121 Cadáveres

121 Cadáveres

Buho1

11/02/2020

Capítulo 1:

“121 Cadáveres”

Geoffrey Simons estaba descargando su vigésima caja de pescado de un barco carguero que había estacionado en el puerto de New Baltimore, Inglaterra, hacia unos momentos. Su espalda le dolía, a sus más de 50 años no consideraba ya encontrarse apto para ese tipo de labores, pero aun así necesitaba el dinero para su cuantiosa familia.

El trabajador se disponía a volver a subir al barco a través de la rampa de carga para descargar su próxima caja cuando algo le llamo la atención en el agua. La misma brillaba con crudeza debajo de una noche profunda, fría y apabullantemente oscura, pero aun así, podía notarse una coloración blanquecina por trasluciendo en ella. Geoffrey se asomó a la orilla del puerto, encendió su vieja linterna y apunto a aquello que había divisado. El trabajador, casi dejando caer su linterna, suprimió un grito de horror. Una vez que la luz de la misma había enfocado bien en el mar, elcadáver de lo que parecía ser una mujer casi hundida en el agua espesa se dejó ver con claridad.

—Diablos; ¡Morgan!, ¡Philip!, ¡en el agua!, ¡miren el agua! — grito con espanto Geoffrey.

Sus compañeros de trabajo, quienes le estaban reclamando que fuera a ayudarlos a descargar, hicieron lo propio.

— ¿Qué diablos es eso? — pregunto el tal Morgan.

Geoffrey vio que su compañero estaba mirando el mar en una dirección opuesta a donde él había realizado el macabro hallazgo.

— ¿Dónde estás mirando?, idiota, ¡aquí!, en el agua, ¡hay un cadáver!—

Volvió a mirar a su compañero, quien ahora se encontraba con Philip a su lado, iluminando aquello que había divisado Morgan. Esta vez, a él sí se le cayó su linterna al agua, insultando con desesperación.

— ¡Dios, es un niño!, ¡auxilio!, ¡vengan a ayudarnos maldita sea! — reclamo Philip a los demás trabajadores del puerto.

Geoffrey se quedó callado. Incrédulo. Observando el otro punto distante, a unos 20 metros de distancia, donde se encontraba aparentemente un niño en el mar.

— ¡Enciendan los malditos faros del barco!, ¡enciéndalos ya! — reclamo a los gritos.

En el barco había murmullos y corridas, varios obreros se tiraron al agua para rescatar al pequeño. Por algún motivo, luego de caer al agua, comenzaron a gritar de la manera más cruenta.

—Están… todos muertos — alcanzo a oírse al otro lado del barco. Geoffrey subió al barco corriendo e hizo prender las luces él mismo. El capitán del barco obedeció sin chistar.

Los faros se encendieron. Cuatro focos potentes alumbraron en varias direcciones. El agua oscura se tornó blancuzca, pero no por la luz, sino por aquello que había flotando en ella. Geoffrey se acercó a la borda, aturdido por una marea de gritos de pavor proveniente de los tripulantes del barco. El agua se encontraba repleta de cadáveres. Blancos, tenebrosos y extrañamente sonrientes. Hombres, mujeres y niños. Debía haber un centenar. Algunos con andrajosas ropas y otros desnudos, pero parecían bastante bien conservados a simple vista. Geoffrey Simons nunca olvidaría ese día. El día de los cadáveres sonrientes.

El Scotland Yard no tardó en llegar.Pasaron horas hasta que lograron quitar todos los cuerpos del agua. Exactamente 121 cadáveres se encontraban en fila dispuestos sobre el suelo del puerto. Se había cercado el perímetro para evitar a los curiosos, aunque el tema ya se hablaba por toda la zona. Varios doctores estaban abalanzados sobre los cadáveres tomando datos preliminares. Las autopsias llevarían bastante tiempo, habían advertido.

Liam Gibbs, inspector de la seccional de homicidios de Scotland Yard estaba arribando al lugar.

—Menos mal que estas aquí, Sherlock — le gritaron con sorna algunos policías en el sitio.

Solían llamarlo Sherlock, por Sherlock Holmes, pero más que por sus capacidades deductivas, lo llamaban así a modo de burla por su inoperancia y la alta tasa de casos sin resolver que ostentaba. Todos sabían que ocupaba al cargo gracias a su tío, jefe de la seccional, que le dio el trabajo para de algún modo quitarlo de las peligrosas calles de un Londres en pleno 1910.

