LA LEYENDA DE FRANKY (WILD)

LA LEYENDA DE FRANKY (WILD)

Helena Práxedes

15/01/2021

Siempre que veía la película La leyenda del DJ Frankie Wilde me acordaba de él. 
No solo se parecía al actor protagonista, sino que además se llamaba casi igual.
—¡Eh, Franky Wild—le decía.
Él sabía que le llamaba así por el personaje, pero se la «sudaba». Siempre que le veía, iba amorrado a una birra: esos eran los besos que más le gustaban.
Franky era un punkarra que me ponía muchísimo, aunque nunca se lo dije.
Los del pueblo le tenían por una escoria,  y un alcohólico-drogata. Para mí, Franky era un kamikaze que estaba muy buenorro.
Recuerdo una de nuestras juerguecitas en casa: fasos, birras y guitarra. 

Cuando ya íbamos bastante tocados, Franky me dijo:
—¡Tía! ¿Por qué no vamos a la ermita de Sant Antoni?
—Franky —le dije—  son las dos de la mañana y vamos bastante colocados. 
—¡Venga va! Cojo la moto y tiramos.
Así que agarramos los bártulos, guitarra incluida, y nos montamos en su trial.
Cuando llegamos, nos pusimos a beber. Franky aporreaba la guitarra; yo, cantaba al estilo Cranberries. 
Y así, vimos el amanecer.
—Creo que es hora de volver. Me estoy congelando —. Franky asintió de mala gana y
nos subimos en su «moto-basura». La vuelta era toda cuesta abajo. La ermita estaba situada en el Montpedrós, que aunque solo tenía 350 metros de altitud, bajarlos con una moto destartalada y un conductor colocado, no era muy de fiar. Para más inri, Franky me dijo: «¡Hostia!, se me olvidaba que voy sin frenos!».
Y allí estábamos: bajando a ochenta por hora y cagándonos de risa. Éramos tan caóticos que nos daban igual las consecuencias. 
—No te preocupes —dijo— voy a frenar con las botas. Y así lo hizo. Estaba tan borracha, que me importaba todo una mierda.
Al fin, llegamos a mi casa, yo sin lesiones, y Franky sin suelas. Me tiré en el sofá destrozada. Franky fue a la nevera y cogió una birra, después se la acercó a la boca y se la bebió del tirón.
Se sentó a mi lado. Yo estaba casi dormida cuando sentí en mi boca el aliento de Franky. Le aparté de un empujón, riéndome.
—¡Franky! ¿Qué haces? ¡Si podría ser tu madre! 
Exageré un poco, pues solo nos llevábamos 12 años.
—Joder tía, es que me lo he pasado muy bien, y aunque tengas esa pinta de pijita, eres muy punkarra y quiero que seas mi pareja.
 —¡Anda, borracho! —dije yo—. Te conozco, y confundes el hecho de que te presten atención con la idea de estar pillao. ¡Tira pallá y sigue bebiendo! ¡O duérmete!
—Es que no puedo, quiero besarte; estoy muy cachondo.
La verdad es que yo también le tenía ganas hacía tiempo, así que me dije: «Mañana será otro día».
Me besó. Y muy bien, por cierto. Así que la cosa fue a más.

Días después, me lo encontré en el Bar de La Filo. Llevaba el brazo escayolado.
 —¿Pero, qué te ha pasado?
Na —respondió—. Es que ayer me dio por salir por la ventana en vez de por la puerta. Le di un abrazo. Ese era Franky, todo ternura, todo caos. Un «tío» que siempre me cautivó.

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