Ella siempre está ahí. Me observa y solo cuando sabe que estoy indecisa toma las riendas de mis pensamientos, los transmuta de tal forma que yo me pongo en marcha. Algunas veces se enfada conmigo porque la ignoro y actúo a mi albedrio sin contar con ella. También va por libre de vez en cuando, las menos, pero vuelve a alinearse conmigo. Sabe que dependo de ella desde que nos descubrimos. Ha tejido alrededor nuestro una urdimbre de lazos irrompibles, una red de dependencia hacia ella que me anonada y nunca me atrevo a presentar batalla, menos aún tratar de ganarla.

La descubrí una vez que la maestra me encerró en el cuarto del carbón. Tratando de pensar el porqué de ese encierro, la vi. Estaba en un escondite detrás de una columna. No me extrañó que estuviera allí mirándome con sus ojos grandes, como brasas y estaba firme como un roble. Me dio ánimos para no tener miedo a la oscuridad, el no ser. Cuando llegué a casa  la encontré en mi habitación sentada frente al espejo, sin que le devolviera la imagen, mirándome como si le perteneciera. Entonces supe que no se iría nunca, ¿nunca?

Si aquel día la educadora no me hubiera mandado al cuarto oscuro quizás ni la hubiera conocido.

En la niñez compartimos nuestros buenos momentos, juegos, lecciones, excursiones. Cuando tenía que guardar cama por causa de altas fiebres me leía cuentos una y otra vez.

Es ahora en el instituto cuando me hace más encerronas. Los primeros días de clases empezó su cambio. Como ya tengo un grupo de amigas la envidia la carcome. Desaparece unos días y cuando vuelve la noto diferente. Transformada en algo peor. A veces suele llegar a ser insufrible. ¡La aborrezco!

No me atrevo a confesárselo a nadie!

Me cambia el horario del despertador y a veces llego tarde a clase. Oculta mis trabajos para que no los pueda presentar a tiempo. Hasta ha llegado a falsificar mis notas. Los profesores suelen mirarme como a un bicho raro. Después de algunos intentos de querer ayudar  suponen que soy así y me dejan por imposible.

Me ha obligado a hacer cosas que nunca se me hubieran ocurrido. Y he conseguido metas que sin ella no habría logrado.

Poco a poco, aunque crea que le sigo el juego voy adquiriendo la fortaleza que necesito para apartarla.

Ya estoy en el último curso y tengo muchas ganas de “volar”. Sé que lo voy a conseguir!

Cuando llego a mi habitación después de un mal día la encuentro allí con su sonrisa de bruja y sus artimañas para descentrarme. Juega con mis pertenencias y sobre todo con mis regalos mas preciados

Mañana es el gran día. Fin de curso y ya estoy preparada.

Antes de salir para el instituto oigo sus comentarios sin inmutarme. Fuimos las dos caminando hasta la parada del metro. Ya lo oigo. La abrazo. Le digo: “siempre lo has sabido”. LA BESO y me lanzo a las vías.

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