Si cuando Ágata Monterrey descubrió aquel bazar alguien hubiese acertado a inmortalizar su cara, muchos habrían podido comprobar que la felicidad es a veces tan material como un buen sombrero de copa. Los ojos le brillaban incesantes mientras sus pequeñas piernas recorrían aquel laberinto de sombreros con el mismo ritmo y velocidad que unas tijeras...
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