De Moab a Belén

De Moab a Belén

Griselda Bosi

28/08/2016

De Moab a Belén

A nadie le importaba en dónde había nacido, se sabía que venía de la región de Moab, al este del mar Muerto, llanura fértil de buenos pastos; ni quiénes habían sido sus padres, tampoco era necesario saber por qué entró en esta historia, pero ocurrió que aquella vez nos relató lo siguiente:

Tenía, a los quince años, muchos deseos de que un hombre me escogiera como su esposa, me llevara con él, que tuviéramos muchos niños…

Un día cualquiera me enteré de que habían llegado vecinos nuevos, unos israelitas:

–¡Es Elimelec, su mujer Noemí y sus dos hijos, Mahlón y Quelión, efrateos de Belén de Judá! –comentó Orfa, mi amiga, entusiasmada–. Viajaron hasta estas tierras porque allí, desde donde vinieron, hay hambre –subrayó.

Los hermanos, bellos hombres, trabajadores, respetuosos con sus padres, muy pronto se acercaron a Orfa y a mí, solo como amigos, la Ley de Moisés no permitiría otro tipo de relación.

Voy a ser breve con tal descripción:

En esos tiempos, no se sabe por qué causa, murió Elimelec, su esposa se quedó sola, con el único refugio que representaban sus hijos; a pesar del sufrimiento siguió adelante. Ellos no hicieron caso de la Ley y se casaron con dos moabitas: Quelión desposó a Orfa y Mahlón, a mí.

No tuvimos hijos y al cabo de unos pocos años, sin saber tampoco la causa, murieron los hermanos; quedamos las tres desamparadas.

Tengo un recuerdo de esos momentos: nuestra suegra, extranjera en Moab, decidió volver a Belén, su tierra. Nos dejaba libres, pero yo, Rut, decidí acompañarla.

Ahora todos la miraban, querían llegar al final de la historia:

–Anden, vuelvan a la casa de su madre –nos dijo.

–Nosotras iremos contigo –le advertimos.

Pero ella insistió en que debíamos rehacer nuestras vida: Orfa regresó a
su casa, yo no.

–Haz como tu cuñada, regresa a tu pueblo y a tus dioses –volvió a
pedirme Noemí.

–No ruegues que te deje, voy a ir a donde tú vayas, donde quieras
viviré. Tu pueblo será mi pueblo y tu Dios, mi Dios. En el lugar en que tú
mueras, allí también seré sepultada yo –agregué.

Un día tomamos nuestros petates y nos fuimos. No teníamos dinero,
viajamos a pie a través de la llanura de Moab. Estábamos solas.

Anduvimos, pues, las dos hasta llegar a Belén. El viaje fue arduo, nuestras
siluetas recortadas apenas se distinguían en el paisaje azotado por el viento; tardamos diez días en llegar. La zona desértica al este del mar Muerto hizo dificultosa la travesía: lo bordeamos por el norte y tuvimos que cruzar el Jordán en canoa.

Créanme, los días fueron largos, el sol nos agobiaba tanto que nos
dejaba sin fuerzas. Pensaba: “Tengo que buscar un lugar para pasar la noche, Noemí ya está cansada”. Con las primeras sombras nos acostábamos abrazadas, dándonos abrigo y protección; así nos dormíamos.

Caminábamos en silencio, cargando cada una sus propias penas. Pensaba en Noemí, ella lloraba por la muerte de sus tres hombres, pero retornaba a su tierra, a su parentela; yo, por Mahlón, mi esposo, viajaba a una tierra desconocida, dejando todo: mis parientes, mi país, mi cultura. Volvíamos porque mi suegra se había enterado, por unos mercaderes, de que en Belén ya no había hambre, podía regresar a su hogar.

Con un suspiro, terminó la historia.

La madrugada del décimo día nos encontró a las puertas de la ciudad,
que, al saber quiénes éramos y de dónde veníamos, se abrió y nos acogió. En ese momento el Dios Todopoderoso nos cubrió y con su protección encontramos nuestro lugar.

A todos nos importó quién era esa mujer llamada Rut; ahí supimos que de su vientre nacería la vida que daría comienzo a la dinastía de David

El viaje había terminado.

FIN

Dibujos: recreación de imágenes de internet por Griselda Bosi

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