Veintidós de septiembre

Veintidós de septiembre

Carolina FM

03/09/2020

Rocío se despertó sobresaltada por un estruendo que había invadido su habitación sin permiso. Con los ojos aún pegados se preguntó qué demonios había sido eso. Decidió averiguarlo más tarde y continuar durmiendo, sin embargo la respuesta le llegó en modo de réplica y esta vez vino acompañada por un destello de luz que traspasó las cortinas.

– Mecagoen…- Maldijo metiendo su dolor de cabeza bajo su almohada que desprendía un hedor rancio.

    El día anterior había llegado bien entrada la noche a la casa familiar del pueblo, sin tiempo a ventilarla. El olor a humedad, penetrante e intenso, fue su único recibimiento, el signo de identidad del viejo caserón, que le acompañaría inexorablemente durante toda su estancia.

    – BROOMM!!

      Otro trueno enemigo. Las gotas de lluvia fueron los últimos instrumentos en acompasar la orquesta. Golpeaban el cristal con violencia e incluso habían encontrado hueco para colarse en el interior de la vivienda. Comenzaba a formarse un charco.

      -Pero qué demonios…

        Abandonó su trinchera a regañadientes y cuando sus pies desnudos entraron en contacto con el suelo helado despotricó todo lo que quiso hasta llegar a la contraventana para cerrarla de golpe.

        No había sido buena idea regresar en septiembre. El mes de la transición, como ella misma lo denominaba. Días soleados intercalados con tormentas incesantes. Bienvenido otoño, paranoica estación de sentimientos encontrados.

        Por un momento se le pasó por la cabeza volver a la cama, pero sabía que si lo hacía no se levantaría de ella en todo el día, además tenía hambre. Mejor excusa imposible.

        Evitó la ducha por pereza a enfrentarse al agua helada y se vistió. Aún no había encendido la caldera que era una antigualla y apestaba a gasoil.

        Dejó su habitación y se dirigió directamente hacia la puerta principal. Era inútil perder el tiempo en la cocina buscando algo de comida. Además tenía miedo de quedar atrapada de nuevo en el remolino de nostalgia y tristeza del que le había sido tan difícil salir.

        A punto estaba de girar la manilla cuando escuchó risas en el interior de la estancia. Sabía que la casa llevaba tiempo deshabitada, lo sabía, pero sin duda, alguien estaba cocinando alegría ahí dentro.

        -¡Maldita sea!- Dijo soltando el pomo de la puerta a su libertad.

          Dio media vuelta dirigiéndose hacia el lugar más familiar de la casa. Atrás dejó la salita, con sus muebles escondidos bajo sábanas y el olor a naftalina. Sobre la mesa, una botella de vino vacía y un cenicero repleto de colillas, recuerdos de su particular fiesta sin invitados, junto a su boca pastosa y su mal aliento.

          La cocina brillaba. El aroma a vainilla, bizcocho y chocolate, eran un viaje directo a su niñez. Su madre atareada en los fogones. Sonriendo, la abraza. Su olor la impregna de tal manera que ahora sabía que nada podría hacerle daño. Nada. Era el olor al Amor más puro que existe, inquebrantable.

          -Cariño, ¿qué tal el día?

            La puerta de la cocina se volvió a cerrar dejando atrás un día gris y lluvioso.

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