Bendito momento

Bendito momento

Amparo B.S.

04/09/2020

Cortar un trozo de la barra de pan, a ser posible de la punta, abrir sin partir del todo, untar con un cuchillo que no tenga sierra y extender generosa y abundantemente. Cerrar. Apretar. Ahí está, asomando desigual y tentador, mientras la lengua actúa en un reflejo primitivo de placer. Aprieto un poco más, relamo todo el borde y ahora sí, a morder con deleite el pan blanco con dulce de leche prisionero en el interior.

En los dedos, un poco en la barbilla, sobre el labio, cerca de la nariz… imposible escapar de sentirse pegajoso. ¿Pero quién quiere huir? Es parte de la merienda, de ese jugar a hoy no me mancho, o sí, y luego me chupo el dedo y acabo limpiándolo en mi vestido y creo que sólo lo estoy secando, pero allí está, el rastro marrón de ese bendito momento donde la dulzura lo es todo.

Son esas tardes después del colegio. Fuera el uniforme, los zapatos bien atados y el lazo azul del cuello. Si hace buen tiempo, jugamos a Martín Pescador en la calle, sin alejarnos del portal, junto a la papelería de don Ítalo que me deja a veces estar detrás del mostrador y hacer que vendo lápices y libretas. Si la tarde es fría, Embrujada y Los Supersónicos en la televisión.

Terminada la merienda, mamá plancha en el comedor mientras hago los deberes, siempre cerca de ella. Entonces le pregunto sobre la familia en la otra orilla del océano y sus ojos, de un color azul casi gris, se iluminan.

Ella siempre procura remediar mi mundo solitario de hija única, de niña reservada y algo enfermiza. Me compra esas latitas azules de dulce de leche con la cara de un niño relamiéndose. Me deja a comer en el colegio y puedo jugar con mis compañeros en el patio inmenso rodeado de árboles. Me lleva a una librería y me deja escoger.

Un día nos presentamos ante una mujer bellísima con la cara llena de pecas y el pelo rojizo que da clases de lectura y recitado a grupos de niños en su casa. Las dos hablan, las dos resplandecen. Vuelvo allí una tarde a la semana. Meriendo de camino y me lavo las manos en una fuente. Aprendo a decir cómo era Platero, si suave, si peludo, y mi voz es leve, pausada, como de algodón.

Es así como te hablo hoy, querida hija, en un pequeño hotel de un país del Este, mientras esperamos tus papeles y el pasaporte del consulado. Tus ojos son un mundo por descubrir. Apenas tres días y ya me diste un beso sin yo esperarlo. Una lluvia de agosto refrescó algo la tarde. Papá te anudó el babero y sostiene tu trozo de pan. En tus manos los tapones de colores de las botellas de agua, tu juguete preferido. Con cada bocado, tu carita se ensucia de dulces señales y pareces relajada.

No me olvidé de poner en la maleta un tarro de dulce de leche.

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