Los Minutos del Cronomante

Los Minutos del Cronomante

Jorge García

30/08/2024

Pretérito

De entre los que eran capaces de dominar la magia de los sueños, unos pocos habían alcanzado el entendimiento del Tiempo mismo. Podían soñar con su propio pasado y revivir minuto a minuto todo lo registrado por su subconsciente. Sus habilidades les permitían recitar poemas completos con haberlos escuchado una sola vez, o certificar el número de lanzas de la fuerza enemiga habiéndoles dado solo un vistazo. Hace miles de años, cuando aún la Ciencia no se había desarrollado, contar con el consejo de un Cronomante era un privilegio de solo unas pocas personas.

De ellos, el más ilustre de su tiempo fue sin duda alguna Segundo Tácito, que fantaseaba con lanzar su memoria a un tiempo anterior al de su nacimiento. Él creía, a pesar del escepticismo de los filósofos de su escuela, que los recuerdos no habitan exclusivamente en el cuerpo humano, sino que flotan de alguna forma en la esfera onírica. Después de décadas de investigación, Segundo no había encontrado ninguna prueba de ello, pero sí alcanzó un conocimiento maravilloso: era posible leer los recuerdos de otros seres vivos. Mediante una comunión, dos espíritus podían fundirse en un solo ser. La limitación de tal maravilla era que solo podría obrarse durante el sueño. Pero este avance de la oniromancia permitió a Segundo conocer al minuto las historias de los que eran mayores que él. Segundo demostró ante su comunidad que la telepatía en sueños era posible, y que observar el pasado también lo era.
Por eso, en su afán de conocer los misterios pretéritos y, ulteriormente, el origen de los dioses mismos, su siguiente paso fue el de investigar los seres vivos más longevos. Tácito envejeció estudiando a los árboles, pero sin llegar a conseguir una conexión similar a la que conseguía con personas y animales. Parecía que los leñosos compañeros no almacenaban el tipo de recuerdos que una persona, por muy sabia que fuese, pudiese comprender. Y sin embargo, sí que transmitían imágenes, sensaciones, que irremediablemente debían pertenecer al pasado. Más vívidas, sin embargo, cuanto más antigua era la planta.

Aunque no todos los cronomantes aceptaron la invitación de Segundo Tácito, lo cierto es que la expedición formada para encontrar al árbol más anciano del mundo se considera el punto fundacional mítico del Gremio de los Cronomantes, y a Segundo Tácito su primer Maestre. Un total de siete sabios llegados de todas partes del Imperio se unieron a Segundo aquella fresca mañana del 21 de Marzo del año 773 AUC. La Vía Apia estaba ya repleta de carros de comerciantes que entraban o salían de la ciudad. Los cronomantes comenzaron a discutir en cuanto se conocieron, y dos de ellos abandonaron la expedición antes de la primera noche. De los cinco restantes, uno murió durante el viaje. Los otros cuatro se hicieron amigos y ya nunca se separaron. Su viaje les llevó al Pollino, una zona de montañas boscosas perdida en Lucania. Allí encontraron los árboles milenarios que buscaban.

Segundo, Cornelia, Titus y Claudia vivieron como ascetas. Todos eran capaces de lograr el sueño lúcido, pero solo Segundo había conseguido la comunicación onírica con otras personas. Él les enseñó sus métodos mágicos y sus liturgias a Jano y a Saturno. Lo lograron al cabo de pocas lunas. Juntos comenzaron la exploración del bosque en el «lado difuso», como solían llamarlo. Soñaban con el bosque y, de alguna forma, el bosque también comenzó a soñar con ellos. Empezaban a sentirse parte del mismo, y se volvieron capaces de leer a los árboles. Entendían sus formas y cómo se canalizaba la lluvia por sus cortezas. Eran unos fabulosos pinos, altos como torres, robustos, clavados en el suelo como lanzas arrojadas por Marte. Uno de ellos parecía ser el centro mismo del bosque, como si un gran remolino verde hubiese crecido a su alrededor desde el albor de los tiempos. Allí acabaron irremediablemente los cronomantes, analizando sus vetas, observando en la vigilia y en el sueño sus ramas, sus hojas, las hormigas que lo habitaban, el musgo de su tronco… Era un bosque dentro de un bosque, un donante de vida infinita.

