Ojos azules II
Todas las heridas que laceraban su cuerpo, aparentemente habían sido
ocasionadas por golpes y no aquellos provenientes de puños de otros hombres,
más bien parecía como si hubiera caído de un gran peñasco o acantilado. La
mayor y más grave de las heridas yacía cercana a su pecho, parecía haber sido
propinada por un perdigón.
¿Intentaron matarlo como él dijo antes de desmayarse? Tal vez corría con
dirección al río huyendo de sus perseguidores, cuando cayó por la barranca que
da a los abetos, la caída fue amortiguada por las zarzas y en ese orden de
eventos fue que yo lo encontré ahí, con esa mirada de animal asustado.
Esa fue la película que yo armé en mi cabeza para tranquilizarme. Cuando él
despertó, lo primero que hizo fue mirarme fijamente como tratando de recordar
algo y yo, yo lo miré, pero mi universo se perdió en la profundidad de sus ojos
(por eso deberían escribir para mí un libro «enamoramiento para Dummis» la guía
definitiva)
No, no fue la estética. No, no fue ese color azul indescifrable. No y no fue
nada de lo que normalmente atraparía a alguien. Fue la enorme tristeza que
proyectaban sus ojos, como si necesitara que alguien lo ayudará a sobrevivir un
día más, así como yo misma me había encontrado hace tiempo atrás.
Empezó por decirme que se llamaba Alfredo, que agradecía mi ayuda y decía
sentir mucho dolor en el pecho. y yo… Yo me mantuve en silencio, analizando la
situación, puesto que podría saltar en cualquier momento e intentar matarme, al
menos eso me dictaba mi instinto de supervivencia.
Después de repensar y de echar a la basura mi embrujó por aquella
mirada, le dije que, estaba en condiciones de retirarse de mi casa o que si lo
deseaba podría llevarlo hasta la carretera (no en el auto que estaba refundido
en el lodo hasta las trancas) Él se negó a mi ofrecimiento. Me agradeció una
vez más y prometió no ser una molestia. Prometió irse en cuanto mejorara por
completo.
No pregunté nada, recuerdo bien prepararle un poco de sopa y dársela a
comer, después durmió como un tronco y yo, yo estaba todo el tiempo alerta, en
cualquier momento podrían llegar sus perseguidores o en cualquier momento
emprendía en alguna acción que pudiese causarme daño. Si lo ayudé, en primera
instancia fue por el conjunto de sentimientos morales con los que había sido
educada, si alguna vez la vida me ponía en una situación similar, me gustaría
que alguien me ayudase. En segunda instancia, nadie más podía ayudarlo. Finalmente,
mi consciencia no me hubiera dejado vivir, sabiendo que dejé morir a alguien que
podía ayudar.
Durmió por 27 horas seguidas. Al tercer día, en la mañana fui a recoger leña
que hacía falta y él se quedó allí todavía dormido. Cuando regresé ya no
estaba, había desaparecido sin dejar rastro. Entonces yo estuve convencida que
aquel evento había sido un sueño propinado por mis extensas noches de insomnio, los años viviendo sola en medio de la nada y quizá que la soledad puede propiciar la imaginación de cualquier cosa.
El recuento de días sumaba 33, la vida en el bosque era normal, mi rutina
no había cambiado: todas las mañanas a las seis salía a caminar, recogía
algunas flores, leña, frutos silvestres, alguna roca con una forma interesante y
regresaba a casa para continuar con la investigación botánica.
Esa mañana de domingo me había decidido a quedarme fuera por más tiempo,
subir a lo alto de un abeto y contemplar por horas el paisaje, así lo hice.
Marcaban las 14h43 retorné a casa, fui directo al pequeño rincón dónde estaba
mi investigación, estaba concentrada en mis últimos bocetos y entre ellos
descubrí una nota, una nota que decía:
«Gracias por la ayuda, debí agradecerte como lo merecías, pero he
pensado que quizá ya no te acordabas de mí, te he buscado, aparentemente has
salido, te dejó un obsequio debajo de la mesa del comedor.»
No fue un sueño, aquel tipo llamado Alfredo había regresado a mi casa, había
invadido mi espacio personal, me había buscado y finalmente, dejó algún objeto.
Eso me daba cierto miedo, pudo robar algún documento de mi investigación.
Me dirigí hasta la mesa del comedor, observé debajo y allí estaba, en la
vida hubiera esperado semejante obsequio, el temor invadía mi corazón, que
significa semejante regalo ¿Acaso era una tomadura de pelo?
Tomé el paquete y lo dejé afuera, esperando que desapareciera por arte de
magia, cosa que no ocurrió. Sentí ganas de reprocharme mi actitud pasada,
cometí un error fatal, jamás debí ayudar a ese desconocido de ojos azules.
No pude dormir esa noche, pensé; regresar a la ciudad era la solución.
A la mañana siguiente, mientras bebía café mirando por la ventana, lo noté,
allí estaba, detenido en frente de la puerta trasera, sonriendo. Estuve a dos segundos del soponcio. Yo no debía nada, no había hecho nada
malo, así que él no tenía motivos para hacerme daño. Salí de casa y fui hasta
dónde él estaba.
«Veo que está totalmente recuperado.»
«Es verdad, todo gracias a ti y lo gracioso es que por un momento a ella la vi
reflejada en ti, los mismos ojos marrones, la misma expresión y también la
misma fascinación por mis ojos azules.»
No entendí de que hablaba, pero una cosa era cierta, sí, sus ojos me
impactaron, una oleada de recuerdos confusos asaltó mi mente, pensamientos iban
y venían dictando posibles palabras, pero antes de decirle nada, él habló:
«Ha pasado tiempo, no has cambiado nada. Tu amor por los bosques sigue
intacto, no sabes cuánto hubiera dado que de la misma manera me hubieras amado,
pero no, no fue así. Ese día juraste no volver, desaparecer de mi vida y de
todos los que te conocían, lo has cumplido cabalmente. Mi intención en la vida
fue jamás volver a encontrarte, pero las eventualidades del destino me trajeron
a ti, pensar que no te recordaba. Esa mañana que saliste, el sol acarició tus
pupilas, tus ojos se vieron iluminados como aquellos días en los que disfrutaba
de tu compañía, te recordé. Revisé tus datos, eras tú, no lo soporte y decidí
largarme. Que gracioso ser rescatado por la mujer que me asesinó en vida,
cuando decidió dejarme sabiendo que yo la amaba, lo recuerdas verdad, maldita
desgraciada, dime que lo recuerdas.»
Lo comprendí, había regresado la pesadilla, la muerte de la que tanto había
huido, claro que me gustó la tristeza de su mirada porque era yo misma en aquel
tiempo cuando vivía.
Los mismos ojos azules cargados de odio.
«Han pasado diez años, tiempo suficiente para imaginar tu muerte de formas
incontables, pero por respeto al amor que te tuve, dejé en tus manos un regalo
para que cumplieras, pero no lo has hecho, puedo ayudarte a cumplir.»
Después no recuerdo, desperté en un hospital, me dijeron que me habían
disparado muy cerca del corazón… Un desconocido me dejó aquí agonizante y de
regalo un par de gemas llamadas: «Los ojos azules.»
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