Serían pasadas las 4 de la mañana, antes de que despunte la primera ráfaga de luz del alba en un pueblecito de ensueño a las orillas del gran río. Se dibuja una silueta ancha con el brillo de la luna, pesada en su andar, como arrastrando su alma. Ataviado con un capote tan viejo como el siglo, un sombrero de paja con el ala ancha para proteger del sol, cuando este aparezca, va la singular figura caminando en medio de unos matorrales a las salidas del poblado, enfundado en unas botas de hule para proteger un par de viejos pies de la humedad.

Se escucha el silencio que hacen los grillos a cada paso cuando se aproxima a ellos, le sigue un ejército de luciérnagas como iluminando el camino a tan espectral sombra, dando estas la apariencia al verlas recortadas en el cielo de una diminuta ciudad iluminada flotante de fantasía en los cielos.

Nuestro enigmático personaje camina sin prisa ni pausa halando un pequeño carrito, como esos con los que algunos niños jugaban hace ya décadas atrás, haciendo su particular chirrido dando a conocer la ubicación exacta del viejo y declarando con toda autoridad la antigüedad de este. En ese carro es donde deposita algunas hojas de ciertos árboles que encuentra en el camino, también hierbas, brotes verdes y florecillas; como para hacer alguna poción mágica. Se acerca a los arbustos y logra identificar las más tiernas moras silvestres a pesar de que apenas se logran ver, llega a un lugar secreto como a un kilómetro del pueblo, rio arriba, donde tiene un huerto lleno de tubérculos y legumbres maravillosos que no se ven en ningún otro sitio.

Pasa su tiempo en ese sitio, regando, cuidando, replantando y recolectando lo que al parecer son sus cosechas personales de ingredientes para sus pociones mágicas, al parecer este viejo es una especie de chamán del lugar.

Cuando va de regreso al pueblo, ya empieza a mostrarse vagamente el nuevo día, se escucha el cantar de un gallo a lo lejos y eso le indica a nuestro protagonista que debe darse prisa, que falta poco para iniciar su jornada.

Pasa de camino por una granja donde le conocen bien hace ya mucho tiempo, intercambia unas pocas palabras con el propietario y le entrega unos huevos frescos, quesos y tarros de crema y leche.

Ya de vuelta a la aldea, nuestro esquivo personaje se prepara para empezar sus labores, en una pieza realmente oscura, enciende un fogón y un par de lámparas de queroseno. Pone al fuego algunas cacerolas y en una esquina se le ve hacer movimientos repetitivos y rítmicos de espaldas como si estuviera bailando o entrando en trance, como todo un brujo o hechicero, se le ven volar los dedos tomando pequeños frascos y espolvorear sus contenidos en sus mezclas que luego van a una cacerola, olla o sartén al fogón.

Los olores son múltiples, mágicos, alucinantes.

En ese alcázar de especies, olores y diversos sabores han desfilado un sinfín de pacientes que han llegado a consulta; han sido diagnosticados, recetados y afortunadamente curados de todas sus dolencias, físicas, metafísicas, espirituales y mentales.

Tanto el ahumado cuchitril como el propietario son famosos en toda la comarca, se ha escuchado de sus artes hasta lugares muy lejanos en otros países, de donde vienen varios a poner a prueba las facultades del experto y todos se han batido en retirada sin más remedio que dando crédito a la fama que habían llegado a retar y unirse a los que pregonaran sus artes por todos lados.

Se le ha comparado incluso con Merlín el mago de la edad media en sus experimentos de alquimia con dos o tres ingredientes silvestres logra realizar una transformación asombrosa de las texturas, sabores y resultados que cambian hasta el alma de quien se atreve a probarlas… Él, simplemente dice que tiene un don, pero ese don no es para vanagloriarse él mismo, es para compartirlo y hacer sentir mejor a todos aquellos que deseen hacerlo al venir y sentarse en su local.

No siempre acierta a la primera este chamán, por ello nuestro alquimista nunca para de ensayar, en ocasiones ocurre una que otro disparatado resultado en su laboratorio, pero por ello no se deja abatir, sabe que la magia que debe entregar a quien se la pida rosará la perfección y esta no se consigue por casualidad.

Si nos adentramos más en la vivienda del autor de todas estas mezclas, veremos torres de libros que parecen columnas hechas para sostener el tejado. Nunca se deja de aprender dice él y, quien se cree experto, se priva del supremo privilegio de seguir aprendiendo.

En una de tantas mañanas donde realiza sus danzas, mezclas y magia el experto guisandero es visitado por una concurrencia selecta de lugareños que le platican, consultan y se van con un alivio en su cuerpo y alegría en sus corazones, felices de haber realizado la visita a tan particular palacio de sanación de cuerpos y almas.

Nuestro alquimista de la felicidad y sanador de almas y cuerpos se llama Bonifacio, un hombre viejo ya o más bien curtido como algunas de sus preparaciones por el tiempo y el trabajo. Es dueño de una fonda en este pueblo a las orillas del río donde tiene a su alcance los más frescos ingredientes de esa región, carnes, aves de corral y pescados. Por lo remoto del pueblo había especies, vegetales y legumbres que no se conseguían frescas por los alrededores, así que él construyó un invernadero y huerto rio arriba para obtener lo mejor por el agua más fresca de los manantiales de los alrededores, combina en su laboratorio hojas de aguacate y hierbas silvestres con perejil y aceites de ajo para hacer un chimichurri que se han llevado la receta para replicarla hasta en Japón.

Antiguamente ganador de una o dos estrellas internacionales de cocina, Bonifacio se retiró de los reflectores dejando de lado la fama por el crecimiento mental y espiritual en la cocina, brindando el corazón entero en cada receta que analiza, prueba y revoluciona hasta llegar a poder complacer a la misma corte celestial con ella. En alguna ocasión, con los visitantes foráneos, le han reconocido como el chef internacional quien solía ser, a lo que Bonifacio simplemente objeta, me está confundiendo con alguien que no soy, pero agradezco el cumplido.

Hoy suena la campanilla en la puerta de entrada y se escucha una voz tosca y ronca: “¡Buen día, Bonifacio, que bien huele aquí!” … La respuesta no se deja esperar con un simple levantón de manos desde los fogones a manera de saludo. Luego, con una cara cansada, pero sonriente se acerca a la mesa donde el recién llegado comensal está sentado, le trae una taza con un brebaje oscuro y humeante que revive a los muertos, alegra los espíritus y hace que valga la pena vivir la vida.

La cocina, como la medicina y muchas otras ciencias y artes pueden trascender a niveles que no sospechamos, porque un plato de comida o una simple bebida puede transmitir el amor y la pasión que tuvo Dios para hacer el universo.

Si lo que hacemos, lo realizamos con el corazón, seremos sanadores de emociones y almas para quienes reciben lo que damos.

Al final, es intrascendente de donde eres o provienes, no importa el nivel económico ni cultural, si deseas hacer algo con excelencia tienes en ti todo lo necesario para realizarlo y posees las capacidades para entrenar, aprender y perfeccionar lo que sea que quieras dar al mundo, para que al final de tu viaje estés orgulloso de lo que hayas logrado.

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