Experiencia gastroerótica

Experiencia gastroerótica

Esa fatídica combinación de empalagosa fragancia a base de bergamota y punzante olor a aftershave acaba por mitigar todo resquicio de excitación, aunque él parece estar viviendo otra realidad, jadeando y moviéndose rítmicamente encima de mí. Quizás aún esté a tiempo, sólo ha de dirigirse ahí abajo; así que lo beso y tomo su cabeza con mis manos para guiarla al lugar donde, con algo de esmero, podría obrarse el milagro.

¡Demasiado tarde! Ahora respira con más intensidad y, ¡nooo!, se da la vuelta mientras suspira prolongadamente, mira el reloj de la mesilla y exclama: «¡Deprisa, las ostras nos esperan!».

¡¿Qué?! ¿Ostras? ¡Por si no te has percatado, acabas de rechazar una con perla y todo! Aunque me muero por gritárselo, me muerdo la lengua y voy a la ducha. Él ya está en ella. Su penetrante olor se ha desvanecido, así que me aproximo a su cuerpo desnudo esperando una segunda oportunidad, pero ya se está secando con la toalla, sin mirarme siquiera.

Una vez vestidos, nos dirigimos al restaurante. Bajando las escaleras noto una ligera molestia en el estómago. De repente, mi olfato hipersensible percibe un olor que me transporta al mar. Casi puedo visualizar el rastro dibujado por el aroma, y como en una secuencia de dibujos animados, lo voy siguiendo. En segundos, de querer saciar mi libido paso al deseo de saciar mi apetito.

Llegamos a la terraza del comedor y nos sentamos a la mesa. Hace una noche muy agradable. El sonido lejano del romper de las olas me susurra a los oídos, y la brisa marina me acaricia el escote. Aprovechando que estoy sentada al borde de la tarima de madera, me descalzo y hundo mi pie en la arena fresca y suave. El momento es perfecto, ¡pero tiene que estropearlo con su pedante discurso acerca de lo que le llevó a escribir tan generosa crítica gastronómica!

¡Bien! Ahí vienen las ostras y el champán. ¡Pum! El sonido al descorchar la botella me anima. Ahora tendrá la boca ocupada deleitándose con cada burbuja del brebaje francés. Vaya, entre sorbo y sorbo, saca a colación las estrellas Michelin. Mientras, yo contemplo, embelesada, las estrellas de la noche.

No puedo esperar más. Exprimo unas gotitas de limón sobre una ostra y la llevo a mis labios. Noto su textura resbaladiza. Saboreo el exquisito molusco y pruebo el champán. Mientras él habla de maridaje, la espuma me cosquillea la lengua y siento que tengo el mar dentro de mi boca.

Ha empezado a sonar «Cheek to Cheek». Heaven, I’m in Heaven… ¡Yo también! Increíble, ahora saca a relucir su erudición musical, pero consigo abstraerme y sólo oigo a Billie Holiday. Lo miro como si lo escuchara, asintiendo de vez en cuando, pero en realidad estoy disfrutando de mi impúdica y particular infidelidad con todos mis sentidos.

De pronto, acaricia mi mano y me habla al oído:

—Lo de hoy ha sido increíble. Lo tenemos que repetir.

Y yo exclamo, excitada:

—¡¡Sí!! ¡Mañana ostras para desayunar!

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