Más y más años pasaron en el estudio del Venerable Anciano, como ellos lo llamaron. El grupo de ascetas vivió como una familia y tuvo hijos y nietos. Exploraron el bosque y las montañas. Lejos de la civilización y sin ningún pueblo cercano, vivían pacíficamente de lo que les otorgaba el bosque. Por supuesto, tuvieron que hacer frente a las adversidades de la naturaleza. Cornelia falleció debido a una irónica cornada de jabalí mientras recogía moras. Segundo, que la había amado profundamente, decidió que los conocimientos de su investigación no debían perderse. El sabio se internó en los sueños y soñó con el futuro mismo de su tribu. En la esfera onírica pudo despedirse de Cornelia, ya que su rastro onírico aún mantenía entidad y no se había dispersado. Era la Cornelia soñada por el bosque. No duraría mucho, ni era exactamente ella, pero su esencia y sus recuerdos les permitirían alcanzar una proeza mágica. Fueron juntos a ver al Venerable Anciano. Se sentaron frente a él y cantaron hasta que la consciencia misma del árbol pareció despertar. Ya lo habían hecho otras veces, pero nunca habían conseguido profundizar en ella. Percibían al árbol y sabían que el árbol les percibía a ellos, pero eso era todo. Pero esta vez fue diferente. Cornelia se desvistió y trepó al árbol, tocando su áspera corteza. Mientras subía, su cuerpo se iba deformando y estirando, como si se convirtiese en lianas o enredaderas alrededor de las gruesas ramas del pino milenario. Como si fuese una serpiente, su piel tornó al verde opaco. Llegó un momento en el que Tácito ya no pudo distinguir a su compañera del resto de follaje que cubría el pino. Pudo sentir, por primera vez, una agitación en el Venerable.

– Aquí me quedaré y mi esencia será parte de este árbol. Quiera Saturno que las gentes del futuro sepan leer mis lianas y descrifrar mis recuerdos.

Y así fue como Cornelia selló su destino al del Venerable Anciano. Desde entonces, todos los miembros de la estirpe de los cuatro cronomantes, al morir, pasaban por un rito onírico donde su ser más querido le conducía al árbol y le ayudaba a sellar sus recuerdos en él. Con el paso de las generaciones, la visión onírica del árbol se presentaba cada vez más cargada de lianas. El Venerable en sí parecía responder a la voluntad de los humanos, ya que en cada ensoñación se aparecía más solemne, con más ramas y altura para colgar las lianas de los muertos.

Segundo, Titus y Claudia murieron al cabo del tiempo, y también sus hijos y sus nietos. La tribu de los cronomantes habitó aquel bosque durante trescientos veinte años, seis meses, tres semanas, dos días, veintiuna horas, treinta y seis minutos y cinco segundos exactos. Nunca se dieron un nombre o un distintivo. Sus últimos miembros murieron en cuestión de horas por una epidemia desconocida que se transmitía por el agua. Fue el remate a varios años de escasez en el bosque, luchas internas, canibalismo y heladas.

Presente

Ana María levanta la linterna para poder ver mejor los jeroglíficos tallados en la piedra rojiza del Palacio de los Deseos. Todo el gigantesco monumento que actúa como sede del gobierno de la capital del sueño es una enorme biblioteca para ella, que ha conseguido descifrar la escritura de los Nirmāna, los antiguos habitantes de la Ciudad Escarlata. «No toda la escritura», piensa humildemente. Lleva leyendo las paredes del piso noventa desde hace años. Sin despertar.

Ana María es una soñadora peculiar. Una anomalía dentro de Oniria. Sabe que su cuerpo yace en alguna parte de la ciudad de Granada, en coma. A veces le parece oír los rezos de su madre, que llevará ni se sabe cuántos lustros acudiendo a la verla en su cama del hospital. Es difícil saber cuánto tiempo ha pasado ahí fuera si no te despiertas, incluso para la actual Maestre del Gremio de los Cronomantes, aunque Ana tiene una serie de estimaciones realizadas.

Algún día, simplemente perdió la capacidad de despertar. Recuerda difusamente haber estado corriendo por la muralla y, después de eso, un gran salto al vacío y mucho, mucho, mucho tiempo de sentirse perdida en sus recuerdos. Después de lo que pareció una eternidad, se hartó. Recordó las historias que había oído sobre el Método de la Llave y, mientras su consciencia flotaba entre nubes de memorias inconexas, cobró lucidez. Entonces todo se aclaró, su mente se ensambló de nuevo y comenzó a soñar lúcido. Había llegado a P.D., la capital de Oniria.

