—Laira hazme el favor de pegarme —dijo con tanta rapidez Tito que a penas pude entender la última palabra de la oración. Mi vista estaba anclada sobre los dedos largos y pálidos de aquel misterioso chico—. Necesito con urgencia mi dosis de garrotazos… ¡Ey, chaval! Sube las manos donde pueda verlas.

¿Qué haces? —dije cuando se me escurrió el repentino estado de shock en el que había estado. El atractivo, y demasiado callado chico, había puesto las manos sobre los delgados, casi desnutridos muslos de Tito. Le vi fruncir el ceño.

Estás desgastado —habló de pronto, con un voz tan grave y masculina que nos puso la piel de gallina. Y si lo decía en plural, era porque sabía que mi amigo el capullo también se había sorprendido. Parpadeé varias veces seguidas y al mismo tiempo evité mirarlo durante de unos segundos, en los cuales Tito empezó con su pedantería.

¿Qué has dicho qué? —no se me pasó desapercibido el tono de desconcierto en el que se dirigió al chico. Sonó hasta sorprendido.

Desgastado —volvió a repetir, frunciendo el ceño. Señaló el lugar donde se hallaban los muslos dando círculos con su dedo índice ¿qué haces para tenerlos tan hinchados y adoloridos?

Será porque disfruto de los placeres sexuales.

Placeres sexuales… —dijo más en pregunta que en respuesta.

Tito rió con sorna.

Este tío está de la hostia —se carcajeó—. Y a parte es un maldito exhibicionista.

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