En ese tiempo la oscuridad de las cavernas sumergía los encuentros de los hombres cuando la noche se alzaba primitiva e inexorable por los alrededores.
Una especie emergía mientras otra desaparecía.
Crecían nuevos hombres y nuevas mujeres mientras la hostilidad del planeta oscilaba en aplacarse.
La homo sapiens hembra recogía raíces y semillas mientras el homo sapiens macho se atrevía a internarse en la espesura de los bosques prehistóricos al encuentro de las bestias.
Y así continuaron los homo sapiens por mucho tiempo.
En las cavernas se refugiaban de la lluvia y de las tormentas. Se escondían de los depredadores despiadados y de los monstruos que habitaban el suelo terrestre.
La hembra homo sapiens se recostó a un lado de su cazador, un homo sapiens macho gruñón. Se miraron a la luz de una lumbre encendida.
El homo sapiens macho la sacudió salvajemente y la hembra reaccionó tratando de suavizar el comportamiento animalesco del salvaje. Se acercó a su rostro y le extendió sus grandes labios.
Hubo un instante de intercambio de labios entre los sapiens. Pero él retrocedió alarmado. La hembra lo intentó de nuevo riendo desdentada. La hembra cruzó sus palpitantes labios con los de él.
Pronto descubrieron que existía algo magnético, raro y enigmático en ese acercamiento y roce.
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