Yo estaba muda, ensimismada. Ni escuchaba las conversaciones de Juan, mi marido, con Diego y María Isabel. Era nuestro primer viaje a Europa, cosa que para un argentino es un paso importante porque muchos de nosotros tenemos antepasados allá, principalmente en España e Italia. Por eso decimos en broma que “descendemos de los barcos” cuando nos referimos a nuestras raíces. En mi caso mi sangre es mitad francesa y mitad italiana, ya que mi madre es francesa y mi padre hijo de italianos. Pero mi tierra es la Argentina.

Por eso no me importaba mucho el hecho de conocer a la madre patria, la Tour Eiffel, el Coliseo y tanto más. Lo que me movilizaba es que iba a conocer el pueblo donde nació mi madre, Commercy, y a toda su familia, es decir, también la mía: su hermana -mi tía-, muchos sobrinos -mis primos hermanos- y sobrinos nietos.

La vida de mi madre, Michèle, no ha sido fácil. Su madre murió de tuberculosis durante la segunda guerra cuando ella tenía 8 años, y su padre de cáncer cuando tenía 11.

Lo único que tiene mamá de su madre: Una carta escrita cuando estaba internada, unos días antes de su muerte: «Mi pequeña Michèle, acabo de recibir tu cartita que me gustó mucho, veo que has trabajado bien en el colegio, trata de continuar así para lograr el primer lugar, pero espero que tu cuaderno esté mejor escrito que tu carta, porque parece que la hubiera escrito un gatito, espero que la próxima esté mejor. Estoy contenta de que te hagas la radiografía, me dirás cómo salió y si has aumentado de peso. Gracias por tu linda flor, la guardo preciosamente. Te dejo con un beso muy grande con todo mi corazón. Tu mamita que te ama, Charlotte.»

Su abuela paterna, Louise, se hizo cargo de ella, y de sus dos hermanas: Jacqueline, la mayor, y Annie, la menor. Cuando hablaba de su abuela se le hacía un nudo en la garganta. Fue madre, padre y abuela a la vez. Sin embargo, a pesar de todo, ella siempre dijo que había tenido una infancia feliz.

Y fue a los 16 años, en 1950, cuando una tía la invitó a venir a Argentina, al país de las pampas, de las llanuras infinitas, y aquí se quedó. Por razones principalmente económicas no pudo volver.

Mamá, a la derecha, con sus dos hermanas

A su abuela y a Jacqueline jamás las volvió a ver, cosa que creo nunca pudo superar del todo a pesar de nosotros – sus cinco hijos- y sus dieciséis nietos.

La abuela Louise con su primer bisnieto

Pudo viajar a Francia cuarenta años después. Recuperó un poco a su familia francesa, principalmente a su hermana Annie, pero algo se había quebrado en su interior. Volvió a Argentina feliz pero ya no quiso volver a viajar. Dijo que estaba grande, y que su familia estaba en Argentina.

Commercy queda en la región de Lorena, al nordeste de Francia. Tiene unos 7.600 habitantes y fue creciendo alrededor del palacio construido a partir de 1709 para el rey Stanislas como residencia de verano. No es nada extraordinario pero para mí tiene un significado especial. Tantos años escuchando hablar de él, de la granja de la abuela, de la iglesia, de las madeleines, del colegio de monjas alemanas al que concurrió mamá, de sus juegos con la nieve, de la guerra…De todos mis hermanos, soy la que siento más su tierra. A veces creo que las raíces de mi madre son más fuertes en mí que en ella. Como si me las hubieran trasplantado. Como si las raíces me hubieran poseído.

Commercy

De ahí mi emoción ante este viaje. ¡Qué decir! A medida que nos acercábamos mi ansiedad aumentaba. El paisaje era muy apacible, el camino serpenteaba entre colinas cubiertas de vegetación y campos cultivado y se abría entre bosques nativos increíblemente verdes.

Los carteles indicadores señalaban la dirección hacia los distintos pueblos y ciudades. Mi piel se erizó cuando vi el primero que decía Commercy.

En camino

– On joue à cache-cache? – D’accord, mais c’es toi qui compte! – Ooh, comme tu es méchante! Un, deux, trois…

Mi mente divagaba entre recuerdos que me había contado mi madre. La Imaginaba con sus largas trenzas castañas atadas como en corona corriendo con sus hermanas y sus primas, jugando a la mancha o a las escondidas. O bajando la colina cubierta de nieve con el trineo. Oía a su abuela llamándola para almorzar. La veía a ella peleando con Jacqueline o con Annie. La veía comer el queso a escondidas. La veía jugar a la rayuela. Veía su carita cuando le dijeron que su mamá había muerto. La veía entrar las vacas al establo en invierno. La veía correr cuando sonaba la sirena durante la guerra.

Promenons nous dans le bois, pendant que le loup n’y est pas! Si le loup y était, il nous mangerait! Loup, loup, y es tu?…

Al entrar al pueblo aminoramos la marcha mientras observábamos las casas, tan parecidas entre sí. El GPS nos informaba lo cerca que estábamos de la casa de mi tía Annie, que nos estaría esperando. La misma casa donde nació mi madre. De lejos divisé su silueta en la vereda. No recuerdo mucho las palabras que dijimos. Sólo el abrazo. Y las lágrimas. Y luego las croissants y el tazón gigante de café. Y las famosas madeleines de Commercy. Y el intercambio de regalos. Y a mis primas. Y a mi tía Annie con los ojos y los gestos de mi madre.

COMMERCY.

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