Ana sacude la cabeza, alejando esos recuerdos casi infantiles. A pesar de ello, ha perdido el hilo de lo que estaba traduciendo. Aunque no despierte, necesita descansar. Apaga la linterna y se dirige a la escalera. Durante su camino se cruza con funcionarios de la Triple Estrella que van de una sala a otra cargados de archivadores. Normalmente baja al gran balcón del piso ochenta y dos y, desde allí, sobrevuela la ciudad hasta la azotea del edificio de la sede del gremio.

Esta noche, sin embargo, al llegar al balcón es interceptada por su contramaestre. Lord Bermúdez es un genio de la cronomancia y sería el Maestre del Gremio si no existiese una anomalía como ella. Los Cronomantes tienen una marcada política de respeto meritocrático. Cuando falleció el anterior líder, Bermúdez se hizo elegantemente a un lado para darle paso, a pesar de que era mucho más joven e inexperta en cuestiones administrativas. Sin embargo, ya era un referente en el gremio. La conocían como el «calendario andante», y era la persona más consultada cuando se necesitaba saber una fecha o un dato histórico. No solo del Gremio de los Cronomantes sino del resto de gremios de la capital. Incluso el propio Tiberio, temido y respetado, que gobierna con mano de hierro la megalópolis, ha solicitado su consejo en un par de ocasiones. También le ha prohibido el acceso a la Sala de la Memoria.

Bermúdez la espera con gesto inescrutable. Su perilla morena oculta las comisuras de sus labios.

– Ha llegado un emisario Tilanyin. Quieren conocerla en persona y la invitan a Cuenco Único, junto con tres personas de su confianza.

Ana María no esconde un gesto de sorpresa y alegría. Se pueden contar con los dedos los onironautas que han tenido el privilegio de visitar la ciudad natal de los teinitas. Los Tilanyin habitan Oniria desde hace mucho más tiempo que los humanos. Son los sueños de las plantas de la Tierra. Específicamente, los sueños de las plantas de té. Por supuesto, Cuenco Único era el nombre que los humanos habían dado a la ciudad Tilanyin, ya que en su propio idioma el nombre sería algo como «el centro».

Ana María, Lord Bermúdez, y dos cronomantes de confianza, Juliana y Claudio, preparan esa misma noche su salida y se dejan guiar por el emisario Tilanyin. Cuenco Único es una ciudad situada en la misma Esfera que P.D., pero ningún humano ha conseguido llegar hasta ella por su cuenta, por eso se dice que su ubicación es secreta. Viajan a pie, pero cada paso cubre decenas de metros gracias a la magia onírica del guía. «¡Es como si calzásemos las botas de siete leguas!», exclama a su espalda Claudio. La comitiva camina durante seis horas, treinta y tres minutos y nueve segundos exactos. El amanecer de un nuevo día les otorga un espectáculo de colores dorados y violetas, los mismos colores de las túnicas que visten los Cronomantes. Durante la travesía cruzan dos ríos, un desierto, una montaña y una selva. Por fin, ante ellos se muestra una depresión con pequeñas casas de paja. Un pequeño pueblo con urbanismo radial que realmente parece un cuenco en mitad de una meseta. Alrededor, todos los campos están sembrados de té. Habiendo tantas plantaciones que se pierden en el horizonte.

Los viajeros son recibidos sin aspavientos ni ceremonias, pero con hospitalidad y sonrisas. Los habitantes presentan una miríada de tonalidades de verde en sus pieles, desde el aceituna oscuro hasta el verde pálido. Además, muchos de ellos presentan callosidades leñosas en sus extremidades y en sus cabezas. Visten ropas sencillas hechas de algodón. Es fácil determinar la vejez en función de lo amaderado de sus cuerpos, aunque es imposible saber su edad solo con mirarlos. Ana es, de alguna forma, como ellos. Todos pasan todo su tiempo consciente en Oniria.

Los cronomantes son dirigidos a la cabaña del «Viejo Pu Erh». Al entrar, un profundo olor a bosque y humedad les despierta recuerdos que no sabían que tenían. Recuerdos de la primera vez que estuvieron en la salvaje naturaleza. Sin embargo, el anciano que allí se encuentra sentado sobre un cojín, rebosa paz y tranquilidad. Su pequeño cuerpo parece a punto de quebrarse. Sus barbas que parecen musgo se desparraman casi hasta el suelo y su piel marrón es casi indistinguible de la corteza de un árbol. Tras él hay colgado un sombrero con forma cónica como los que usan los agricultores orientales. A su lado, hay un bastón tan corto que parece de un niño. Ana y sus compañeros se sientan en el suelo también en cojines, y saludan cortésmente al Viejo Pu Erh – y a los otros teinitas que allí se encuentran -, en nombre del Gremio de los Cronomantes y de la Humanidad.

