El día que quise olvidar.

El día que quise olvidar.

Ruben Eli

27/02/2020

“Mi cuerpo tendido en el asfalto, muerto de frío e inundado de miedo, regado por la sangre que brotaba de mi interior y el aroma que desprendía el odio que me arropaba bajo esa luna desinteresada de lo que pasaba bajo ella”.

Avanzaba el día como cualquier otro, mis manos seguían la rutina del baile de adornar las tortas que alegrarían la vida de alguna persona en su aniversario. Eran pasadas las 09:00 p.m. la usual noche fría Bogotana arropaba los cuerpos de quienes transitaban sus húmedas calles.

Allí estaba yo despistado como siempre imaginando historias y disfrutando las caricias del viento en mi cara mientras rodaba al ritmo de la música de mis auriculares montado en mi bicicleta, al paso pausado de un cuerpo al que el cansancio ya no le da tregua. Desplazándome de un lado de la vía, siguiendo la danza de los solos.

Fue de un instante fugaz a otro donde me encontré frenando y volteando a ver porque algo me había impactado por la parte trasera en mi llanta, allí estaba José, -por darle un nombre al personaje-, tirado en el suelo ensangrentado sintiendo que algo estaba mal en su cabeza mientras sus ojos me miraban regados de enigma, solté mi vehículo y corrí a su auxilio. Mi miedo se multiplicó al darme cuenta de su herida facial que se adentraba en las profundidades de su frente, rodeado de desesperación le pregunté si podía levantarse a lo que respondió con voz tenue y paso temeroso.

Más personas provenientes del camino de bicicletas vinieron al encuentro, quienes vieron todo en vivo, reconocieron la imprudencia que había cometido José y que casi le cuesta la vida, aun así en medio de mi miedo no podía evitar un oscuro sentimiento de pensar que algo de la culpa cargaba sobre mí, consecuencia del altruismo absurdo que a veces tenemos algunas personas frente a lo obvio.

Luego del volver de una farmacia con lo que logré conseguir para sus primeros auxilios, logramos hacer un lavado y algunos vendajes improvisados. A éste punto ya todos habíamos caído en cuenta que lo que había sucedido no iba a pasar a mayores. Me dispuse acompañar a José al que fuera su lugar de residencia y montamos nuestras bicicletas y partimos dejando atrás a quienes habían estado con nosotros.

Cuando por fin José me indicaba que por un callejón, -el cual conseguí muy solitario para mis gustos, pero que la situación ameritaba atravesar-, accedí a adentrarme junto a él, hasta el lugar de su hogar.

De un momento a otro cuando el bajó de su bicicleta y yo continuaba en la mía en medio de esa calle, y se acercó hacia mi sólo pude sentir su frío puño golpear mi cara de una manera inesperada y no anticipada por mí, cuando logré ser consiente de mi situación ya me encontraba abordado por José y dos personas más que posaban sus pies sobre mi cuerpo en patadas, que iban y volvían impidiéndome moverme por voluntad y mi cuerpo tendido en el asfalto muerto de frío e inundado de miedo, regado por la sangre que brotaba de mi interior y el aroma que desprendía el odio que me arropaba bajo esa luna desinteresada de lo que pasaba bajo ella.

Efectivamente esperaba el peor desenlace en lo que a mi estabilidad y la continuidad de mi vida, sinceramente nunca una pelea para mí había trascendido de unos gritos o unas manotadas con mis hermanos.

Cuando logré tomar partido de mi estado y hablar, me referí a una de las personas que se incorporó a mi ataque y le gritaba desesperado ¿Por qué me golpeas? –Yo no le hice nada a él- Haciendo referencia a José quien era el que más me golpeaba, – Pregúntale lo que pasó y porque lo acompañé hasta acá-.

De un momento a otro, no sé si por intervención divina o por la conciencia de ellos de mi pasividad en defenderme de la misma manera decidieron dejar de golpearme y me ofrecieron lugar para partir. Aun con mi mochila a cuestas, como pude me logré levantar y tomar de vuelta mi bicicleta, montarla y correr como pude de ése lúgubre lugar, la sangre se mezclaba entre las lágrimas que de mi brotaban, cuando logre salir a una calle comercial, las personas que alcanzaban a detallarme me observaban con miedo otras con interrogante de mi estado, y no fue hasta que llegué a mi edificio, logre subir a mi casa y haberme tirado sobre mi cama que pude sentirme seguro. De un momento a otro mi miedo se había transformado en odio, un odio tan grande que inundaba mi sangre recorriendo mis venas llegando a cada centímetro de mi cuerpo y me dio poder que pensar las peores y la disposición de materializar esos pensamientos.

Cosa que no sucedió.

Los días continuaron regados por el miedo y el trauma y sus secuelas, pasaron días para salir de casa y semanas para atreverme a volver a montar una bicicleta.


Hoy ya después de meses de lo sucedido son muchas las cosas que veo con más claridad, agradecido ante todo de Dios y la vida que me permitieron seguir adelante y estar hoy transcribiendo ésta historia y dándome cuenta que no debo olvidar. La xenofobia es uno de los tantos males que están día a día contaminando y destruyendo la sociedades, no justifico de ninguna manera la agresión infundada, no respaldo que nuestros problemas de tolerancia y aceptación logren rebasar los límites de la cordura.

No redacto esto con intención de crear lástima comunitaria, lo hago con el firme propósito hacerle ver a algunas personas que lo que hacemos por impulsos fugases impregnados de sentimientos no siempre es lo correcto, todos tenemos problemas y cargamos nuestras propias cruces y nuestros actos crean brechas y traen consigo sus propias consecuencias. Es sólo un relato de concientización para todos aquellos que saben que actúan de mala manera recapaciten.

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