Amber, como siempre, recorría alrededor dando vueltas el patio trasero de su cabaña cuando vio a una persona acercándose desde lejos.
Preocupada, comenzó a ordenar la casa. Tal vez, sí era un hombre, podría una darle compañía romántica; si era mujer, podría pedirle ayuda para cocinar.
El hombre se acercaba cada vez más. Pasaba a través del camino de tierra, lo único que podía verse en el mundo de Amber además de : blanca nieve y blancas partículas flotando en el aire.
Preparó el té, había agua calentada que le serviría para calentarlo. Pensó por un segundo arreglar su habitación, en el piso de arriba, sólo que prefirió no darle importancia.
Acomodó los sillones, barrió la mugre, encendió la televisión, preparó las películas para ver, y para lo último, sin falta, se bañó una o dos veces para quitarse la suciedad de su cuerpo.
Tomó el vestido más bello que tenía, lo planchó las veces necesarias. Mientras estaba sin prendas, con la piel desnuda azotada por el frío, abrió el álbum de fotos. Allí estaba.
Lo vio a él, aquel caminante sin rumbo. Su nombre era Gordon, y volvía de la guerra. Durante cierto tiempo, anduvo buscando refugio hasta que dejó de pensar con claridad. Años más tarde, dejó de tener rastro detrás de sí.
Ahora Amber comprendía todo, y necesitaba expresar sus sentimientos a ese hombre. Cuando llegase, cuando estuviera cerca, le propondría quedarse una noche para sentir su calor.
Dejó listos dos o tres tazas de té caliente, por si las dudas, y fue a recibirlo cuando vio su proximidad con la cabaña. A sólo unos metros, salió, saludó con entusiasmo a Gordon.
Gordon dio un salto hacia atrás, claramente asustado. Amber retrocedió un poco, pues vio que no se había puesto su vestido más bello. Creyó que por eso debió asustarse Gordon, así que fue a ponérselo y a intentar llamarlo una vez más.
El hombre, incrédulo, se acercó a paso lento. Amber lo esperaba con los brazos abiertos, respirando nerviosa le exigió que se apresurara. «Gordon, ¿verdad?» dijo ella.
Gordon abrió los ojos sorprendido. Soltó una pequeña carcajada, y abrazó a Amber. Ella no podía creerlo, así que mientras se enrojecía, se lo quitó de encima, tomó su mano, lo llevó hasta la mesa. Allí tomaron té, dos tazas para él, nada para ella.
«Estuvo bueno» dijo Gordon «No recuerdo que hicieras este líquido tan dulce». Amber agradeció bajando y subiendo la cabeza, intentaba no lanzarse al hombre y tomarlo. Cuando tomó el último sorbo, Gordon casi se desmaya. Después, comenzó a peguntar en dónde estaba.
«Esta es tu casa, Gordon» dijo Amber, «y yo soy Gina, tu amada esposa». Gordon apoyó su mano en el marco de la puerta de entrada, le dolía la cabeza. Subió las escaleras sosteniendo en brazos a Gina hasta llegar a una cama, esta fluía de un color fuerte sobre sus costados, un color primario.
Tomó a Gina y la acomodó sobre la sabana. Estaba a punto de quitarle el vestido cuando Amber lo detuvo colocando su mano en el cuello. «¿Cuál es mi nombre, Gordon?» preguntó.
«Gina, ¿quién más?» respondió Gordon.
La mano que sujetaba su cuello comenzó a apretarlo hasta dejarlo sin aire. Entonces Gina se abalanzó para expandir sus fauces y llegar al rostro de Gordon. Él dejó de moverse al impacto, siendo su última visión el rostro de una forma humana descompuesta, cuya lengua estaba penetraba su nariz atravesando su mente.
Al bajar, Amber volvió a abrir el álbum de fotos. La foto de Gordon estaba borrosa, no tenía rostro. Todavía habían cientos de fotos más, así que la guardó sobre la heladera. Tomó la taza de té frío y salió afuera creyendo que dejó pasar otro organismo.
Tal vez tardaba mucho en prepararse, pero así la satisfacción era aun mayor. Quiso volver a entrar, pero a sus espaldas se aproximaba un nuevo individuo. Esta vez era hembra.
Se alegró de estar obligada a volver adentro para revisar el álbum, así lo hizo, y comenzó a ordenar.
FIN.
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