– Estimados amigos -dice el anciano con una voz suave como la seda después de las presentaciones y las formalidades. – Nuestro pueblo se enfrenta a un problema que no es capaz de resolver. Un problema relacionado con el Tiempo mismo. La mosca del té es un insecto con el que tenemos una relación casi simbiótica. Su mordedura fortalece a las plantas, pero si vienen en exceso acaban con ellas. La mosca acude todas las temporadas, y cada temporada su número se incrementa, siguiendo un ciclo de 22 años. Al vigésimo tercer año, su número decrece hasta el mínimo. Por lo tanto, nuestra peor cosecha es cada 22 años y al año siguiente es la mejor. Nosotros nos alimentamos del té que cultivamos aquí, aunque no es que necesitemos cortar las plantas para ello…
– Abuelo, céntrese -dice una tilanyin joven sentada a su derecha, mirando al suelo.
– Sí, sí. Bien, el problema está en que nuestros científicos han detectado que el número de moscas no decrece hasta el punto en el que estaba hacía 22 años, sino un poco menos.
– Comprendo -dice Bermúdez-. Esa progresión hará que en cierto momento en el futuro, incluso en el momento más bajo del ciclo, la cantidad de moscas sea demasiado grande.
– Así es. Hemos utilizado todos nuestros recursos para tratar de hacer disminuir la población de moscas, pero al ser un ciclo natural de una magnitud tan grande, no hemos conseguido alterar ni un ápice su naturaleza. Tampoco podemos reforzar los cultivos para que la resistan, ya que alteraríamos la relación simbiótica y arriesgaríamos echarlos a perder. Es, verdaderamente, una cuestión de tiempo hasta que no quede ni una sola planta.
– Estimado señor Pu Erh – pregunta calmadamente Ana María-. ¿Cuánto hace que estudian los ciclos de la mosca del té sus científicos?
– Tenemos registros de actividad desde que comenzamos a sospechar hace 10 ciclos, esto es, 220 años.
– Ya comprendo por qué nos ha llamado. Otra pregunta. ¿Cuál es la edad de la planta más antigua?
– Se dice que los árboles que rodean la aldea tienen más de tres mi años.
– ¿Existe la posibilidad que alguno de esos árboles sea el sueño de un árbol del mundo real?
– Ya me habían avisado de que los humanos habláis de un mundo en el que se encuentran nuestros cuerpos verdaderos y que estos son solo una proyección… Para nosotros, esto no es exactamente así… Veamos. Sí, es posible que alguno de esos árboles sea un tilanyin no despertado, como les llamamos nosotros. Pero hay la misma probabilidad de que sea solamente un árbol del té que ha crecido aquí en Oniria. Yo soy el tilanyin más anciano despertado, y tengo cuatrocientos noventa y tres años. ¿Era esa tu siguiente pregunta?
– Así es – sonríe Ana.

A continuación, los cuatro cronomantes comienzan a hablar entre ellos. Todo el grupo está sentado en círculo alrededor de una mesa redonda, donde una joven tilanyin va sirviendo té a demanda. Después de un debate muy técnico, en el que siguen más preguntas contestadas por los presentes, Ana vuelve a tomar la palabra.
– Solo caben tres posibilidades.
«Primera: El crecimiento de la mosca del té es progresivo e ilimitado. En este caso, no hay nada que podamos hacer para ayudar. Segunda: El crecimiento tiene un límite y llegará un momento en el que se cope y se detenga. El problema de este supuesto es que no podemos simplemente esperar ilusoriamente a que eso suceda. Pero sí podríamos tratar de hacer experimentos para generar simulaciones que arrojen más información sobre el futuro. Tercera: El crecimiento de la mosca es parte de un ciclo mayor al de 22 años en el que experimenta aumento y disminución. Este sería un comportamiento natural, pero necesitamos encontrar y demostrar el patrón de tiempo con la ayuda de los más ancianos.»
Los presentes callan durante un momento, meditando las tres opciones.

