El ultimo adiós

Y entonces sonó el teléfono de la recepción, allí estaba yo en un reemplazo que me sabia amargo y humillante. No sé por qué siempre odié los teléfonos, pero paradójicamente elegí ser Secretaria Ejecutiva. En realidad siempre me dejé llevar por lo que pensaba mi padre, pero no puedo negar que tenía razón. Yo no sabía nunca qué hacer con mi vida pero él si…me observaba y descubría en mí esos valores escondidos.

Pensó que era lo mejor para mí, era buena en mecanografía y tenía buena presencia. Que más se necesita..? Después supe que muchas más aptitudes se necesita para ser una secretaria…pero fue tarde para tomar otro camino. Me gustaba. Nunca quise estudiar pero me recibí de Secretaria y salí a enfrentar el mundo laboral a los 17 años. Me fue muy bien…siempre tuve trabajo.

En cambio mi madre elegía para mí todo lo opuesto a mi personalidad…como si yo fuera una extraña para ella, una muñeca a la cual moldear de acuerdo a lo que ella soñó que su hija fuera. Frívola, especuladora y sujeta las reglas sociales que se imponían para la época. No me conocía en lo más mínimo…y yo tampoco a ella. Esa es la verdad, nunca confié en mi madre y nuestra relación fue tormentosa y distante.

Levanté el auricular y automáticamente dije las típicas frases hechas, pero del otro lado escuché una voz familiar. Era mi tía Nubia…tenía que viajar inmediatamente, mi madre se moría.

La negación ante lo inevitable puede ser increíblemente abrumadora e ilógica. Mi madre sufría un cáncer de estómago desde ya varios meses, los médicos no nos dieron ninguna esperanza y mi padre me lo dijo innumerable cantidad de veces…pero jamás creí que se moriría. Ni aun después de esa llamada. No podía morir, solo tenía 56 años.

Sin pensar lo que dirían mis jefes tomé mi cartera, avisé y tomé el primer taxi que encontré. Llegue a mi departamento hice una maleta pequeña con lo indispensable y me fui a la estación terminal de autobuses. Recuerdo sentirme como en una nube, como una autómata que hacía lo que debía hacer pero en el fondo estaba terriblemente asustada. Me esperaban 4 horas de viaje interminables. Mis pensamientos eran confusos y nunca pensé que no vería más a mi madre.

En el living de mi casa, rodeada de mis hermanos, mi padre y los médicos tuvimos que tomar la decisión de dejarla morir. Las demás opciones me parecieron demasiado crueles e inútiles. Mi mentalidad práctica y lógica nunca me abandonó, tampoco en ese momento. Siempre creí en Dios y en una trascendencia del alma, por esa razón dije sin titubeos…”que se vaya…que no sufra” tragándome el dolor y derramando mis inagotables lágrimas. Pensé: los que sufriremos seremos nosotros al quedarnos sin ella.

Junto a su lecho, ella inconsciente por la morfina, le dije lo que nunca me animé a decirle…”te quiero mama”. Yo sabía que ella me escuchó y se alegró muchísimo. Había leído mucho sobre personas inconscientes que luego recordaban lo que sus familiares o médicos decían junto a ellas. Por eso traté de decirle todo lo que pude en esos momentos…pensando que despertaría y podría charlar con ella como nunca lo habíamos hecho antes.

Esa noche mi padre me gritó….”mamá se muere…basta ¡!!..no va a despertar!!”
Quedé aturdida como si me hubieran dado un golpe en la nuca…duro y terrible. Solo así tome conciencia de la realidad…yo tenía 33 años y ya no tenía esperanzas de poder charlar de mujer a mujer con mi madre.

Fueron cuatro días muy largos, tristes y extraños. Yendo y viniendo del dormitorio para verla…esperando que se vaya.

Una tarde sentada en el sofá del living, sola y con un agotamiento sordo de tanto llorar, sentí la voz de mi madre pero sólo en mi mente. Sin analizar demasiado lo extraño de la situación, me levanté y fui al dormitorio.

Me senté a su lado. El gato que se encontraba en la habitación salió disparado hacia la cocina, asustado como jamás lo había visto antes….supe lo que pasaba. Al instante mi madre me regaló su último suspiro. Fueron segundos….pero jamás los olvidaré.

Solo yo pude sentarme a su lado a pesar que ella estaba rodeada de mi hermana, mi tía y la enfermera. Ese lugar ella lo reservó para mí y por eso me llamó…..por qué? ….porque nos lo debíamos.

Ahora a 26 años de su muerte sigue junto a mi cada noche. Trata de decirme que siempre estará conmigo ayudándome como no pudo hacerlo en vida…y yo estoy feliz por eso.

Una vez apoyó su mano en mi espalda y el dolor de mi contractura desapareció. La última vez tomó la decisión de caerse desde la repisa para quedarse a mi lado de la cama. Fue un gran susto pero lo entendí perfectamente….ella cuidaría de mí siempre.

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