—Bien, ¿que tenemos hasta ahora? — pregunto Liam al suboficial a cargo de la escena, haciendo caso omiso a las burlas.

—Varias cosas inspector. Aproximadamente a las 2:00 AM, estos hombres —, el suboficial señalo al grupo de obreros que habían realizado los macabros hallazgos, Geoffrey entre ellos— vieron perturbaciones en el aguan, perturbaciones que terminaron siendo una parva de cadáveres. 121 para ser exactos. Hay mujeres, hombres y niños de distintas edades. El estado de descomposición no es muy avanzado, los doctores dicen que deben llevar poco más de un día en el agua—.

— ¿Poco más de un día? ¿Y cómo es posible que nadie los haya visto durante el día? ¿O siquiera a quien los arrojo?— pregunto Liam. El suboficial levanto los hombros pronunciando su respuesta.

—Es realmente un misterio. Por otro lado, hay un rasgo particular que comparten todos los cadáveres. Todos están sonriendo. En un momento pensamos que la hinchazón de los cuerpos provocada por el estacionamiento en el agua había dado lugar a esa extraña mueca, pero los doctores confirmaron que el rictus quedo en esa posición al momento del deceso—.

—Wow, habrá sido un gran chiste… ¿murieron ahogados o hay otra causante?— consulto el inspector consciente de que su broma no había causado el mínimo de gracia a juzgar por el rostro imperturbable del suboficial Williams.

—Hasta que no realicemos una autopsia no podremos saberlo con precisión—. Respondió a secas.

—Bien, quiero que realicen un informe respecto a todos los barcos que pasaron por este puerto desde hoy hacia una semana atrás. Busquen más testigos, y apuren los exámenes forenses. Necesitamos esa información cuanto antes.También quiero una transcripción de las declaraciones de los obreros —. Solicito el inspector Gibbs.

— ¿No va a entrevistarlos usted mismo?— consulto entre asombrado e indignado Williams.

— ¿Para qué? Voy a obtener las mismas conclusiones leyendo los informes, ¿o crees que alguno de ellos asesino un centenar de personas en un solo día y luego las arrojo al mar? Ninguno de ellos es un sospechoso —. Gibbs se dio media vuelta sin esperar réplica del suboficial.

Se dirigió a donde se encontraban los cuerpos. La mayoría estaban tapados con bolsas, ya que habían sido revisados preliminarmente por los forenses. La imagen era espeluznante, pero Gibbs intento simular que no lo afectaba. Sus apenas 32 años, sus cabellos rizados y sus facciones finas, podían hacerlo parecer bastante frágil como para ocupar el lugar que poseía así que al menos pretendía dar la imagen de tipo rudo. Miro con sorna varios cadáveres que parecían devolverle la mirada desde unos ojos blanquecinos y entrecerrados por la inflamación, y luego se retiró.

Había dado aproximadamente unos 15 pasos en dirección a su vehículo cuando escucho una risa estridente que le calo hasta los huesos. Disgustado se dio vuelta e insulto a varios policías del lugar responsabilizándolos de tal acto. El grupo de policías al que le dirigió sus improperios ni siquiera lo miraron. Estaban observando en dirección a los cadáveres. Los oficiales estaban tan pálidos que podrían haber pasado por fantasmas tranquilamente. Bajo un cielo plomizo de una mañana de Londres, más los ropajes negros de la policía, la escena parecía una fotografía en blanco y negro. Gibbs miro aquello que atemorizaba a los policías, aquella fila de cuerpos desparramada cerca de la orilla del puerto. Otra risa se volvió a escuchar rompiendo el silencio momentáneo luego de la primera. Luego otra, y otra más.

Los cadáveres… estaban riendo. Risas horribles y estrepitosas salían de sus gargantas mediante mandíbulas batientes que no cesaban de abrirse y cerrarse. El inspector Gibbs se sintió desvanecer. Nunca en su vida había visto algo tan inexplicable y nunca en su vida había sentido tanto terror. Los oficiales, forenses y curiosos, comenzaron a correr despavoridos del lugar. Las bolsas que habían sido utilizadas para cubrir algunos de los cuerpos ya examinados, se agitaban violentamente a causa de la interposición con la risa siniestra que emanaba desde debajo de la misma.

121 cadáveres estaban riendo y no hacían otra cosa más que eso. El aire se llenó de terror y lo inexplicable nublo todas las razones de quienes presenciaban tan grotesca escena… Hasta que las carcajadas finalmente cesaron.

Continúa en capítulo 2…

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