o inconscientemente. 

Sylvia intentó zafarse de su vestido de manera que no pareciera grotesca. Estaba cansada de repetir  aquella escena una y mil veces hasta parecer el fin de una noche maravillosa; aquel beso iba a ser eterno. No obstante,   ¡se había sentido tan bella aquella noche!.

Al salir de la fuente apareció como una musa ante todos; blanca y mojada, no dejaba indiferente a los ojos que la observaban. Aún así, Sylvia se sentía vapuleada por sentimientos encontrados y ese dichoso vestido empapado no le permitía desplazarse con facilidad. Con una mano adiestrada alcanzó la cremallera que cerraba su espalda y con gesto grácil bajó por ella hasta la cintura dejando al descubierto su cuerpo. «Puede que la noche no acabe tan mal», pensó al sentirse libre de aquella encorsetada segunda piel en la que se había convertido el diseño de Balenciaga. Y sonrió. 

Descalza y desvestida corrió hacia el lugar más cercano que le ofrecía confianza. Sentía el aire fresco en su melena y la ligereza en sus piernas cansadas y frías. 

Las calles que tomaba ahora eran conocidas, los aromas que respiraba hacía meses los llevaba memorizando sin saberlo al pasar hacia rodaje. Era ajena a las miradas que le dirigían los vecinos del lugar. Sylvia era una estrella de cine y las virutas de la fama seguían pegadas a ella, a pesar de no llevar su vestido.

El arco neoclásico que enmarcaba la puerta del hotel daba las referencias necesarias sobre el sitio que había escogido el equipo de rodaje para hospedarse. Pero Sylvia no buscaba lujos, no buscaba celebraciones de final de rodaje; anhelaba reconocerse, arrancarse esa segunda persona en la que se había convertido.

No pasó por recepción, no lo necesitaba, pues Ella la esperaba en la habitación.

Parecieron eternos los minutos hasta llegar a su habitación y, sin apenas aliento, llamó a la puerta; llamó sin esperar respuesta, con la premura que da el deseo de alcanzar algo. Golpeó y volvió a golpear.

– Ya va- se escuchó decir en el interior. Una voz tranquila y sosegada de alguien que reconocía aquella premura y que sabía no había emergencia en ella.

– Hola Anita- dijo la mujer que abría la puerta. Con gesto tierno y maduro la tomó por el brazo y la besó en la frente con el beso más sincero que recibiría nunca.

– Hola mamá- dijo Anita, pues Sylvia ya se desprendía de ella, virutas y despojo de aquellos meses de rodaje que la habían convertido en otra mujer. Otro ser. 

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