No hace mucho tiempo que mi mamá me manda solo al colegio. Voy caminando, voy soñando, voy descubriendo el paso de las estaciones, con su arco iris de colores. Oteo las ventanas con sinfín de persianas, que refugian el interior de las moradas. Mil y un obreros trabajan para volver luego a sus casas, con fachadas coloridas, enrojecidas y amarillas, con dibujos de ladrillos que se borran con el tiempo, no hay problemas con el aparcamiento. Volviendo a mi camino, atravieso los portales, todos llenos de jardines y de árboles frutales que los fines de semana cuidan los vecinos. Aunque alguno se escaquea, al final todos juntos realizan las tareas desde pintar la fachada hasta fregar la escalera.

Una zona abandonada es lo siguiente del paseo, llego a una verja que separa el canal de riego que baña todo el valle, desde Aranjuez a Toledo, ¡qué olor a cieno! Al llegar al cruce veo una joven pareja enamorada regalándose besos y diciéndose bobadas. Sigo caminando, nada más empezar la calle a la izquierda, está la casa abandona, nuestra guarida, nuestra cabaña. Aquí es donde nos refugiamos de las tardes de tormenta, jugando a las peleas, hablando de las nenas. Ya solo tengo que seguir la Avenida de Loyola, arbolada en sus extremos con nuevos plataneros. ¡Que largo es el camino desde casa al colegio!, pienso, en ese preciso momento. Ya cuando llego, veo a lo lejos, el inmenso monasterio que reina en el cerro, gobernado por los mismos jesuitas que dirigen el colegio, de mi infancia.

¡Cómo pasa el tiempo! Ahora casi sin quererlo soy yo el maestro, cuando salgo de la clase, está todo lleno de padres, que buscan a sus hijos todos los días puntuales. Ahora reina la montaña la residencia del monasterio, me pregunto dónde estarán sus antiguos dueños.

Voy caminando, voy recordando, que los plataneros ya no son niños ,

son todo unos señores, donde se refugian y cobijan cientos de ruiseñores. Sigo mi camino, ¡vaya qué pena! Recuerdo la antigua casa, ahora está tapiada, sin vida, sin peleas, sin ninguna de nuestras contiendas.

Y al cruzar la esquina veo la misma pareja, solo que cada uno lleva de su mano un renacuajo. ¡Vaya! ¡Qué olor a basura! ¿Qué son estas casas? ¿Dónde está el canal? Un nuevo bloque de pisos da más vida al barrio, con la sorpresa de que son vecinos re-alojados. ¡Qué bien! Lo que nos faltaba. Pero yo sigo a lo mío, no bajo mi paso, y en un breve rato estoy en los portales de mi barrio, pero ¿Dónde están los jardines? ¿Cuánto hace que no han pintado?

De repente todo está enjaulado, como si de una prisión se tratara, ya no se puede pasar libremente, si no tienes la llave de la cancela, fuera que te quedas. ¿Qué son esas pintadas? Todo descuidado, abandonado, parece que un huracán todo lo ha arrasado. Tengo ganas de volver a casa, quiero volver a ver a mi mamá, pero observo desde la calle y las persianas están cerradas. Ni un solo aparcamiento, menos mal que he venido caminando. Ya en las escaleras, veo a la vecina del primero, tan cotilla como de costumbre siempre algo me pregunta. Ya casi estoy arriba, miro los edificios que parecen envejecidos, casi ni se distingue el rojo del amarillo. ¡Qué angustia madre mía!, saber que el tiempo nada te debía.

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