Por más que lo intento olvidar, simplemente me es imposible. Aquella tarde, aquella desagradable e inimaginable tarde en la cual mi hijo, mi pobre y amado Roberto murió.

Mas no quiero confundirlos, pues empezaré la historia desde el principio. No planeo que me crean, en este punto es simplemente algo indiferente hacia mí. Solo pido que me escuchen, que me lean, que sean testigos de lo que les relataré, aquella escena que no me deja libre, que me condena a la locura y me ata a la desesperanza de vivir sin sentido.

Fue un martes de agosto, cómo siquiera olvidarme de la fecha exacta, si fue el momento en el cual mi vida cayó en un espiral de dolor. Y aunque hayan pasado los años, mi memoria sigue intacta. ¡Dios! ¿Por qué me castigaste? Era un niño tan amable, querido por todos, ni siquiera poseía enemistad alguna, ¿y tú te lo llevas? ¡No!, no puedo siquiera comprender un atisbo de tu maldita crueldad. Probablemente yo nunca fui uno de tus favoritos, ¿pero él? Él nunca hizo algo para herir tu cruel orgullo. ¡Basta! No estoy aquí para seguir quejándome de esta situación. Les mencioné que no es mi intención que me crean, pues algunos dicen que enloquecí, yo creo que ellos no pueden aceptarlo de la misma forma que yo. Mas bien ¿Qué es la cordura?, ¿realmente alguien la posee? He llegado a pensar que es un don del cual carezco.

No hay noche que no piense en él, en esa tarde. Estábamos compartiendo los tres, como cualquier otra simple tarde de otoño, el día estaba un poco más anubarrado que los anteriores, quizá incluso pudo ser un presagio de lo que me vendría a atormentar más adelante.

Susana y Roberto estaban más brillantes, alegres e incluso más serenos que de costumbre, y a mí, a mí me invadía una melancolía terrible por no poder cumplir con sus expectativas, quería darles el mundo, pero el mundo me quitaría todo. Muy a menudo me invadían estos pensamientos, ¿Cómo alguien como yo puede tener una familia? Bajo la instrucción y la carga de una cruz, desde niño pensé que nunca llegaría a tener una época de inconmensurable alegría. Ellos me otorgaron esto, y yo se los agradecí de la única forma que pude.

No es menos el obviar que mi hijo carecía de algo, yo lo interpreté como un castigo. Roberto carecía de medio pulmón, solía padecer fiebre, escalofríos, tos, no podía respirar bien, había incluso ocasiones en las cuales vomitaba. La única solución que encontrábamos en esos momentos era darle agua, no poseíamos nada más. Mi martirio era pensar que, debido a mi adicción a los cigarrillos, el señor me castigó con un hijo con problemas pulmonares. ¿Pero por qué no me castigó directamente? ¡Demonios! Si hay gente incluso que dice que nunca probé un maldito cigarrillo en mi vida, pero entonces ¿Cómo me explico el sufrimiento de Roberto?

Luego de haber almorzado Roberto se comenzó a sentir mal, era algo lamentablemente común, lo atendimos como siempre, no creímos que sería algo diferente a los problemas anteriores. Aunque suene difícil leerlo, estábamos acostumbrados a verlo sufrir. Roberto no resistió más mi castigo. Ese día mi cigarrillo quemó mi garganta y mis pulmones, me sentí mareado e incluso vomité.

No teníamos dinero para comprar un ataúd, ni siquiera teníamos para comprar un nicho en el cementerio. Así que lo velamos en nuestra cama, y lo enterraríamos en nuestra propia casa. Quizá piensen que poseo poco amor por mi hijo, un buen padre hubiera hecho todo para darle una sepultura y despedida digna. No soy quien para intentar cambiar vuestros pensamientos. No necesito su lastima, ya perdí todo lo que necesitaba.

Roberto, a los ojos de mi amada Susana y los míos nos pidió agua, como solía hacerlo cuando tenía sus crisis respiratorias. Me quedé impactado, me alegré, me consumió una euforia al verlo despierto otra vez, Susana fue rápidamente a buscar el agua. Le di mi mano y se durmió. No lo volví a ver despierto nunca más. A hurtadillas de mi esposa, lo enterré.

Cada palazo que daba me hacía recordar los momentos que pasamos juntos, las lagrimas se hacían evidentemente presentes. Un padre no debe enterrar a su hijo, debí poder protegerlo de su enfermedad. Una vez dentro de la tumba me imaginaba a Roberto despierto, no hablaba, solo me miraba con los ojos más tristes y confundidos que he visto en toda mi vida. Otra prueba de Él pensé. Esta vez no hice caso y fui lanzando la arena con mi pala.

Como era de esperar mi relación con Susana solo fue en decadencia, no teníamos motivos para seguir el uno con el otro, mas yo la amaba tanto que dejé que ella decidiera qué haríamos. Siempre me culpó de la muerte de Roberto. Un día simplemente dejó de hablarme.

Es irónico, ella me pareció siempre la mujer más bella, es por eso por lo que escribo esta carta horrenda, sin siquiera conocer si es verdad lo que digo con parte de ella. No dejaría que mi amada Susana sufriera, conservaría los mejores momentos con ella. Es por ello que es gracioso darme cuenta de que la sangre no es muy buena tinta.

No pude escribir esto antes pues sentía atados mis brazos, cruzados, incapaces de agarrar una simple pluma. A veces escucho que dicen he vivido siempre atrapado, o como ellos cuentan, vigilado. Incluso se atreven a decir que no tuve esposa ni hijo.

Me siento mareado y con frio, estoy débil y me cuesta respirar, siento un leve chorro de aquella agua recorriendo mi brazo. No entiendo por qué suenan estas sirenas, alguien intenta abrir la puerta de mi casa.

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