Soy un caminante más en este mar de ideas ambulantes, soy un número identificado en algún país, hago parte de cualquier estadística aun si me limito a respirar. Podría seguir, de hecho continuo, hacia adelante, hacia los lados, me detengo y voy de regreso donde mis labios no me permitieron vivir. ¿Qué sentido tiene eso ahora? Escucho esos pitos, los grillos, frenos de auto con llantas que revientan el piso, les escucho a todos, llorando, riendo, pensando, en silencio. ¡Silencio! ese que amo mientras no me retenga para hundirme en el, silencio que callo.

Puedo hablar de todo menos del tiempo, lo desconozco, no lo he vivido, pensaría que soy tiempo por como me ignoran, por como en su trayecto me fraccionan los dedos, yo, ¿seré el tiempo?

Pero en este lapsus no hay cabida para la duda, ni la cuestión de lo que soy, abandoné el interés en ello desde que asumí mi perdida y vi en el resto el encuentro. Mi edad se prolonga como cada sombra de verano intenso en una ciudad céntrica y poblada de desdichas angustiadas por la monotonía. Mi piel no se desgasta como esos zapatos de colegio que recorren las ceras de prisa y muy lento. Este cuerpo no se cansa y si se cansa es de presumir los gestos que son ausentes en quienes se ven como objetos, como partes del cuento y la idea de un mundo civilizado. La posición que he adoptado sobrepasó las opciones físicas, solo estoy de cierto modo. La capacidad para volver la mirada hacia mi ser es fortuita, tanto que choca con la incapacidad y entonces simplemente no existe, no es probable. Puedo decir de mí, que no soy de aquí, y este no es el lugar a donde me dirigía.

Las diferentes voces que sucumben en mis oídos, conversan sin sentido, como si no hubiese agrado de un individuo a otro por aportar experiencias trascendentales. Cada pisada hace vibrar mi cuerpo, logrando que en mis venas fluya el desespero de querer salir ilesos, por lo menos este día, tantos fracasos, pocas verdades. Noto, que aunque los ojos de muchos se rehúsen a expresar sus emociones piden a gritos un segundo sincero, no miran feo, tampoco enojados, es la falta de consuelo, la desesperanza de los unos por los otros, entonces esa mirada, es mejor que verse a los ojos frente a frente, es mejor que recordarse en un abrazo o estrechando la mano. ¿Qué esperan? ¿Estar muertos?

Como no sé de tiempo, pensaré que me queda poco y suficiente, mi último vistazo es un esfuerzo para agradecer a esos grillos que señalaron con su canto la madrugada, a los pájaros que silbaron el amanecer y a este perro que ha asomado su cara debajo del camión. ¡Por fin me vieron!

Tomaran mis signos vitales, me echarán un manto encima o me llevaran a una clínica, sobrevivir es lo de menos, este día ya viví lo justo. Antes le dije al perro, que con agrado me vería morir, si ese can leyó mi mente entendió que no pedí ayuda porque mi situación no lo facilitó, y, ¿de qué manera?, si el dolor en las piernas solo me motivo a apretar los labios, tampoco vería mi cuerpo con tantas latas encima, pero ya que importa si no estoy completo.

Fui, después de ese accidente, como el resto, invisible, pero diferente, adolorido y carente. Me defraudaron todos, no por no verme bajo ese peso que rodo sobre mí, no por pasar sobre mis manos sin observar mi presencia, no por ignorar que dejaba de existir cada segundo, no. A fin de cuentas yo iba a morir, me defraudaron porque no saben vivir.

Hoy en esta esquina, sobre un cartón, sigo siendo yo, ese yo desde el accidente, poco visible, invalido, y para muchos, demente. Yo que no los abandoné, yo igual al tiempo que existe pero nadie ve, a veces valgo algunas monedas, a veces muchos madrazos como el tiempo cuando hay retrasos.

Me quedé aquí, a donde aquel día no me dirigía, este lugar que escogí como atajo a mis 18 años de edad para llegar temprano a mi primer trabajo, con el afán de forjar mi futuro, creo que no me equivoqué. No me quiero ir ya de aquí, prefiero estas noches de heladas y días candentes, que las falsas palabras que chocan entre los dientes, prefiero unas cuantas monedas y unos puros madrazos, que el abandono de los seres que un día fueron mis más queridos. Prefiero ver el mundo y a sus gentes. En cualquier momento partiré, de cualquier manera y en donde sea.

Aquí en estas calles como muchos otros que por razones diferentes no salen de este mundo, pero tampoco viven en el, como almas en pena, como adornos sin uso, están y estamos. Aquí entre pisadas y voluntades, entre deseos y obligaciones, entre la ilusión y el despertar consientes. Aquí para que quien me lea, después si se atreve me mire y se dé cuenta que todos terminamos siendo habitantes de calle. Que no nos estrelle la realidad, ¿cuánto tiempo estuvimos a tiempo? ¿Qué les tiene que hacer la vida, que se tienen que hacer a sí mismos?

Hicieron más por mí, los grillos, las aves y el perro, de lo que las personas ofrecieron, que lo que yo quería dar. Aquí ya no siendo caminante, soy una admirante del tiempo, quien sabrá cómo sobrevive, cómo resiste, sigo aquí siendo un número perdido en la sociedad, una estadística en el olvido. Soy cualquiera de ustedes despertando sin aliento. El cielo es mi techo, mi aposento el asfalto y me arropo de sueños ajenos. Vivo aquí dentro, me pronuncio sin sentido de la misma manera que ustedes abren los ojos cada día, la claridad del texto se halla en el entendimiento. Como no sé de tiempo, pensaré que me queda poco y suficiente, mi último esfuerzo será una súplica: ¡Detente! (me puse las manos en la cabeza).

Y de repente se detuvo.

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