Ciel Noir

… Una leve brisa sopla esta mañana. Mueve las olas del mar lenta y rítmicamente. Un pequeño bote choca con el muelle una y otra vez. Sus maderas rechinan y el sonido se mezcla con el inconfundible sonido de la nada. El sol en el horizonte indica que es la hora de ir a dormir.

Ya no me asuta el amanecer, es una mala costumbre que aprendí, mejor dicho que aprendí a soportar. Vuelvo a la pequeña choza en medio de esta enorme playa. Cierro la única puerta y rendido ante el cansancio sueño una vez más aquel único recuerdo.

¿Sabes? No es casualidad. El destino a veces desea contar historias fantásticas a través de ojos que, por desgracia, no son los suyos. ¿Capricho? Puede ser, si yo tuviera es poder seguramente… Pero la perfección de la imperfección es la que nos envuelve y atonta.

Éramos tan sólo un par de jóvenes idiotas pensando en la eternidad de los dolores y tormentos del mundo. Tú tan perdida y yo tan roto. La juventud nos tragó por completo y nos escupió como viejos quejumbrosos, con calamidades y achaques que parecen no tener fin. O al menos eso creíamos. Tantas cosas pasando tan rápido y tan bruscamente, es difícil pensar en un pequeño espacio donde nada se mueve y podemos pensar un segundo en qué está sucediendo.

Aún así lo conseguimos ¿Recuerdas? Esas veces que pudimos ver el atardecer, las estrellas, el infinito mar frente a nosotros. Esas veces fueron las únicas ocasiones en las que el tiempo se detuvo. Esas ocasiones fueron las que sentíamos la juventud en nuestra piel. Sin dolor, sin pensar, sin temer. Solos tú y yo, libres de una condena que nadie conoce que nadie sabe que existe. Porque los perdidos y los rotos anhelaron tanto tan rápido que el destino, celoso de su poder, los castigo. Nos castigo lata siempre.

¿Qué seríamos sino un par de enamorados idiotas con el único deseo de no ser descubiertos?

Le temíamos tanto al destino que nos escondíamos, o al menos eso creíamos, pues sólo nos daba un poco de ventaja, o quizá simplemente se apiadó un poco, un instante.

Nunca lo sabremos…

Aún lo recuerdo…

Era una noche como ninguna. El cielo no era azul, estaba completamente vacío. La luna y las estrellas se ocultaron, le temían a lo que se aproximaba. Las olas golpeaban con furia las arenas de la playa, trataban de advertirnos, pero tontos nosotros no supimos leer sus señales. El miedo se pudo sentir en el frío aire que llegó de la nada. Era el destino y sus vientos que soplaban.

¿Qué quería? ¿No era suficiente nuestro pasado para saudar la deuda?

No…

Decía que era todo lo contrario…

Mentiras tras mentira…

No hay paz para los que vuelan antes al sol y se pierden de camino o caen y se rompen para siempre…

El destino dijo con voz firme «Han hecho lo imposible. Detener el tiempo para ustedes. Me conmueven tanto. Los premiare por la eternidad.»

Teníamos tanto miedo.

Fue todo tan rápido.

Ni siquiera recuerdo cuando te arrancó de mi lado. Mis manos se quedaron vacías en un segundo. Tu voz se desvaneció en un instante, un momento, una vida…

Tan cruel…

Ni siquiera un beso, de esos que los eternos enamorados se juran, pude darte…

Te elevó el destino a los cielos y te hizo la estrella más brillante de todas…

«Vivirá en la eternidad. Libre de todo. Libre de su condena. Ya no está más perdida. O es que… Tú, un simple mortal roto ¿Deseas que vuelva? Egoísta sería tu acto. ¿Vale más tu compañía efímera o su redención en lo más alto de todo?»

Maldito destino…

No puedo decir más. Tengo que aceptar y continuar. Con rabia en los ojos. Maldiciendo al destino hasta el fin de los tiempos…

Yo ya sé que todo esto es un capricho nada más… Una historia de amor que el destino se encargará de deformar y hacer creer a los no rotos ni perdidos que dimos todo por este amor, cuando en realidad nos fue arrebatado…

El atardecer cae una vez más. Salgo de nuevo. Me siento en la costa. Escucho el mar, las olas, la brisa y miro al cielo. Y ahí estas, convertida en estrella, mientras sonrió un poco, fingiendo que todo está bien, pues no quiero que me veas como yo te veo, perdida en el infinito cielo tratando de volver, sin embargo sabemos que eso es improbable e imposible.

«Te a..»

No puedo concluir, si termino las palabras me derrumbare y no sé de qué sea capaz el destino.

En silencio cumplo esta condena, de la que nadie sabe y nadie habla.

La condena de un roto viendo a su estrella perdida en el cielo oscuro y vacío, sin poder ayudar y sin poder hacer nada más que mirar hasta el amanecer…

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