Alcé la mirada con la intención de poder vislumbrar algo, pero apenas conseguí ver lo que acaecía a dos palmos de mi cara. Era de noche y las luces del vagón estaban ya apagadas. Supuse que por la hora que era, así que tendría que dejar eso de saber lo que me rodea para otra ocasión.

Tenía la percepción de que llevaba sobre los raíles más de una semana, pero no estaba seguro. De hecho, no recordaba nada anterior del momento en el que decidí levantar la cabeza para mirar a mi alrededor. Era una sensación extraña la que tenía, puesto que sentía una especie de seguridad interna impropia del momento en el que me encontraba. Llegué a pensar que estaba soñando, pero no, me di cuenta rápidamente de que tal desconcierto no podía tratarse de una representación onírica o de una alucinación. Demasiado simple para ser eso.

Llegado a ese punto decidí probar mirando a través de la ventana situada a mi derecha, la cual se encontraba oculta por una especie de cortina roja, para intentar adivinar al menos por el paisaje dónde me situaba. Deslicé la tela hacia un lateral con sumo cuidado para evitar despertar a alguien con el ruido y allí estaba: un cristal de un metro de alto y un metro y medio de ancho aproximadamente en el cual había adherida una pegatina redonda y negra, y en cuyo centro destacaba un texto que rezaba en un blanco brillante Nurter On. Intenté arrancarla para poder observar el exterior sin nada que incomodase mi visión, pero no fue posible; estaba bien pegada. Demasiado quizás.

Tras claudicar en esa pequeña guerra, miré con atención lo que ese cristal impoluto mostraba: un centenar de robles, abetos y píceas se mostraban grandiosos, impresionantes y ausentes del mundo que les rodeaba. Supuse que el color negro con tintes violetas que parecían exhibir era debido a la oscuridad, que si bien dentro no veía apenas nada, la luz de alguna que otra farola sí que me dejaba apreciar parte de ese paisaje. También pasamos muy cerca de un lago; incluso me pareció ver una barca y un hombre remando, pero en esa situación no podía dar nada por seguro.

Viendo que no resolví muchas dudas con mi Plan A (mirar a través de aquella ventana), decidí levantarme y probar suerte a través del pasillo oscuro, el cual me disponía a cruzar casi a ciegas. Di gracias de no encontrarme ninguna maleta ni bolsa a lo largo de esos, al menos, 20 metros de pasillo. Una vez atravesado este entré en un espacio lo suficientemente grande para que al menos 15 personas estuviesen al mismo tiempo sin problemas de agobio.

Iluminado por una luz blanca que irradiaba toda la habitación, pude apreciar con claridad una pequeña cuna azul celeste con la palabra Pureza tallada en una esquina, y una silla en el centro de la sala orientada hacia un televisor soportado por un pequeño mueble. De repente, la pantalla emitió un sonido que me hizo retorcerme por dentro y se encendió.

Tomé asiento haciendo gala de mis impulsos y observé con atención lo que parecía una película; una película bastante antigua. En ella se podía apreciar a una mujer rubia que sostenía a un bebé entre sus brazos, mientras sonreía y mostraba una sonrisa que, no sé por qué, me resultaba familiar. Tampoco sabía por qué tenía el corazón en un puño y se me caía una lágrima.

Salí de dicha habitación y recorrí otro pasillo hasta otro cuarto de unas dimensiones parecidas al anterior. Esta vez la luz era amarillenta y en mitad de la pared yacía escrita la palabra Felicidad en color rojo. El lugar estaba completamente vacío a excepción de una mesa redonda bastante grande en un costado; y en la cual encontré varios dibujos que parecían de un niño pequeño, pero lo suficiente mayor como para tener nociones de no salirse del contorno y mezclar las diferentes tonalidades. Pese a ser ilustraciones bastantes comunes tenía la sensación de que las había visto antes en algún sitio. Mientras tanto, el chirriar del tren parecía aumentar con el paso de los minutos, como si la velocidad de esa serpiente de hierro fuese incrementándose de forma gradual.

Sin darle más vueltas abrí la puerta que había enfrente y que parecía ser el único camino para continuar mi viaje. El siguiente habitáculo se antojaba más angosto que los anteriores, y la luz roja que alumbraba todo creaba un ambiente bastante violento. Me acerqué a una de las paredes de la cual colgaban varias fotos, y en tan solo un segundo sentí que mi corazón se partía en centenares de trozos, llegando a pensar que mis ojos saldrían disparados de las cuencas que lo mantenían a raya. Me hallaba paralizado. Intenté gritar una frase, pero solo tuve fuerzas de expulsar una palabra: ¡MARTA!

Me miré el pecho y aún se podían ver los agujeros de bala. Ahí entendí todo. Los abetos, la oscuridad… incluso el cuadro que colgaba de una de las paredes con la palabra Verdad. Salí entonces de la habitación a través de un pasillo oscuro, en el que a diferencia de los anteriores no se veía absolutamente nada. Tras caminar, por no decir arrastrarme, durante cinco minutos, vi por fin una especie de cartel luminoso al fondo. El pequeño chirrido que emitía el tren se había transformado en un estridente lamento casi inaguantable, pero hasta eso me daba igual.

Cuando llegué al final del camino, sin fuerza física ni mental, fijé mi mirada en ese enorme cartel que ponía el broche a todo:

‘Entre el infierno y el paraíso’, Dante.

Al cartel lo acompañaba una frase, una frase simple pero que ni tras cerrar mis lagrimosos ojos, ni tras emitir aquel soplido que ahora creo fue de liberación, conseguía quitarme de la cabeza:

‘Fin del trayecto’.

LUGAR: TREN QUE RECORRE LA REPÚBLICA CHECA.

Fisoi Nilats.

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