Al poco tiempo, los cronomantes reparten tareas y los teinitas les ofrecen una cabaña preparada para ellos. Lord Bermúdez, Juliana y Claudio se despiden de Ana, despertando y dejando una pequeña nube de partículas escarlata tras de sí. Ana se queda sola en la cabaña tilanyin, pero durante poco tiempo. Aunque está cansada, decide salir a caminar por Cuenco Único. Sus pasos la llevan hasta la arboleda en el exterior de la aldea, donde una fila de inmensos árboles se yerguen. Acaricia sus cortezas y mira sus altas ramas, pensando si habrá alguna forma de extraer los recuerdos de aquellos seres milenarios.


Futuro

A la jornada siguiente, Lord Bermúdez elegirá una colina vecina a Cuenco Único para realizar el Ritual del Vaticinio.

El Vaticinio es el método predictivo desarrollado por el primer Maestre moderno del Gremio de los Cronomantes. Gregorio Madrigal había fundado el gremio durante la Gran Oleada, cuando millones de onironautas llegaron a Palacio de los Deseos. Lo había hecho al descubrir que en Oniria el tiempo es manipulable de diferentes formas, como una vía para buscar y establecer líneas temporales seguras. El Vaticinio fue rápidamente reconocido como imprescindible para la humanidad, y por eso los Cronomantes se convirtieron en uno de los dieciséis gremios mayores de P.D.

Lord Bermúdez, Ana María, Juliana y Claudio acudirán con sus túnicas violetas de bordados dorados a la colina durante el ocaso. El cielo anaranjado y rosáceo, la gigantesca luna y un sol de color apagado dará al ritual un ambiente místico, haciendo brillar las plantaciones de té a su alrededor mientras la luz se apague poco a poco. Cada uno de los cronomantes depositará su reloj de arena en la esquina de un rombo dibujado en el suelo y, durante cuatro horas, meditarán en silencio, sin mover un músculo.

Cada hora, cada miembro del cuarteto alargará el brazo derecho, recogiendo la manga de la túnica con el izquierdo, y le dará la vuelta al reloj de arena justo al caer el último grano. Lo harán en perfecta sincronía.

Bermúdez, a quien Ana María delegará como siempre la dirección del importante ritual, mantendrá un cuaderno frente a él. Y junto al cuaderno, un elegante tintero y una pluma caligráfica. Después de exactamente cuatro horas, los cronomantes sincronizan un canto al unísono.

La perfección de la armonía significará que todos estarán en su clímax de concentración y que los preparativos habrán finalizado. El verdadero Vaticinio podrá comenzar.

Empezando por Ana, cada cual enumerará las diez palabras que representen los pensamientos más persistentes en su mente en ese momento. Lord Bermúdez registrará todas las palabras en el cuaderno. Después de cada enumeración, esperarán diez segundos hasta la siguiente, y el ciclo se repetirá hasta que cada uno haya enumerado cuatrocientas palabras.

El ritual producirá que los conceptos se influyan y se combinen. El cansancio impedirá a la mente racional generar patrones. Será una comunicación pura con el subconsciente colectivo. El objetivo: extraer los conceptos dominantes de las cuatro líneas temporales asociadas a los asistentes.

Lord Bermúdez hará tres copias y las repartirá a los asistentes. Cada uno de ellos se retirará a analizar los patrones escondidos en las palabras. Cuando todos hayan terminado, se reunirán y pasarán el resto de esa jornada exponiendo sus reflexiones. Así será como el Vaticinio de Cuenco Único tomará su última forma.

Serán Juliana y Claudio quienes lo expondrán detalladamente a los tilanyin, ya que Ana María y Lord Bermúdez deberán partir de inmediato a Palacio de los Deseos. El ritual ha revelado una verdad oculta: No es solo la mosca del té. Todas las criaturas nativas de Oniria experimentarán un crecimiento sostenido, produciendo una sobrepoblación kabu en toda la Esfera.
Los kabu, criaturas nativas de Oniria a las que llamamos pesadillas, son repelidas de Palacio de los Deseos debido a que su población está muy dispersa, pero un cambio en su ecosistema podría destruir por completo la ciudad onírica de la humanidad. Los cronomantes deberán avisar prontamente a Tiberio para estudiar el motivo del crecimiento espontáneo.

Ana María, sin embargo, no participará activamente en la investigación posterior. De nuevo delegará en Lord Bermúdez la representación del gremio de cara al gobierno. Ella habría percibido algo diferente en el Vaticinio. Una sutileza. Algo que no ha compartido con los demás. Será un descubrimiento trascendental para el gremio… no, para la Humanidad. Pero también podría ser un error… una vía muerta. Decidirá investigarlo en solitario. Lord Bermúdez, que la conoce bien, respetará su decisión porque sabe que cuando la Maestre del gremio actúa así, nunca es por capricho.

