SABOR LIBANÉS EN PARIS

SABOR LIBANÉS EN PARIS

Fue durante mi época en la universidad. Se me presentó la oportunidad de pasar unos días en Paris en una casa de estudiantes. Paseé por el popular Barrio Latino lleno de infinitas callejuelas con sus restaurantes típicos, griegos, turcos, italianos, irlandeses, transmitiendo sus olores característicos y el calor humano que te obsequiaban desde sus entradas. También me acerqué a una cafetería a degustar un café «au lait» y a admirar su arquitectura modernista que perduraba a lo largo del tiempo. En el barrio de Montmartre había en una esquina un restaurante tan minúsculo y sin embargo en sus paredes se observaba grabada su historia, olía a tatin de manzana, como no.

El último día de mi estancia se realizó una cena en casa de mis amigas, improvisada pensaba yo. Nada más lejos de la realidad: un joven libanés ofrecía una degustación de comida típica de su país como obsequio a la ayuda que ellas le habían prestado a su llegada a Paris. Cuando obtuvo su primer trabajo y cobró su salario compró en las tiendas del barrio árabe todos los ingredientes necesarios para la elaboración de la comida con la que nos agasajó durante la noche. 

La mesa ya se empezaba a decorar cuando yo llegué y sobre un mantel blanco se adivinaba el ambiente festivo. Nos mandó sentar y comenzó a traer platos de una elaboración tan meticulosa que anunciaban una velada de sabores exquisitos, tal vez por los aromas exóticos que desprendían: tabulé, crema de berenjenas y humus mis favoritos. Las ensaladas y salsas de yogurt llamaron la atención a todas: estaban ligeramente aderezados por frutos secos. El cordero también fue un protagonista muy elegido. Era evidente que era diestro en la materia. Habló de su primer trabajo en una panadería libanesa y en la cual había comprado los postres, lo único que trajo ya hecho. Era indudable que se encontraba en el camino correcto, pensé.

Se sentó a la mesa para no levantarse más y comenzó a contarnos sus recuerdos familiares en su casa del Líbano. Relatos de su niñez que evocaron recuerdos tan vivos de felicidad en él que me cautivó. La sonrisa que desprendía en todo momento era la culminación de un deseo profundo en su interior. Me me recordó a la festividad de una boda y la expresión de dicha de un novio al ver realizado su sueño. 

Al día siguiente tenía que volver a España en tren y me dirigí a Gare Montparnase. Me llamó la atención las postales de recuerdo típicas en un kiosco de la estación. Relacionaban un árbol con el mes de nacimiento a modo de horóscopo. El mío era el sauce y lo complementaba con una descripción de tu personalidad: la melancolía. Me sentí hija adoptiva de Paris. 

Después de muchos años y en multitud de restaurantes árabes a los que he acudido sigo transportándome a aquel tiempo con una nostalgia agradable y con la sensación de ser el primer capítulo de una aventura culinaria que me esperaba en el futuro.

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