Ella servía, con particular habilidad y haciendo alarde de su destreza culinaria, una variedad de sabores sobre trocitos de pan recién tostado
 

-Prueba este, son trozos de pescado en crema de champiñones. 

Un poco de vino, algunas aceitunas, cubos de queso y una divertida conversación aderezaban una noche ambiciosa. Ella cocinaba y me hacía probar, yo servía copas y robaba besos con esencia de avellana o el sabroso tono amargo de la carne al carbón.
 

 Entonces, en un inocente pero desafortunado movimiento, se acercó provocativa con un trozo de casabe sobre el que humeaban delgadas lonjas de solomo selladas a la parrilla, bañadas en queso y jalapeños
 

-Ahora este, pica un poquito, pero te va a gustar…

Abrí la boca y ella dejó caer las piezas de carne tibia. Con la misma mano tomó mis mejillas y me ofreció sus labios en un beso intenso. Su lengua imperiosa y agresiva, la sutil efervescencia del vino, el espesor del queso derretido y el sabor del picante conquistando mis papilas invadieron mi boca como en una emboscada y no tuve más remedio que dejarme llevar. Entonces, mientras el ají avanzaba poderoso sobre los otros sabores, tu recuerdo emergió entre las sensaciones, me agarro por la solapa del alma y me arranco de ese lugar.
 

 Y nos encontré, de nuevo, en la cocina de tus padres, casi a medianoche, mientras todos dormían. Camuflados con la excusa de un bocadillo antes de irme, con la boca ardiente de ají y de ganas. Apareció la textura de tu lengua reclamando su soberanía, el sabor de tu saliva espesa y dulce apropiándose de mis sentidos, la rugosa irregularidad de tus poros erizados, la firmeza de tu pezón amenazante, el almíbar adictivo de tu sexo.

 Llegaste sin ser invitada y en un despliegue de tiranía, hiciste tuyo un instante que no te pertenecía. Despertaste de ese sueño profundo en el que he tratado de mantenerte todos estos años y volviste armada con todo tu arsenal. Te desplegaste a lo largo de la eternidad de ese beso ajeno trayendo tu sonrisa, tu mirada pícara y divertida, el recuerdo de tu aroma dulce y delicado. Pero también el ardor de tu partida que me dejó aturdido y el vacío de toda esta vida sin ti.
 

Y me descubrí, una vez más, besando a un espectro, haciéndole el amor a un recuerdo y viviéndote en un mundo ajeno al mundo.

 Recordé que ya no estabas y un chubasco de realidad avinagró el momento, dejándome sin más opción que abrir los ojos y regresar a aquella cocina. Al casabe tostado y al queso derretido, al beso de tres personas y al ardor en mi boca, un poco por el ají y otro tanto por tu ausencia.

 Ella, que no es tonta, de inmediato notó que algo no iba bien.
 

-¿Estas bien? ¿Te pasa algo?
 

– No pasa nada corazón, es el jalapeño que siempre me pone los ojos aguados.

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