De hecho lo que a Ana le habría llamado la antención era una de las palabras escritas por Bermúdez: Segundo. Estaría escrita con mayúscula, como el resto de nombres propios. Si la palabra fuese un nombre propio y no una referencia a la división de los minutos, merecería la pena investigar esa línea del Vaticinio. ¿Por qué Bermúdez la escribiría con mayúscula? Solo podía ser porque, en ese momento, su subconsciente había asociado la palabra con una persona. Era el tipo de sutilezas que solo un Maestre de los Cronomantes podía descubrir en el Vaticinio. ¿Un mensaje de los dioses?

Ana viajará pues a la Gran Biblioteca Souza Carvallho, donde se archivan todos los tomos con el conocimiento onírico. También los libros soñados y no escritos. Después de saludar protocolariamente al señor Da Souza, Ana se sepultará bajo los libros históricos. Pasará allí noventa días, quince horas y tres minutos exactos. Buscará las referencias de personajes influyentes llamados así, la etimología del nombre, y todas las referencias romanas sobre su origen. Segundo o Secundus proviene del latín y era común en la antigua Roma nombrar así al segundo hijo. Ana encontrará todas las referencias a Segundos de renombre, hasta que dará con un autor llamado Marcus Velleius Paterculus. El libro estaría titulado, simplemente: «Cronomancia onírica».

Ana no podrá dar crédito a que un libro con ese título hubiese pasado desapercibido para el gremio, por lo que preguntará a Edgar, el mayordomo de la familia Da Souza y, por lo tanto, bibliotecario. Edgar le comentará que recientemente había reordenado una serie de libros clásicos de autores poco importantes que habían estado agrupados en la sección mixta. Al descubrir a Marcus Velleius lo había colocado con el resto de autores romanos.

Velleius afirmaba conocer el arte de la cronomancia onírica, con el cual era capaz de revivir su propio pasado minuto a minuto, recitar poemas completos con haberlos oído solo una vez, o certificar el número de lanzas de la fuerza enemiga con solo haberles dado un vistazo. No solo eso. El tomo de Velleius mencionaba a un tal Segundo Tácito y lo reconocía como el cronomante más destacado de su época.

Así será como Ana María descubrirá la historia del que nombrará como «Fundador del Gremio de los Cronomantes». Y es que Marcus Velleius fue un de los siete sabios que acudió a la llamada de Segundo para buscar árboles ancianos en los que investigar el pasado. Sin embargo, en la primera jornada, los puntos de vista de Velleius y Tácito eran tan opuestos que se impuso el orgullo, y el primero abandonó la expedición antes de que empezase y se centró en escribir su libro. Por lo tanto, a pesar del importante descubrimiento para la historia de la Cronomancia, Ana se quedará sin saber el destino de Segundo Tácito. La única pista que dará el libro será que «Segundo Tácito y otros tres cronomantes se dirigirán al sur de la península, allí donde los bosques son más densos y antiguos».

Sin embargo, a Ana no le costará acotar la zona. El único problema será que habría de realizar la búsqueda desde Oniria, ya que no podría despertar y viajar a Italia, y menos con la situación del mundo en esa época.

Por lo tanto Ana debería encontrar en qué punto de la Esfera de Palacio de los Deseos se encontraba el sueño del bosque que buscó Segundo Tácito. Algo apremiará el corazón de Ana María. Creerá que está a punto de hacer un descubrimiento capital para la humanidad. Sin embargo, buscar en Oniria a un soñador concreto de Vigilia, o buscar una correspondencia directa entre Oniria y Vigilia es y será una utopía, pues el mundo de los sueños no tiene una correspondencia directa con el mundo de los despiertos, sino que es un reflejo fantástico de él. Ana se sumirá en una desesperación que la llevará a las lágrimas de impotencia.

Ordenará todos los volúmenes consultados. Escribirá una serie de informes. Dará conferencias en su gremio y en el Palacio de los Deseos para dar a conocer el origen mítico de los Cronomantes y las aspiraciones de Segundo Tácito.

Después de eso, pondrá una solicitud de búsqueda en el Gremio de los Buscadores: «Se busca el sueño de un árbol milenario del sur de Italia. Razón: Gremio de Cronomantes».

Entonces volverá de nuevo al piso noventa de la torre escarlata para seguir descifrando los jeroglíficos nirmana.

Y justo en ese momento, despertará.

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